Nómbralo

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Oculto bajo la frescura del establecimiento, rascándose la sucia barriga y casi dormitando en la silla detrás de mostrador, llevó su índice a la nariz para rascarla profundamente, hurgando en cada rincón dejando que los largos y delgados pelos se enredaran o adhirieran a la piel de su dedo. Sus uñas largas, mugrientas rasparon por la cavidad hasta dar con el premio gordo. Extrajo un moco verde amarillento, flemoso y aguado. Hizo sus ojos en bizco por la cercanía en la que estaba el dedo de su cara, no tenía la suficiente inteligencia para alejar su dedo para permitirse admirar su secreción. Lo observó con un detenimiento digno de admirar, detectó cada color o variación. Por la manera en que el líquido semi-espeso se resbalaba cuesta abajo lentamente por sus falanges, dedujo entonces que, era muy fascinante. Paladeó ante un nuevo pensamiento surgiendo en sus penumbras, sus labios se abrieron a la expectativa, salivó. 

El dedo con la flema, porque sí, aquello no era un moco, era un puta flema. Se acercó temeroso, pero excitado a los labios, secos y agrietados llenos de pellejos. Un cúmulo de emociones se abrieron paso por el sudado pecho del joven, no recordaba el sabor de uno así, había pasado muchos meses sin rascar su nariz para encontrar semejante tesoro. El ápice de su lengua comenzó a sobresalir, gustosa cuál novia saliendo de la casa de sus padres para encontrarse con su amado a quien no había visto en una larga temporada. Los ojos miel de escasas pestañas, de párpados tan grasientos que competían contra las enormes bolsas inferiores de sus ojos que no merecían ni ser nombradas como ojeras, se cerraron con ceremoniosa lentitud. Jadeó, para aumentar la expectativa, ladeó incluso un poco su cabeza por inercia esperando el tan anhelado momento.

Su lengua sobresalió todavía más sin poder contener las ansias, iba a por todas, era su momento, nada iba a interrumpirlo. Sus mejillas ardieron cuando su lengua primeramente resbaló en el liquido que ya se había esparcido hasta los nudillos dejando un rastro gelatinoso y notable. No le importó, sus papilas respondieron con tal fuerza al sabor que incluso tuvo un escalofrío que le caló por todo el cuerpo haciéndole soltar una risilla tonta. 

— Buenas. — La voz de Armando al unísono de la campanilla de la puerta de la tienda le hizo volver a estremecerse, pegando un respingo y moviendo la mano y cabeza en un serpenteo brusco hasta que fue capaz de tomar el control, estrellando la mano contra su muslo, manchando el pantalón. La otra mano estaba contra el mostrador, guardando su equilibrio en la silla.

Cuanto odiaba a ese hombre. Lo siguió con la mirada, apartando los mechones lacios que le cayeron por la frente y le obstruían de juzgar con la mirada a través del grueso armazón negro con lentes de botella al espécimen que ni siquiera se había dignado a mirarle. Con los ojos entrecerrados y con el cuello extendido siguiendo como un feroz animal jorobado a su presa, Guillermo juraba que algo en ese extraño mecánico de espesa barba estaba mal.

Fácilmente lo comparaba con un ninja. La primera vez que lo vió, casi le daba un ataque de asma, pensaba que había visto un fantasma. No lo escuchó entrar, tampoco le vió hacerlo. Sólo estaba ahí, haciendo lo mismo que en éste preciso momento; paseaba con total elegancia por los pequeños pasillos, con la mirada gacha por su notable altura y observando con detenimiento los productos en los estantes, buscando algo en específico. Aquella vez estuvo a punto de llamar a la policía si no fuera porque cuando menos lo pensó el dueño de la refaccionaria al lado del pequeño badulaque para el que trabaja, entró llamando al individuo por su nombre dejando en claro que era un conocido.

Desde ese día, Armando iba más y más seguido, al principio tan silencioso y poco a poco, en especial cuando no estaba él sólo, solía saludar. Otros días el saludo entraba en lo amable y otros en los que cargaba una energía tan pesada y severa, que era mejor solo limitarse a atenderlo. Sin embargo, Guillermo no entendía de qué serie o novela para señoras cuarentonas lo habían sacado, ¿Cómo había llegado a su pueblo sin avisar? Cuando habló sobre él con sus conocidos (solamente sus padres y hermana mayor) nadie sabía a lo que se refería, que nadie nuevo se habían topado en los últimos meses. Intentaron convencerlo de que seguramente era un viajero, un conocido del señor Smith y qué sólo estaría una temporada o algo, que no tenía de que preocuparse por el hombre ninja con pinta de chulo. 

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