Prólogo

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Su nombre y el mío fueron anunciados en voz grave por el micrófono, pero el mío fue pronunciado con mucho más entusiasmo y admiración que el suyo. La luz de los reflectores me golpeaba en el rostro con agresión, haciéndome sospechar que estaba adentro de un sueño. No podía ver los rostros de los espectadores que aplaudían y celebraban mi victoria. Me sentí como el gladiador vencedor; el último de pie en el coliseo, siento alabado y festejado por bestias disfrazadas de aristócratas vomitados de dinero y estatus.

No sentía la más mínima satisfacción de haber ganado el primer lugar de aquella competencia ridícula y sin el más mínimo sentido. Mi vida no se iba a ver afectada de ninguna manera si obtenía o no el primer lugar en ese estúpido debate, que solo servía para gastar mi saliva. No tenía caso discutir sobre temas como la pobreza, el analfabetismo, o los conflictos religiosos con toda la astucia posible frente a un jurado y a una audiencia que se limitaba a quedar extasiada con el acto de discutir los problemas en lugar de resolverlos.

Me enfermaba el aroma de todos esos perfumes caros mezclados como un gas letal en el auditorio.

Si fuera por mí, si fuera por el viejo yo, jamás me hubiera metido en este tipo de tonterías que esta gente suele llamar “oportunidades académicas”. Al contrario, yo solía burlarme de la gente así, que solo encontraba sentido en su vida si obtenía un cien al final de cada semestre. Pensaba que eran ridículos, y que su existencia era irritante, arrogante, y completamente algo que no entraba en mis intereses.

Pero aquí estoy. Escuchando como pronuncian su nombre en segundo lugar, y el mío en primero.

Me veo obligado a sonreír, a estrechar la mano del obeso y sudoroso subdirector, que me felicita con una sonrisa enfermiza, de aquel que ve un costal lleno billetes frente a sí.

Después de la euforia inicial, bajo del palco que me sirvió de escenario esa noche, y me dirijo a las personas, para mí simples sombras sin nombre, que se apresuran a felicitarme y a llenarme de halagos que no me interesa escuchar. Agradezco con toda la cortesía de la que soy capaz y sonrío con esa encantadora sonrisa que mi padre me obligó a perfeccionar hace años.

Uno de mis antiguos profesores particulares, que vino hoy a la academia solo a verme, impresionado y sorprendido por la noticia de mi interés en participar en un evento como este, me intercepta y entablamos una conversación típica de aquellas personas que no se han visto en mucho tiempo.

Entonces, lo veo.

Se acerca con las mejillas ya tensas como producto de mantener durante tanto tiempo esa expresión de falsa satisfacción con el resultado obtenido.

-Señor Draccon, ¿cierto? – Pregunta mi antiguo profesor con cordialidad. - Muchas felicidades por ese lugar tan bien ganado. Me han fascinado sus argumentos, y la gran cantidad de información que usted poseía bajo la manga para atacar a mi querido Sullivan. – El hombre rió con voz grave y ronca, y me dio una palmadita en el hombro, orgulloso de haberse llamado en su momento institutor mío.

-Gracias, pero no me siento en posición de ser felicitado, ya que un segundo lugar no merece ningún tipo de elogio. – Louis Draccon me miró rechinando los dientes y clavándome todo su desprecio en una sola mirada.

-Vamos, muchacho, no seas tan duro contigo mismo, te aseguro que lo has hecho excelente. Aunque tengo que admitir que yo también estaría algo molesto. Dado que conozco a este jovencito desde que era solo un niño, sé perfectamente que puede hacer casi cualquier cosa de forma perfecta sin haber puesto el más mínimo esfuerzo, humillando así al que pone sudor y lágrimas en completar esa misma tarea. Pero no te lo tomes personal, así es él, y no creo que cambie nunca su desdén ante el trabajo duro de los demás.

Tu lado animal (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora