Fragrance

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"(...) Todo lo que componía una gran fragancia, un perfume: delicadeza, fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la brújula de su vida futura".

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Fragrance

Era una idea absurda y estúpida salida de la nada.

Bueno, tal vez no salió de la nada, sino, más bien, tras una reflexión profunda, pero no por eso menos absurda y estúpida.

¿Qué estaba haciendo? ¿Cómo había llegado a la suposición de que él la aceptaría así nada más?

En el mejor de los casos, se reiría de ella y la mandaría de vuelta por donde había llegado; y en el peor, la ignoraría como si fuese una mugre en su zapato.

Pero en fin, ya no le importaba demasiado que volvieran a pisotear su ya maltratada dignidad, porque, al menos, ahora sería enteramente su culpa, y no por "factores externos" que escapaban de su control.

Se encogió metafóricamente de hombros, exhaló un suspiro rápido y, sosteniendo una bolsa en su mano derecha, se puso en marcha.

Las probabilidades de éxito eran tan bajas que ni siquiera la eterna esperanza inherente al ser humano se atrevía a asomar. Era sólo una tentación a la suerte.

Caminó despreocupadamente entre la clientela que habituaba el Callejón Diagon, con el sol de verano empujando su nuca y la túnica verde lima ondeando al viento.

Varias miradas se detenían en ella a medida que avanzaba, pero no les daba importancia. Ya no era una colegiala a la que le afectaran mucho las murmuraciones.

Se detuvo frente a una de las tiendas, cuyo cartel de madera pulida resaltaba dos grandes palabras escritas en una pulcra letra manuscrita: "Botica Snape". Espió a través del vidrio de la puerta y, al ver que había un cliente, decidió esperar afuera.

Después de lo que le parecieron años, sonó la campanilla de la puerta y el cliente pasó a su lado sin mirarla. Tomó una bocanada de aire y entró.

Adentro, el olor a madera y hierbas era persistente. Era estrecho y pequeño pero ordenado. Recipientes de variados tamaños y colores adornaban las paredes; ramilletes de plantas secas colgaban del techo; y al fondo, detrás de un mostrador de vidrio, se encontraba un hombre anotando algo con diligencia en un grueso cuaderno.

Hermione entendió que su presencia no había sido advertida, así que se aclaró la garganta con exagerada delicadeza. Se odió por haberse escuchado tan parecida a Dolores Umbridge.

Pese a que su intención era hacerle notar al hombre de su llegada, su corazón se sobresaltó cuando sus ojos negros se elevaron con sorpresiva rapidez hacia ella.

—Granger— murmuró Snape, apenas moviendo los labios, con la cabeza aún inclinada hacia abajo—. No te esperaba hoy.— Hermione tragó saliva y se infundió valor.

—No— dijo ella, y se odió de nuevo, esta vez por haberse escuchado tan patética. Cuadró los hombros, decidida a actuar como la adulta que era—. No vengo por trabajo.— Hermione metió la mano en la bolsa y sacó dos botellas de cerveza, a las cuales Snape les arqueó una ceja—. ¿Quieres compartir una cerveza conmigo?

Hubo un momento de tormentoso silencio, en el que el mago volvió a sus anotaciones y ella se quedó parada mirándolo.

Justo en el momento en el que Hermione había aceptado su derrota, Snape cerró el cuaderno con un golpe seco y se irguió.

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