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–¿Se supone que eso tiene que despertar mi curiosidad?

Harry estaba molesto y toda la culpa era de ____ Anderson. Pero era algo habitual. Esa mujer era un peligro.

Nadie le hablaba así. Nadie lo trataba así. Pero claro, también era cierto que muy pocas personas estaban tan cerca de ser como él. La empresa de ____ había aparecido de repente cinco años antes y rápidamente se había hecho popular en todo el mundo. El propósito de Anfalas era llevar al gran público la tecnología capaz de hacer realidad sus fantasías.

Como era obvio, su visión del negocio era muy popular; una gran visión creativa combinada con un talento natural para la tecnología que Harry no había visto en nadie excepto... en sí mismo. Eso la convertía en una temible adversaria.

Aunque ella se creía más temible de lo que era, como había demostrado ese mismo día con la manera en la que había recibido su oferta y creyendo que podía hacerse con el control de la situación.

Pero eso no iba a ocurrir.

–Sí, y parece que lo he conseguido.

–¿Tú crees? –cruzó los brazos bajo esos pechos pequeños y perfectamente formados e inclinó la cabeza a un lado, lo que hizo que la melena rubia le cayera libremente sobre el hombro.

Iba vestida completamente de negro, muy en su estilo. Resultaba un poco ridículo teniendo en cuenta que vivían en la costa de California, pero seguramente ella creía que le hacía parecer dura.

Harry opinaba que en realidad parecía una pálida muchacha gótica, pero nadie le había preguntado.

–Por algún motivo tienes la respiración entrecortada –le dijo–. O te interesa el proyecto... o te intereso yo –le dedicó su mejor sonrisa, esa con la que sabía que hacía derretir a las mujeres.

Harry había convertido en arte el juego de la seducción. Era todo un experto en la provocación. Aunque, paradójicamente, las mujeres a las que solía provocar normalmente no lo necesitaban, pero les gustaba fingir que sí. Les gustaba que las sedujera porque hacía que se sintieran deseadas y, cuando un hombre hacía que una mujer se sintiera deseada... tenía todo el poder en sus manos y ya no era necesario más esfuerzo.

–Desde luego no eres tú lo que me interesa, así que puedes eliminar tal posibilidad –respondió, con cierta tensión.

Eso mismo era lo que siempre había pensado él. ____ parecía sentir verdadera aversión hacia él, pero en ese momento le había parecido una buena herramienta contra ella, igual que su falsa seducción. Siempre había una manera de llegar a la gente, un punto débil.

Aunque en su caso no era así. Ya no. Cuando a uno lo atacaban demasiadas veces, acababa endureciéndose y su punto débil terminaba convirtiéndose en una coraza que no permitía que volvieran a llegar a él. Resultaba irónico, pero eso era lo que le había ocurrido a él.

–Entonces será que te interesa mi plan. En tal caso, me gustaría invitarte a entrar para que podamos hablar en privado.

–Tienes un sistema de seguridad a la altura del Pentágono, seguro que tendremos privacidad en cualquier rincón de la propiedad.

–Prefiero no correr riesgos.

–¿Esa paranoia es algo cultural?

–¿Qué?

–¿Todos los italianos sois tan paranoicos?

–Es posible, sobre todo si se han criado en las calles de Roma, eso suele volverle a uno muy cauto –cauto y rebelde hasta el punto de olvidarse de la conciencia y de las malas decisiones.

Una Pareja de EngañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora