Parte sin título 2

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Leonel Hamilton se detuvo de inmediato.

 ¿Aquel que a lo lejos sonreía mostrando unos dientes blancos, alineados y perfectos que le habían costado un pastizal en ortodoncistas, era su hijo? Ahora entendía la razón de que estuviera madrugando, de que hubiera guardado los malditos tejanos rotos y se hubiera quitado el impertinente pendiente...¡una mujer!

No podía ser de otra manera. Los hombres solo cambian cuando una mujer los hace cambiar. Y eso siempre sucede cuando un hombre se enamora de verdad. Miró a la chica con detenimiento. Le resultaba familiar. No se trataba del cabello largo y castaño como una cascada suave. Ni tampoco la delgada figura llena de formas femeninas... no, era otra cosa que no acertaba a averiguar. Como esas veces en que tienes una palabra en la punta de la lengua pero se niega a salir y cuando ha pasado un rato la recuerdas y la sueltas en mitad de una conversación sin venir a cuento. Pues así se sentía. Estaba segura de que la había visto antes, pero ¿dónde?

Siguió observando mientras que las nubes blancas y algodonabas cubrían el sol por un instante. No había duda de que su hijo era feliz con ella. Nadie cambia tanto y tan positivamente si no es feliz. Y no le extrañaba, la chica era una auténtica delicia. Algo la hizo reír en aquel momento y la carcajada musical de la muchacha llegó hasta él en el aire envuelta en la brisa.

¡Brooke!... ¡Eso era... aquella muchacha le recordaba a Brooke Wells!

Sin ser consciente de que había dado varios pasos en dirección a la pareja se acercó para poder mirarla mejor. ¡Dios bendito, no solo era el pelo, el cuerpo o la cara, hacía los mismos gestos que Brooke! 

Sin pararse a pensar sus movimientos se encaminó hacia el coche aparcado junto al paseo de la playa. Abrió la guantera y cogió los prismáticos. Puede que si lo viera alguien pensara que era un asqueroso por mirar con prismáticos a una mujer aunque siempre podía disimular haciendo creer que miraba las fantásticas olas espumosas que quebraban al romper en la orilla.

Ahora podía verla bien. Graduó el objetivo y tuvo un plano perfecto de su cara. Tuvo que dar un paso atrás de la emoción. Una emoción que tenía mucho más que ver con el desconcierto que con la alegría. La mujer que estaba con su hijo era un calco de Brooke Wells. Una mujer idéntica a su amante desaparecida; los ojos grandes y verdes estaban enmarcados por unas pestañas largas y espesas. Los labios carnosos y predispuestos a la sonrisa. Un hoyuelo en la barbilla la hacía inolvidable y un larguísimo pelo castaño con destellos color miel.

 Esperó con paciencia a que la joven se levantara. Después de cinco interminables minutos en los que disimulo girando los prismáticos en varias direcciones, pudo observar como su hijo tomaba de la mano a la chica para caminar sobre la orilla de la playa. Ahora era el momento... enfocó de nuevo las lentes y miró el cuerpo joven de la mujer. Puede que tuviera veinte años menos que Brooke pero sus proporciones eran tan reconocibles para él que no pudo reprimir un gemido. Trago saliva y se concentro en el cuello largo, siguió por  los hombros suaves y torneados, con cierta culpabilidad observó los senos redondos y firmes de la joven, llegó hasta la cintura estrecha para dar después con unas caderas bien formadas que no dejaban lugar a dudas de su feminidad, y finalmente su mirada recayó en las piernas largas y bien formadas.

Exhaló un largo suspiro.

Aquello no podía ser... la chica tenía que ser familia de Brooke. Ella nunca le había dicho que tuviera una hija o una sobrina. En realidad, ahora que lo pensaba él tampoco se había interesado mucho en conocer su entorno familiar y Brooke tenía uno de esos temperamentos discretos de los que no gustaban dar demasiada información de sí misma.

 ¡Qué equivocado había estado!

 De haber sabido que meses después lo abandonaría sin dejar ni rastro se habría interesado mucho más en conocer su entorno. Al menos habría podido preguntarle a alguien  porqué lo había abandonado.

De pronto le asaltó un pensamiento. Por mucho que dos personas se parecieran siempre había diferencias entre ellas. Una madre y una hija podían ser idénticas pero siempre había algún detalle que solo los más íntimos conocieran. Entonces lo recordó. Aquel tatuaje, aquella mariposa azul en la parte de atrás del hombro. Recordó cuantas veces había besado aquella mariposa. Brooke le contó que se lo había hecho porque las mariposas azules daban suerte. 

Ajustó los prismáticos a sus ojos.

 ¡Maldita sea, no había manera de verle la espalda si no se daban la vuelta y no tenían demasiada intención de hacerlo, paraban una y otra vez para besarse!

Resuelto a irse tranquilo a casa convencido de que aquello no era más que una mera coincidencia subió hasta la zona rocosa opuesta a la dirección en que su hijo caminaba con la muchacha.

Inspiró el aire con profundidad antes de volver a mirar. Entornó los ojos para agudizar la visión. Puso una mano sobre su pecho al comprobarlo. 

¡Aquella chica tenía una mariposa azul tatuada en la espalda!


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⏰ Última actualización: Aug 29, 2021 ⏰

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