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Siempre que le veía, las famosas mariposas aparecían en su estómago.

Revoloteaban y bailaban en su interior, dejando en evidencia su nerviosismo.

Al principio pensó que era del asco, que ese sentimiento en su abdomen eran ganas de vomitar, pero eso sólo eran mentiras que ni él mismo se creía.

Siempre que Hajime veía al albino, las mariposas le invadían; se ponía nervioso, no sabía contestar correctamente. Sus mejillas ardían y su mente se nublaba.

Pero eso no podía ser posible, a Hajime no le podía gustar un chico, de ninguna manera. Sus padres se lo habían dicho, eso era antinatural, asqueroso, patético, solo gente deplorable caía tan bajo. Él tenía que ser de los mejores, tenía que ser fuerte, talentoso, varonil, no podía ser un perdedor, no podía estar enamorado de otro chico.

Pero no podía evitarlo, cada vez que oía la voz del peliblanco, su piel se erizaba, cada vez que veía su pálido cuerpo, sus ojos esmeralda y su cabello como una nube. Él no podía controlar los latidos de su corazón acelerado, ni evitar sonrojarse, mucho menos huir de los sueños donde besaba esos finos y delicados labios.

Hajime se repitió a sí mismo miles de veces que no le gustaba, que en realidad le daba asco, que el albino era un rarito y él reaccionaba así por rechazó, que a él no le podía gustar alguien tan deplorable y extraño, con pensamientos tan distintos a los suyos. Pasaba las noches en vela pensando en él, en cómo le hacía sentir, quería negar lo innegable.

Se intentó convencer de que a él le gustaba su mejor amiga, lo había pensado toda su vida, se había mentido a sí mismo pensando que el motivo por el cual le agradaba pasar tiempo con ella era que le gustaba, pero sus cálidas risas no se comparaban a las del chico de pelo blanco; llenas de gracia y gentileza, sus suaves cabellos no eran como los del albino, esponjosos como la lana y blancos como las nubes. Con ella, no sentía esas mariposas... Esas dichosas mariposas.

Cuando estaba con el albino, todo su ser cambiaba, todo era distinto. Los nervios se lo tragaban, no sabía cómo actuar, qué decir, la presencia del contrario hacía que su mundo diera vueltas sobre sí mismo. Creando desconcierto en su interior y un vértigo en su estómago, era como estar en una montaña rusa .

Quiso matar a esas mariposas, quiso mentirse a sí mismo, lloró todas las noches que se quedó despierto pensando en él, odiándose a sí mismo por quien era. Sentía que había decepcionado a su familia, a sus amigos, que iba a perder a todos sus seres queridos, que no tenía derecho a ser feliz.

No pudo culpar al suertudo, incluso sintiéndose la peor miseria, no pudo culpar a aquel ángel que le sonreía tiernamente cada mañana para saludarlo, que le ayudaba en los estudios, que daba lo mejor de sí para ser de utilidad, no podía culpar a tal hermosa criatura de su propio pecado.

Pensó que si ignoraba ese sentimiento se iria, se olvidaría de él, pero las mariposas no murieron, sólo se hicieron más fuertes con el tiempo, pidiéndole pasar tiempo con el chico que le traía perdido, obligándose a dar la mejor imagen posible de sí mismo; intentando impresionarlo. Se odiaba a sí mismo, pero ver la sonrisa del contrario era la cura a todo su dolor... Era un rayo de luz en la oscuridad de su mente, se convirtió en su único objetivo, quería hacer feliz al albino. Era todo lo que le importaba.

Pasó el tiempo y las mariposas no se fueron, pero aprendió a controlarlas, a vivir con ellas, ya no eran un mar de nervios en el cual se ahogaba, ahora podía entender la belleza de ese sentimiento. La calidez en su corazón no hacía más que aumentar siempre que estaba junto a él, sentía que su felicidad no tiene límites, cada vez que él era la razón por la cual el albino se reía, todo su ser se llenaba de un sentimiento inexplicable: lleno de satisfacción.

𝓜𝓪𝓻𝓲𝓹𝓸𝓼𝓪𝓼 [One-Shot HinaKoma]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora