De sugestiones y realidades distorsionadas

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"Si mañana amanece tú te irás de mi lado y empezará tu calvario.

Si mañana amanece ya no seremos los mismos y todo se habrá terminado.

Si mañana amanece te prometo mil cosas, y ninguna de ellas será de tu agrado.

Por eso, déjame estirar la oscuridad hasta el límite de la eternidad.

Quédate hasta que la perpetuidad nos carcoma el alma y nos haga esclavos del desenfreno.

Quédate porque así yo te lo ordeno, porque soy tu carcelero y tú mi flor del infierno.

Quédate para saciar este vacío, porque soy el dueño de nada y sólo anhelo tu aliento.

.

Porque si mañana amanece me aborrecerás hasta el infinito...

Y eso, yo no puedo permitirlo."

Salió de aquel recinto de oficinas, cabizbaja y abrazándose a sí misma

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Salió de aquel recinto de oficinas, cabizbaja y abrazándose a sí misma. La brisa húmeda que le golpeaba el rostro daba claros indicios de lo fría que sería esa noche y, para mayor pesar propio, la pena recaía sobre ella, sintiéndose inútil una vez más.

No sólo la habían despedido sin previo aviso con absurdas justificaciones, sino que, además, la reunión con sus ahora ex jefes para informarla de su cese, parecía haberse preparado deliberadamente a última hora de la tarde y, en consecuencia, ahora contemplaba cómo su único medio de transporte se perdía en la lejanía. Ni esos miserables cinco minutos que le habían concedido durante todos esos meses se habían dignado a ofrecerle por última vez.

Era el último de esa línea de autobuses y, para mayor desgracia, no pasaba ninguna línea nocturna por aquella zona. Todos sus compañeros ya se habían ido, pero, aunque aún quedara alguno rondando por allí tampoco se vería con el valor suficiente de pedir tal favor sabiendo lo que todos hablaban de ella en esa empresa.

Rara. Introvertida. Torpe. Tonta... A sus espaldas y entre cuchicheos, como si pensaran que así no lograría escucharlos.

Suspiró abatida bajando la cabeza, sintiendo cómo su tristeza daba paso a las imperiosas ganas de llorar. Cómo le hubiera gustado que le dieran una oportunidad para darse a conocer realmente, tal cual era ella. La dulce, amable y atenta Hinata. En una ocasión le dijeron que su extrema timidez podía resultar tan tentadora como abrumadora, y ella había tratado de luchar contra esa particularidad suya para no terminar agotando la paciencia de todo aquel que se le acercaba, teniendo la mayor parte del tiempo resultados negativos.

Era su forma de ser. Estaba claro que no podría remediarlo.

Por un efímero momento oteó hacia el interior del complejo laboral que abarcaba tanto oficinas como naves industriales, encontrándolo todo ya solitario y cerrado. Tampoco era una opción para ella buscar ayuda ahí, dadas las circunstancias. Alejada de todo y perdida en aquellas afueras de la ciudad, no le quedó más remedio que caminar hasta el barrio más cercano. Si no calculaba mal, a buen ritmo, en algo más de una hora podría llegar hasta allí y una simple llamada a un taxi desde alguna cabina telefónica la llevaría a su casa. Infundiéndose ánimos a sí misma comenzó a caminar para salir del recinto y dirigirse hacia un sendero de tierra que había en el lateral derecho del recinto, algo escondido entre la arboleda, que la llevaría a una de las carreteras principales. Había escuchado en varias ocasiones a algunos compañeros suyos decir que era un buen atajo, recto y seguro, pero fue poner un pie sobre la gravilla suelta del camino y contemplar el panorama que se le avecinaba que tuvo que pasar saliva para tragarse la pena y tal vez algo de temor, que se esmeró en camuflar muy bien arrebujándose en su abrigo violeta de entretiempo. Decidió que tener su bolso entre las manos y juguetear con la cremallera la haría sentir más tranquila y calmaría sus nervios, así que tomando una gran bocanada de aire se puso en marcha.

Si mañana amaneceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora