De insanias y demonios

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Todo cuanto pudo sentir fue luz y calidez a su alrededor. Como si estuviera siendo transportada en brazos de alguien que se afanaba en sostenerla como si fuese de cristal. Era una sensación agradable el sentirse arropada.

El sentirse a salvo.

Con esfuerzo logró abrir sus ojos y parpadeó lentamente un par de veces para acostumbrarse a la luz, levantando la cabeza para encontrarse con el perfil parcial de ese hombre que la había rescatado, medio oculto entre su frondosa cabellera negra. Extraño aspecto para un investigador, pensó. Uno de esos pensamientos ocurrentes sin más finalidad que la de alivianar el alma de alguien que tanto había sufrido. Como ella.

Luego, el vaivén de subir por unas escaleras y una tenue luz en una estancia bien aclimatada. No supo cuánto tiempo había transcurrido desde que su mente se viera enturbiada por esos simples pensamientos, pero en ese momento sintió que la recostaban con delicadeza sobre una cómoda silla acolchada.

Entre el silencio que sólo llenaban sus respiraciones pausadas le pareció escuchar de fondo, como lejana, una suave canción que, sin saber muy bien por qué, le hizo erizar la piel. Pero más que preocuparla como para prestar la debida atención, era como un algo molesto en su mente que estaba ahí, zumbando y agobiando.

Tal vez por todo el malestar y el sufrimiento que estuvo aguantando durante todo ese tiempo. La fatiga mental que llevaba acumulada y la tensión constante, que no le había permitido relajarse ni un minuto durante su cautiverio.

El sonido del desliz de la ropa la hizo parpadear más seguido para tomar constancia de la realidad, encontrándose con aquel hombre alto y de larga cabellera arrodillándose frente a ella para levantarle la barbilla y escudriñar su rostro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó. Su voz le seguía pareciendo igual de fría y severa y las facciones de su rostro permanecían inmutables, sólo mostrando aquella expresión adusta que no revelaba demasiado.

—C-creo que estoy bien —musitó Hinata, llevando su mano hacia su cabeza, donde una punzada de dolor pulsaba de vez en cuando, encontrando así su cabello sucio y apelmazado bajo sus trémulos dedos.

—¿Recuerdas lo que ocurrió? —siguió preguntando como si nada. A ella, esas preguntas le recordaban bastante a esos interrogatorios que hacían los investigadores para avanzar en su caso. Se le hacía curioso, pero se sentía ligera y tranquila frente a ese hombre, a pesar de su imponente presencia.

—Más o menos, s-sí. Recuerdo que un hombre muy extraño m-me secuestró y... ah —trató de seguir explicándose, queriendo ser más clara y concisa para ayudarlo, pero aquel dolor en su cabeza no la dejaba hablar con claridad. Cerró los ojos con fuerza y ejerció algo de presión con su mano para intentar mitigar esos molestos pinchazos, como clavos ensartándose en su sien.

Tras ese gesto de dolor angustiante que no pasó desapercibido para el hombre, Hinata vio cómo le estaba tendiendo la mano, esperando a que la aceptara para ayudarla a incorporarse con cuidado.

—¿Recuerdas mi nombre, Hinata? —siguió preguntando mientras se ponía de pie y la sujetaba por los hombros.

Ella levantó la mirada, queriendo observar mejor el rostro de su salvador. De aquel que había acabado con su sufrimiento. No podía estar más que agradecida, y mucho menos habría olvidado su nombre, aunque lo hubiera escuchado estando en un estado casi catatónico.

—M-Madara... Uchiha Madara dijo que se llamaba, ¿verdad? —le dedicó una sutil sonrisa, esperando que con ello él viese que no podría olvidarlo jamás.

Y ella ni siquiera sabía cuánta verdad habría en ese pensamiento...

Él le devolvió un amago de sonrisa, casi imperceptible.

Si mañana amaneceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora