La guerra había terminado. Voldemort estaba muerto.
El sonido de la risa alegre de las personas que festejaban el gran suceso llegaba amortiguado a ese lugar, y mientras más avanzaba por el largo y estrecho túnel más se iba apagando, hasta ya definitivamente no escucharse en absoluto.
Pero en ese momento no le importaba, ya tendría tiempo de festejar después junto con los demás. Ahora su deber principal era otro, uno mucho más importante que estar con sus amigos y festejar el fin del reinado del horror de Lord Voldemort. Debía buscarlo a él.
Muchos podrían decirle que, si bien su actuar era loable, no así vital. Severus Snape estaba muerto, y eso no cambiaría por más que ahora se apresurara a la Casa de los Gritos.
Pero la realidad era que no lo hacía por la esperanza de que algo cambiara, sino porque sabía que era lo que estaba bien hacer. No podía simplemente unirse al festejo general cuando sabía que el cuerpo de ese hombre que les había estado protegiendo (a su manera y como podía, pero protegiéndolos al fin) estaba allí, tirado en el suelo sucio y frío como si fuera algo inservible o que no valía en lo más mínimo. No, simplemente no podía hacer eso. Debía ir por él y llevarlo junto al resto de los héroes caídos, para que tuviera una despedida digna como los demás. Como se lo merecía.
Avanzaba a gatas, la varita encendida para alumbrar su camino sujeta firmemente entre los dientes creaba sombras tétricas a su alrededor. Pero aun así no retrocedió, tenía un deber que cumplir en ese lugar y sólo se iría cuando lo hubiera cumplido.
A partir de determinado punto, el túnel empezó a ascender, y un poco más allá vio un resquicio de luz. Estaba cerca. Llegó a una especie de lámina de madera vieja que tapaba la abertura por la que se accedía al cuarto, la cual estaba levemente corrida hacia un lado dejando el espacio justo para pasar por ella.
La imagen que le recibió... no había palabra que pudiera describirlo realmente. Decir “horrible” sería quedarse corto por mucho. Severus Snape estaba tirado en un gran charco de sangre, su propia sangre; su piel, de por sí macilenta, estaba aun más pálida resaltando pavorosamente entre el revoltijo de túnicas negras.
Sin pensar mucho más, se arrodilló en el suelo antes de hacer aparecer un cuenco con agua y un pequeño paño suave. Sumergiendo el paño en el agua se dispuso a limpiar delicadamente el rostro del hombre luego de haberle apartado un mechón que le cubría. Todo en un solemne silencio de respeto… Hasta que un débil gemido lo rompió.
Pensando que simplemente se estaba imaginando cosas, sumergió nuevamente el paño en el cuenco teñido de rojo para ese momento, y volvió a repasar delicadamente por la herida abierta del cuello. El quejido se repitió.
-¿Profesor Snape? –Susurró – ¿Me oye?
No hubo respuesta, por lo que se agachó sobre el pecho del hombre, cerrando los ojos para concentrarse únicamente en escuchar algo. Un suave latido golpeaba contra su oído. Débil, casi apagado, pero aun allí.
Se irguió apresuradamente, y sin perder tiempo convocó su patronus pidiendo ayuda urgente. No tenía allí nada que le sirviera para ayudar a Snape, y sabía que perdería demasiado tiempo si iba a buscarlo y luego volvía. Había ido a la Casa de los Gritos con la idea de que se encontraría con un cadáver, por lo que simplemente llevaba su varita encima. Algo que tendría que servir hasta que llegara la ayuda que había pedido.
Empezó a realizar todo y cada uno de los hechizos de sanación que conocía, los ojos fijos en el rostro de Snape sólo se desviaban levemente para mirar hacia la puerta, rogando que el auxilio entrara pronto… Hasta que se dio cuenta que, aunque la ayuda llegara en ese mismo instante, no habría mucho que pudiera hacerse. Snape necesitaba eliminar aunque fuera parte del veneno que corría por sus venas; necesitaba sangre, fuerza, magia, y todo de manera inmediata. Y sólo había una manera de conseguir eso de manera inmediata… Pero no sabía si hacerlo.
