CAPÍTULO 10

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El mensaje de Corban lo puso en estado de alerta. Durante cinco días habían estado tras el rastro de uno de los distribuidores de cocaína que intentaba filtrar la sustancia en la zona griega de Manhattan, sin éxito. Y ahora, ese pedazo de mierda acababa de llegar a suelo inglés como parte de la escala que lo llevaría hacia Atenas. Parecía estar pidiendo a gritos ser parte de las estadísticas de los decesos anuales. Dimitri consideraba que esta era la oportunidad perfecta para pagarle una visita, y no precisamente con el fin de tener un diálogo.

 Dimitri consideraba que esta era la oportunidad perfecta para pagarle una visita, y no precisamente con el fin de tener un diálogo

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Él no tenía conversaciones ni perdía su tiempo con imbéciles. Nadie traficaba drogas en sus dominios; primero, porque no habían pedido permiso, segundo, porque estaban burlando la política de cero drogas en mares europeos en los puertos de Pecados de Sangre, y tercero, porque agarrar al bastardo infraganti era un shot de adrenalina perfecto para los días que se aproximaban. Estaba contra reloj, y su única satisfacción, por ahora, consistía en que Enrico Brimbella estaba fuera de juego, pero no podía confiarse. Los italianos eran impredecibles, y Dimitri no quería tenía problemas con ellos. Tenía que manejar los hilos con mucho sigilo, aunque con precisa determinación. Un punto a su favor consistía en que el hijo de Joe Brimbella parecía incapaz de dar con el punto importante de cualquier encomienda; había dejado ir a Sienna sin más, y cuando se diera cuenta del alcance de su pérdida sería demasiado tarde para cumplir las ideas que tenía Joe para la Cosa Nostra a través de Sienna.

Dimitri esperaba que pronto su plan alcanzara su propósito, y así la mujer que estaba supuesta a convertirse en su esposa, ya no lo fuera más... Así, él tendría otra empresa billonaria y muchos campos de desarrollo por el mundo para expandir y afianzar su nombre, así como su mando. «La vida era gloriosa cuando se tenía todo a la mano.»

—Sienna —dijo cuando la vio bajar las escaleras, llevaba una maleta azul en la mano. Él se acercó para agarrar el objeto, luego lo dejó de lado—, tengo que atender un asunto. Víctor te llevará al hotel. Si surge alguna emergencia y necesitas movilizarte, él está a tu disposición. ¿Está claro?

Ella asintió. No tenía ánimos de discutir. Tampoco es que necesitara de otro ser humano para sobrevivir. Durante mucho tiempo se las había apañado sola para salir adelante con su abuela, y esta ocasión no iba a ser distinta.

—Oh, claro —afirmó—. Que tengas una buena semana... —ocultó su decepción—. Intentaré estar en la oficina para conocer a la persona que ocupará mi puesto hasta que mi abuela salga del hospital, ¿me recuerdas el nombre de tu asistente de Nueva York?

Mentiría al decir que la posibilidad de verlo alrededor, cada vez más, le causaba inusual entusiasmo. Miklos poseía todos los ingredientes para el desastre: misterioso, alto, guapo, oscuro en su actitud, demasiado seguro de sí mismo, inteligente, independiente y abrumadoramente sensual. Él no dejaba escapar por los poros ni un ápice de inseguridad o vulnerabilidad; como si ambos conceptos jamás hubiesen cruzado por su camino.

El Placer del Engaño / FINALIZADA / Todos los derechos reservadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora