Inmarcesible.

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I

Despertar de ojos abiertos.

-¿Sigues teniendo sueños extraños? -Decir que eran extraños no sería la definición exacta de los mismos, o la correcta.

Ciertamente, pero por mucho que tratara de explicar los caracteres de los mismos, siempre caerían en el tópico de la extrañes.

-No, últimamente ni siquiera los recuerdo, -Más que una vil mentira saliendo de mis labios eso era seguro, pero como en su mayoría unas anotaciones en su libreta azul y sus comentarios no tardaron en llegar como balas dando en el blanco.

Todo era lo mismo de siempre, como las agujas retrasadas del reloj, junto a la mimesis de mi postura y la suya sobre cada una de las sillas de cuero negro y gastado, pensar que antes las consideraba elegantes era ridículo en ese punto que solo me daban grima al tomar asiento en una de estas.

-¿Cuál es tu ultimo recuerdo de ellos? -Pregunto con serenidad, esa que portaba como los títulos detrás suya en la pared blanca y brillaban.

Resaltando en la habitación como una estrella a punto de golpear la tierra.

Tome aire, en realidad aun sabiendo que las sesiones se trataban de recodar me negaba a ello, tanto mi yo sentada en la silla como mi subconsciente, resguardando de lo poco moral que apenas tocaba mi alma rota.

-No lo sé, no lo recuerdo -No deseaba recordar.

¿Por qué?

Porque dolía...

Y el dolor no era agradable.

-Hablabas de tu madre, como te sentías en ese momento -Luche con mis emociones en caja a punto de salir, no quería recordar ni pensar, pero estaba obligada a ello continuamente.

-Mi madre nunca dice nada, ni siquiera cuando pido que lo haga, ella solo... -No desea comunicarse ni una vez... Sin importar cuanto grite bajo el agua.

-La hora terminó, y creó que ya hemos aclarado que a este punto deberías confiar en mí, -Asentí antes de marcharme.

Maldiciendo la forma en que siempre lograba ver tras de mí, pero darle más importancia de lo que ya era estando lejos de un par de ojos a través de gafas pesadas de moda sería insulso, no era participe de lo ridículo, mucho menos de los recuerdos que intentaba borrar, solo sucedía sabiendo que el sol saldría por la mañana y como cada día repetiría en voz alta.

-Que mamá muriera no fue culpa mía.

II

Como Pétalos Marchitos.

Mi madre era hermosa, casi sentía que pertenecía a los mismos cielos, cabello largo con ondas tan claro como el trigo, un par de ojos azul cielo que no daban margen al error, a menudo era comparada con una muñeca, aunque cuando niña fui yo su muñeca llena de lazos rosas como el cliché, sin embargo su piel no se vio más blanca y tersa que ese día de verano en particular, se me había hecho tarde aun cuando el sol todavía no se ocultaba la casa estaba fría, y yo tan sudada como si hubiera venido de una tormenta voraz, llame a mi madre desde el salón, de la cocina hasta la segunda planta, nunca respondió sin importar que tan fuerte fue mi llamado rebotando en las paredes, recuerdo el sonido del agua al abrir la puerta del baño, como se desbordaba la tina, y tú allí tan blanca y con ojos saltones como los diamantes que eran si vida, la sangre en la tina producto de tus muñecas cortadas, ya no hubo gritos ni nada que yo pudiera hacer, a menudo me siento en la tina sumergiéndome como te encontré, recordando como tu belleza había quedado plasmada hasta la muerte.

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