Despunta el alba

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Cuando Giyuu despertó, lo hizo con la caricia de un aliento tibio sobre su nuca y un aroma dulce bailando en su nariz.

Despertó con la sensación de un abrazo firme envolviendo su cadera y una presión rígida frotándose contra su trasero.

Y, aunque un instinto visceral le aconsejó moverse de golpe y terminar con ese contacto de inmediato, su corazón sabía mejor cómo identificar esas sensaciones y sabía que, lejos de suponer una amenaza (y por mucho que odiase admitirlo), eran las que hoy día le proporcionaban calma que no podía conseguir en ningún otro lugar.

—Kyojuro...

Como respuesta, Giyuu obtuvo un gruñido gutural y volvió a sentir cómo Kyojuro se removía detrás de él.

El alba despuntaba ya en el distrito de Yoshikawa y se colaba a través de la pequeña ventana de la habitación como un fulgor dorado que caía en una franja sobre el rostro del azabache y sobre la mesa de noche. Todo lo demás estaba oculto detrás de la pálida oscuridad de la habitación y acompañada por un silencio que sólo conseguía interrumpir el juego de sus respiraciones.

Aunque siempre reticente, Giyuu había comenzado a aceptar más y más las muestras de afecto de Kyojuro, desde los coqueteos improvisados y persistentes (y las horribles e "ingeniosas" líneas que usaba para, según él, conquistarlo) hasta los besos apasionados en lugares públicos y que terminaban consolidándose en rincones oscuros de la ciudad.

Y ya que era hombre, también había aprendido a aceptar los... fenómenos matutinos que acontecían con frecuencia en el cuerpo de su compañero y que hoy, para su fortuna o infortunio, compartía.

—Ayer tenías el mismo problema. Realmente eres insoportable.

Mucho. Demasiado. ¿Pero qué más daba? Así era como le amaba y no le preferiría de ninguna otra forma.

Con un suspiro de resignación (fingida para encubrir su orgullo), Giyuu intentó cambiar de posición para poder yacer sobre su costado y encarar a Kyojuro, pero Kyojuro le dificultó la tarea intentando sujetarle con más fuerza para que no escapase de su abrazo.

—Hey, muévete —le ordenó Giyuu sin elevar la voz, pero Kyojuro se rehusó y, una vez más, se comunicó con gruñidos ininteligibles y sólo le apretó con más fuerza.

—Necesito ocuparme de esto.

Joder, ese hombre sí que era como un niño. Pero esta vez Giyuu no iba a perder el tiempo con negociaciones e iría directo por la mejor propuesta.

Y, tal cual, llevó una de sus manos hacia el bulto entre las piernas de Kyojuro y lo estrujó.

Kyojuro no necesitó más que eso.

En un instante, Kyojuro deshizo el abrazo con el que presionaba a Giyuu y le obsequió su libertad. El azabache aprovechó para inhalar una bocanada de aire y ajustó su posición para poder adoptar la que deseaba: de cara al azabache, pero con ambos recostados todavía.

Una vez en la nueva posición, Giyuu miró el rostro de Kyojuro. Entre la penumbra fue difícil discernir sus facciones, pero no necesitaba verle con nitidez para recordar dónde se encontraba la curvatura de sus mejillas, ni dónde iniciaba la barba sin afeitar o cuál era la forma exacta de sus labios.

Supuso que al estar el otro tan callado aún estaría semi-dormido, y decidió que no podría haber estado en una situación mejor. Porque por alguna razón, aún le avergonzaba admitir el calor que Kyojuro coloreaba en sus mejillas cuando le dedicaba un verso, o el cosquilleo en la boca del estómago que le provocaba su cercanía.

Sin pronunciar palabra, discreto y cauteloso, Giyuu acercó sus dedos al rostro del espadachín y con las yemas acarició sus labios. Esos labios que había besado tantas veces, cada vez con menos reticencia; esos labios que se habían dedicado a la tarea de explorar su cuerpo y reclamar cada centímetro hasta volverlo su territorio.

100°C | Rengoku x Tomioka BL/YAOI.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora