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Cuando tenía 7 años te encontré parado en medio de mi habitación, por alguna razón no me asusté, no sentí nada más que curiosidad.
Tu cabello era blanco con las puntas grises, estaba tan sucio que habían mechones duros; tus cuernos eran largos, tantos que tenían una curva que las dirigian a tus palidas mejillas, casi tocandolas con delicadeza.
Tus brazos y abdomen estaban llenos de pequeñas manchas rojas, o al menos eso pensé.
Eras tan serio y misterioso que cada segundo que pasaba mi curiosidad aumentaba aún más.
Así que nunca te solté y me decidí a conocer tus secretos, miedos y deseos.
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— ¿Cómo te llamas?
Silencio.
Esa siempre era tu respuesta.
Era algo tedioso seguir una conversación cuando sabías que la otra persona no tenía interés, podía simplemente ignorar tu presencia e irme a dormir dejando que tú te aburrieras solo. Pero era imposible ignorarte.
Es decir, nunca había conocido a alguien como tú, y no hablo de tu personalidad, (tal vez un poco) sino de tu apariencia.
No todos los días se conoce a un niño con cuernos y marcas en la piel.
— Yo me llamo Armin
Ambos estabamos en la sala, decidimos pasarla ahí porque compartía habitación con mi gemelo y no queriamos despertarlo.
Yo en definitiva no quería, Alexy era genial, tanto que podía caerle mejor a mis amigos y arrebatarmelos en el momento menos esperado. Los niños de 7 años creían que yo era un poco raro, aún no entiendo por qué.
En fin, a pesar de que sólo era yo el que hablaba tomamos algunas medidas para no despertar a nadie.
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