El hombre volvió a emitir un débil quejido, suave como la de un gatito, pero que decía claramente cuánto estaba intentando aferrarse a la vida, a esa vida que siempre había sido injusta con él, dándole su peor cara… Y eso fue lo que le decidió a actuar. Severus Snape se estaba aferrando con la punta de los dedos a la vida, y no pensaba dejarle luchar solo.
En otro momento, tal vez, se arrepentiría de lo que estaba a punto de hacer. Tal vez el mismo Snape se lo reprocharía cuando estuviera consciente. Pero este no era el momento de pensar en qué podría llegar a suceder. Debía actuar rápido. El tiempo no estaba, exactamente, a favor de ellos.
Decididamente se puso a cantar lentamente la primera parte del ritual mientras tomaba ambas manos del hombre entre las suyas, manos que se sentían como dos trozos de hielo haciéndole estremecer, pero aun así no se detuvo.
Un ritual de alianza era lo único que podría mantenerlo fuerte hasta que llegara la ayuda que necesitaban, y luego mientras se recuperaba, ya que compartiría con él parte de su magia y energía, e incluso parte de su sangre cuando terminara el ritual, permitiéndole a su cuerpo afrontar la destrucción que el veneno estaba haciendo en su interior.
Pero así como el intercambio funcionaba en un sentido, también lo hacía en sentido contrario. Cuando el hechizo terminara y se encontrara sellado, parte del veneno del cuerpo de Snape estaría en el suyo también. Lo que significaba que si no querían ayudar al hombre por todo lo que creían de él y le dejaban morir, también moriría…
Después de terminar el canto, el rito exigía que ambas partes intercambiaran sangre y así se completaría y sellaría, pero no creía que eso fuera algo realmente recomendable en este caso, en el que Snape ya estaba prácticamente vacío de sangre. Un corte, aún el más pequeño, sería un perjuicio en su salud por demás débil.
Contempló al hombre por un segundo, pero fue suficiente para volver a reafirmar su resolución. Decididamente se inclinó sobre él y apoyó sus labios en la herida abierta y aun sangrante del cuello. Luego se levantó, pasando la lengua por sus labios antes de morderse con fuerza para hacerse sangrar, y nuevamente se inclinó sobre él, sujetándole el rostro con delicadeza y sin detenerse a pensar más depositó sus labios sobre los ajenos, sintiendo como su sangre empezaba a vibrar en su interior, y su magia y fuerza disminuían abruptamente.
Antes de caer inconsciente sobre el pecho del hombre, escuchó la voz de Remus Lupin gritando su nombre. La ayuda había llegado…
******
Severus Snape despertó lentamente sin saber dónde se encontraba o qué había sucedido.
Hasta donde alcanzaba a ver podía decir con seguridad que esto no era la Casa de los Gritos; las paredes eran de un claro color canela y había una ventana con cortinas blancas que dejaban entrar el cálido sol de la tarde. No era la enfermería de Hogwarts, ni San Mungo, de eso estaba seguro.
Pero también sabía que no estaba soñando o muerto, el horrible dolor en su cuello y el crujido de su cuerpo con el más mínimo movimiento eran prueba irrefutable de ello.
Así que eso significaba que había sobrevivido de alguna manera milagrosa, y que alguien lo había llevado hasta esa casa. Pero quién y por qué se estaba tomando todas esas molestias, era algo que escapaba a su entendimiento.
Aun así no se sentía con fuerzas para analizar nada ni ponerse a hacer teorías, estaba cansado, adolorido, y lo único que quería en ese momento era volver a dormir. Algo a lo que ese cálido cuarto invitaba tentadoramente.
En medio de la neblina del sueño, se encontró pensando que le alegraba haber sobrevivido si eso significaba quedarse allí, en ese lugar tranquilo lleno de una paz que hacía mucho tiempo no sentía. Le gustaba. Se sentía feliz…
Al menos hasta que se enterara lo que había sucedido, quién le había salvado y de qué manera. Hasta que se enterara que estaba unido total e irremediablemente de por vida a Luna Lovegood…
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DECISIÓN
FanfictionAunque sabía que después podía llegar a arrepentirse, el débil latido de aquel corazón le instaba a tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre...