Parte 1

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El callejón era lo suficientemente estrecho para dos personas o bueno; en este caso, para mi y el cadáver que se posaba al frente mío. Su estética no era la más viva, ya se le veían los huesos en ciertas partes del cuerpo. Hacia sus otras partes elegí no ver: había comido hace poco y mi intención no era vomitar.

Estaba tan quieto el ambiente, con el cadáver aún ahí; inmóvil, que parecía que había entrado en los dominios de una serie de fotografías bien escondidas. Me moví muy lento; temiendo su repentino despertar. Nunca me habían enseñado como reaccionar ante un cadáver: soy un simple ciudadano... llegando de un simple trabajo. Pensé en llamar a alguien; pero, ya era muy entrada la noche y no quería verme involucrado en interrogatorios o asuntos complicados.

Tan quieto... tan quietos. El cadáver y yo...quietos. Nos miramos. Quedé sin palabras. Lo veo... veo hacia su interior: no hay nada, ni un rastro si quiera de un corazón.

«Algún día seré un cadáver». Me di un tiempo para perderme en algunos pensamientos.                                                           ‏
El ambiente  parecía ennegrecer, junto con mi cordura. «¿Es el miedo a la muerte la única excusa para vivir?».‏

El cadáver... que parecía percibir mis angustias, también parecía dispuesto a regalarme un abrazo; pero, no contaba con las fuerzas necesarias. Me acuclille frente al desconocido. Relajé mis piernas y las extendí; quedando frente a frente, en el callejón.‏

Le empecé a conversar, no era muy hablador. Aunque pudo haber sido que él tan solo estaba siendo precavido. Noté que ante un leve movimiento se le podía caer su mandíbula, que estaba mayormente desprovista de dientes.

Me aburrí de  conversar, ya que para eso se necesitan dos y no podía esperarlo más. Los muertos tienen todo el tiempo del mundo para seguir muertos; en cambio, los vivos estamos menos vivos a medida que sucede el tiempo.
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A pesar de que lo traté de animar en distintas ocasiones para obtener una respuesta; él no se animaba a reaccionar.‏

Se me ocurrió invitarle unas cervezas. Nuevamente no respondió así que rápidamente volví con dos botellas que compre en la botillería de la esquina, y esta vez me senté a su lado. Abrí la cerveza rápidamente y la acerque a mi nariz en la misión de embriagar mi olfato para disimular que no me importaba el olor que desprendía mi nuevo compañero de juerga. Creo que se dio cuenta. Nuevamente: no dijo nada.

Bebimos como locos..., la única complicación era que debía abrirle la botella y derramarle la cerveza en la boca. La mayoría del líquido caía... u osaba pasar por lo que se veía de su garganta, para posteriormente entrar en lo que quedaba de su carnalidad y seguidamente salir expedito al exterior por alguna abertura que tenia su cuerpo; la cual no era posible ver por su ropa. No le pregunté por detalles. Pareció captar mi sensibilidad.‏

Al ya acabarse nuestra cerveza, parecíamos haber forjado un hilo de confianza suficiente como para ser su nuevo confidente. Por momentos creí escucharle decir que no podía contener nada, que nunca más podría poseer algo para sí mismo. Se lamentaba. La muerte tenía como condición apartarlo todo: vaciarse... no llenarse. Ya no se podía permitir los excesos. Solo un deterioro sin agonía.‏

Me sentí un poco conmocionado. Le dije que en mi egoísmo había escondido una petaca de whisky para mi gozo personal. No era algo que podía ocultarle a alguien que estuvo dispuesto a escuchar largo y tendido mis incontables dramas de primer mundo. Trate de excusarme de la forma más profesional posible.                  ‏                           
                                                                                —Sin esto no soy capaz de dormir —le dije, mostrándole la petaca.‏

Derramé todo el whisky sobre su cuerpo,  quizás debería decir... sobre el cadáver. Pensé que le iba a hacer gracia mi repentina ocurrencia, pero no parecía esbozar sonrisa.   Tampoco dijo nada. Volvió a ser un cadáveréde pocas palabras. Me disculpé.‏

Nuevamente no sabía cómo levantarle el ánimo así que trate con otra cosa. Me interesé por saber un poco más sobre su vida. Le hice las típicas preguntas que le hago a alguien por quien finjo tener interés. En este caso, mi interés era genuino y de una intención bastante amable.

—¿No ves que estoy muerto? —me replicó—, ¿O no lo estoy? No veo. No tengo ojos. —Era verdad. Ladeé lo suficientemente mi cabeza para confirmarlo: sólo habían unas cuencas, vacías.‏—Jajaja —me reí.

—Jajaja— me reí. No sé si era la reacción que esperaba provocarme pero de igual manera me causo gracia.‏

Llegué a la conclusión de que no podía tratarlo como a cualquier persona, así que si al preguntarle sobre su vida era por lo bajo descortés; decidí preguntarle sobre lo contrario a la vida.

—¿Cómo es tu muerte? ¿Le temes a la vida? ¿Te gustaría estar muerto por siempre?
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Era la primera vez en mi vida que estas preguntas salían de mi boca y al mismo tiempo se las decía a alguien... o algo. De forma repentina los latidos de mi corazón se aceleraron. No tengo idea la razón.
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Ya en confianza y haciendo las preguntas con sumo cuidado me contó algunos secretos sobre su condición, y de súbito me preguntó si podía llevarlo a un cementerio.
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Pensé que su intención era encontrar a otros de su tipo. Que ya le estaba aburriendo «este vivo». Que «este está muy vivo» o yo que sé. Le comenté que en ese lugar los cadáveres llegan para permanecer muertos bajo tierra y que su tiempo en la superficie es limitado y vigilado. Que tendría que escarbar porque yo ya estaba cansado como para ayudar. Agregué que tampoco lo veía a él con muchas fuerzas como para ir de aventuras. Sentí una risa.
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Me emborraché con un cadáverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora