4. Come Out, Come Out, Wherever You Are

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El paisaje a ambos lados de la carretara territorial por la que va el autobus es aburrido. 

Quizás esa no sea la palabra para definirlo. Quizás fuese más correcto decir que no es diferente a los cientos de kilometros de carreteras del Mediterráneo que ha recorrido en giras. Extensiones de campo amarillo, grandes superficies y bares de carreteras en los márgenes. Alguna gasolinera de vez en cuando. 

Nada extraordinario. 

Aitana se apoya en el cristal agradeciendo su frescor contra su piel sudada. 

Lleva sin pegar ojo desde ayer, cuando se despertó en su cama en la casa a las diez de la mañana. 

Más o menos veinticuatro horas. 

A no ser que, como sospecha, siga durmiendo y no sea capaz de despertarse de esa pesadilla. 

Sin embargo sobre sus rodillas, el peso de la mochila con las pocas cosas que metió antes de subirse al avión parece terriblemente real. 

La temperatura ha empezado a subir y el tejido la hace sudar todavía más, de modo que la aparta y la deja en el asiento de al lado que está, afortunadamente vacío. 

El vehículo que se bambolea por el asfalto ha visto tiempos mejores y el asiento que ha escogido despide un misterioso olo que no resulta precisamente agradable. 

Pero no le importa, solo quiere, solo necesita, mimetizarse con el horrible tapizado para atraer la atención del resto de los pasajeros lo menos posible. 

Está casi segura de que la mujer de la taquilla en la que ha comprado el billete le ha dicho que tiene por delante un trayecto de tres horas, incluyendo un par de paradas. 

Claro que quizás le ha dicho que son tres días o trece horas. Vete tú a saber. 

Cierra los ojos solo un segundo pero en seguida los abre. No está segura si la ciudad a la que se dirigen es la última parada, así que no puede permitirse el lujo de quedarse dormida. 

Dos filas más adelante está Daniel, el hombre con el que Luis estaba hablando cuando reunió el valor suficiente para acercarse a él. 

A él tiene que agradecerle haber sido capaz de salir  del aeropuerto. 

A Daniel, no a Luis. 

Porque su propósito inicial de tragarse su orgullo y acudir a su único conocido en aquel lugar en el que la compañía aérea les había dejado tirados había fracasado estrepitosamente. 

Aguanta el impulso de golpear su cabeza contra la ventana del autobús hasta que la sensación de vergüenza desaparezca. 

En un intervalo de cinco segundos paso de la sorpresa al ver la sonrisa cordial de Luis al verla a la más absoluta decepción al comprender que aquella sonrisa no estaba dirigida a ella. 

Quizás incluso puede reconocer que mezclada con la decepción hubo una chispa de una emoción parecida a los celos cuando comprobó que la destinataria era aquella azafata de piernas eternas que les había explicado la situación. 

Pero lo que siguió fue, sin ninguna duda, irritación cuando Luis decidió hacer como si no la conociese de nada, antes de aceptar la invitación de la joven a compartir un coche de alquiler con ella y sus compañeros de tripulación hasta el puerto más próximo. 

Por supuesto para que su pesadilla fuese absoluta tenía que dar con una auxiliar de vuelo cepedista. 

Yu-tocateloscojones-pi. 

Encima, y eso hasta un ciego podía verlo, la invitación era a mucho más que compartir un coche. 

Quizás un café. Definitivamente otro tipo de fluidos. 

Cambio de rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora