Introducción

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El niño, iba de vez en cuando a buscar al joven, al filo de la media noche, sus pies ligeros entraban a la habitación del mayor, mientras la luna con su velo blanco, lo bañaba todo a su paso, hasta la figura espectral posada en la ventana. 

El joven tenía la mirada perdida y la mente hecha pedazos, hablaba lento y reaccionaba por instinto, no había nada en él que pudiera referenciar a su viejo yo, excepto quizá por… 

-¿Batman…? 

Por entonces, el joven, era delgado, y alto, su cuerpo torneado estaba lejos de ser, la masa de músculos en la que se convertiría. 

-Si, háblame de él… 

Mientras el niño, miraba desde un escaso manto del muchacho en el que se convertiría. 

-Obscuridad… 

Fue lo primero que vino a la mente destrozada del joven. 

-Soledad… 

Fue la segunda palabra que su mente logró forjar. 

-Calidez… 

Esta vez, el joven llevó una de sus manos a su frente, como si el recordar, doliera. 

-Es… -la otra mano dio alcance-. Es… bueno… 

-¿Tú quieres volver? 

El niño siempre temía que la respuesta a esa preguntara fuera "si", pero el joven nunca respondía, simplemente miraba por la ventana. 

-¿Tu nombre?

Preguntaba cómo cada noche, el niño. 

El joven se inquietaba, su propio nombre escapaba de sus manos y se escurría, a veces venía y a veces no. 

El niño se acercó, y se estiró para ser cargado. 

El joven lo sostuvo en sus brazos, como lo hacía siempre, acunandolo.

La tranquilidad del joven de la fortaleza, yacía cerca del niño. Siempre. 

Nanda Parbat, un edificio convertido en Fortaleza, el sitio donde el viento helado baña las rocas, la mitad de aquel lugar permanece incrustada en las montañas, que se cubrían de nieve e impedían un fácil acceso a la propia fortaleza, mientras que, la otra mitad, o quizá un tercio, era un jardín de entrenamiento, totalmente rodeado, donde el frío viento de montaña, impactaba contra la piel dejando la sensación de pequeñas agujas incrustandose contra el cutis. 

El niño de la montaña recibió un regalo de cumpleaños, una noche, no fue en busca del joven, sino que, el joven, de mente revuelta y ojos apagados, vino a él. 

La madre del niño, le había encargado al joven, el cuidado del menor, era una de las pocas personas, permitidas a acercarse. 

Los ojos del mayor, parecían encenderse cuando su mirada se cruzaba con las verdes perlas en los ojos del niño, era como si algo de su molida mente, se pusiera a su disposición cada vez que miraba dentro de aquellas fosas esmeralda.

Después de aquel regalo, el joven quedó impedido por la madre del niño, a volver a acercarse a él, por supuesto, todo fue una orden del abuelo, en su fiel creencia de que, cualquier cosa que separara a su nieto del camino de la rectitud y venganza, era una probable pérdida de tiempo. 

Lástima que nada puede detener al príncipe (el niño de la montaña) de obtener lo que se le venga en gana. 

El joven apareció en la habitación del niño, sobre las horas del amanecer, el niño no dijo nada, sabía que no se podían entablar largas charlas con su joven cuidador, y siendo el día de su cumpleaños, tampoco quería intentarlo, simplemente, no estaba de ánimos. 

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