Parte Única

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El salón de ciencias. Un laboratorio cualquiera que solía ser un lugar solitario. Paredes blancas, lavaderos, mecheros antiguos y productos químicos con la etiqueta de: No tocar, peligroso. Siempre me pregunté por qué estaban ahí, ¿qué hacían ocupando espacio, si ni siquiera podías usarlos? El profesor de química frecuentemente decía: "pronto los utilizaremos". Eso nunca sucedió. Me gradué de la escuela, calmando mi ansiedad conforme pasaban los días, sabiendo que aquel día nunca llegaría.

Eso era absurdo, como el amor.

Otras de las preguntas que habitualmente me hacía a la hora de dormir, era "¿Qué significa verdaderamente el amor?". Ya saben, uno de esos típicos debates mentales que hacemos cuando el insomnio parece no querer huir de nuestro cuerpo. Sin embargo, luego de observar con detalle a infinidades de parejas como un novato, leer sobre ello en diversos diccionarios e internet, había llegado a una simple, y probablemente cruel, hipótesis.

Tentador, ansioso, cautivante, ¿egoísta?; te envenenaba lentamente, aguardándote con la guardia baja para el golpe final. Decían que era maravilloso, y en un principio no podía creerlo, había estudiado para saber que sencillamente no lo era; pero finalmente, caí en cuenta que la lógica no era suficiente, y pude concordar que era así, fascinante. No sólo era tonto acercarse a algo que instintivamente te hace daño, sino que era peor escapar de algo que te haría feliz, sin importar que. Sólo había que encontrar la fórmula secreta, que te dijera que era lo correcto.

No encontré esa fórmula. Me lancé sin pensar, sin detenerme a razonar ni un poco. Honestamente, no sabía lo que estaba haciendo, ni siquiera sabía que estaba sintiendo; mi corazón experimentó una extraña calidez, tan reconfortante, rocé la locura por un par de segundos y mi estómago se revolvió con tan sólo una ingenua mirada.

Pese a que era considerado alguien muy inteligente, yo conocía lo torpe que podía llegar a ser si no estaba realmente concentrado. Esta vez, no fue la excepción. Aunque, me gusta apreciarla como una bonita ocasión.

Tenía la intención de hacerle unas cuantas preguntas al profesor de química sobre un informe que debía de entregar en unos días. Me topé con un par de personas que me indicaron que la última vez que lo habían visto, había sido en el laboratorio; por lo que algo distraído con una bolsa de galletas en mis manos, me encaminé a la sala del cuarto piso, chocando de frente con un estudiante. Él agarró mis galletas en el aire, sonriendo al instante en que me pilló mirándolo.

Parpadeé cientos de veces, incapaz de creer que semejante arte fuera parte de la monótona escuela. Nunca lo había visto, aunque claro, sabía que eso posiblemente se debía a que nunca quitaba mi mirada del pizarrón y tenía pocos amigos. Joder, era tan hermoso como una noche de lluvia de estrellas. Él relucía encantadoramente en su delantal blanco obligatorio para entrar al salón de ciencias. Sus pequeños ojos brillaban, algo tímidos y de un peculiar color marrón. Ese precioso destello era comparable como un magnesio expuesto al fuego. Su cabello se veía tan hermoso, era azul, obviamente teñido, pero le quedaba tan bien que no importaba cuantos tóxicos hubiera, seguía siendo lindo. Fue algo tan fugaz, tan mágico, que no supe qué hacer. Aunque tal vez yo exageraba, algo normal en mi.

Me entrentó la bolsa de galletas y no dijo nada luego de eso, yo tampoco fui capaz de articular una palabra, completamente ensimismado con su presencia y con el aroma cítricos que desprendía.

Por primera vez en la vida, me dije a mí mismo que no podía quedarme de brazos cruzados. "Lee Minho, vas a cumplir los dieciocho años pronto, eres guapo y lo sabes. Además, tienes que dejar de depender de los consejos de mamá"— me repetía cada mañana frente al espejo. Tuve que consolar a mi madre luego de que me escuchara a escondidas, quien al parecer ya me veía fuera de casa y casándome. Supe que todavía necesitaría de sus reflexiones, pero no tanto como antes.

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