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Después de lo que pareció un par de horas, estando ya más calmada, Astrid se empezó a preguntar que haría ahora. Si moriría en las manos de ese chiflado. Hacía un rato que oyó lo que pensaba que era la puerta principal cerrarse. Quizás Jeff la abandonaría a su suerte encerrada en una habitación, haciendo que muriese de deshidratación. A cada segundo que pasaba se ponía más nerviosa. Entonces oyó de nuevo la puerta, seguida de pasos. Pero... Parecía que no estaba solo.

Miró alrededor de la habitación, en busca de algo con lo que defenderse en caso de que intentase hacerle algo de nuevo. Se le ocurrió otra idea al fijarse en la silla del escritorio, pensó en que quizás podía ponerla en la puerta para evitar que entrase, pero la desechó rápidamente ya que las ganas de ir al baño estaban empezando a ser imposibles de ignorar, así que tendría que cooperar para ver si lograba convencerlo para que la dejase ir. Además, puede que encontrase alguna manera u oportunidad de escape. O quizás alguna idea aunque sea.

El sonido de la llave la alertó, haciendo que se pusiera de pie, tomase la silla y se situase en una esquina. 

Pero cuando la puerta se abrió Jeff no estaba, sino otro hombre. 

Tenía pantalones y sudadera gris, la capucha le cubría la cabeza, pero algunos cabellos castaños todavía eran visibles. Tenía la piel gris. Pero eso no fue lo que más la extrañó, sino la mascara que le cubría la cara. Era azul y solo tenía pintada (o eso parecía) dos círculos negros donde deberían estar los ojos. Estos soltaban un liquido negro.

Se quedó parado unos momentos, seguido de un suspiro. Se giró, puso las manos su cintura y dijo:

— ¿En serio, Jeff?

— ¡Estaba borracho, vale! Ahora lo único que podemos hacer es divertirnos todo lo que podamos.

El hombre misterioso volvió a suspirar, y se dio la vuelta de nuevo, pasando y cerrando la puerta por su paso. Una vez solos, Astrid se encogió, temerosa de lo que iba a hacerle. Lo que más le sorprendió desde que llegó aquí (aparte de la cara de Jeff) fue como simplemente se sentó sobre su cama, colocando sus brazos tras su cabeza, estirandose.

—  Escucha, ¿vale? No te voy a hacer daño, eso tampoco significa que te vaya a ayudar a escapar, esto es cosa de Jeff, soy Jack. ¿Entendido? —Ella, confundida pero aliviada asintió lentamente — . ¿Y cuál es tu nombre?

— Astrid

Unos segundos pasaron en silencio, Jack mantenía su cabeza en su dirección, si la estaba mirando o no era un misterio por la mascara que llevaba.

— Mmmm — dijo mientras se ponía de pie, llevándose una mano a la barbilla —. En seguida vuelvo—. Salió de la habitación, cerrando la puerta tras de si. Desde donde estaba, Astrid podía escuchar unos mormullos, seguidos de unos pasos y después de lo que ella suponía que era la puerta principal cerrándose. 

A pesar del miedo que tenía, con el paso del tiempo Astrid tenía cada vez más la necesidad de ir al baño, si no salía de ahí e iba al baño pronto ocurriría algo de lo que ella no está orgullosa. Eso sí, aunque estuviese apunto de morir nunca le pediría ayuda a su secuestrador, aunque el pensamiento de que quizás tendría que pasar un tiempo indefinido en una habitación enana, y con una ventana que no se podía abrir con el olor de su propia pis (y quizás algo más) le asqueaba, tentándola a hacer algo que su propio orgullo no le permitía a pesar de que la poca dignidad que le quedaba estaba en juego.

Su debate entre si debería o no pedir ayuda para ir al baño fue interrumpido por la puerta abriéndose, haciendo que nuestra protagonista saltase en su sitio y se pusiera alerta.

Entonces en el marco apareció Jeff, con los brazos cruzados y mala cara, esto no hizo más que preocupar a  la pobre chica. La miró de arriba abajo, y sospechó algo que empezaba a ser obvio por la compostura de la chica que había secuestrado. Entonces se dio cuenta, abriendo un poco los ojos cuando le golpeó.

Come with me | Jeff The KillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora