Capítulo único

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Era una noche de enero cualquiera. Mi novia lavaba los platos que quedaron de la cena, mientras yo encendía el equipo de música para que se vuelva la banda sonora de esa noche. No era una ocasión especial, pero me gustaba pensar que la música me acompañaba en mi vida, así como a los personajes en las películas.

Una melodía suave y arrulladora comenzó a salir de los parlantes del equipo, me pareció lo mejor para esa noche, el día había sido lo suficientemente ajetreado como para desear que acabara.

Miré a mi novia que aún lavaba, con su bonito vestido azul. La contemplé unos segundos, fantaseando sobre el matrimonio, hasta que decidí que si mi hermano pudiera escucharme me golpearía hasta el cansancio por eso. Nuestros padres estaban divorciados hacía ya varios años, obligándonos a pasar por situaciones horribles, dejándonos como secuela, un rechazo casi fóbico al casamiento; inclusive en mi hermana menor, que solo había visto un 10% de lo que vivimos con mi hermano mayor. Sonreí por la situación que cree en mi cabeza: de mis hermanos golpeándome en el suelo, luego de informar sobre mi matrimonio, para luego olvidarla y dirigirme a la puerta de cristal que daba al patio trasero. Sabía que eso no sucedería nunca. Todos lo sabíamos.

Cuando salí, el lugar se encontraba iluminado por una tenue y agradable luz blanca. Caminé hasta el centro del patio, de espaldas a la puerta, escuchando el cantar de los grillos, que parecían querer competir con la melodía proveniente del interior de la casa.

Me quedé absorto en el momento, hasta que algo en mi mente me hizo notar que llevaba algunos minutos ahí sin enfurruñarme por las pequeñas polillas enredándose en mi cabello, atraídas por el bombillo junto a la puerta. Giré a verlo, estaba apagado. Fruncí el entrecejo, tratando de entender de donde provenía la luz que iluminaba el lugar. Comencé a mirar hacia arriba, de lado a lado, buscando un fuente de luz. Nada.

—¡Parece de película!— exclamó alegre mi chica, de pie en el umbral de la puerta. No me miraba para hablar, sus ojos estaban enfocados en el cielo nocturno.

Miré en la misma dirección que ella y ahí estaba, la respuesta a la iluminación del patio: una luna llena en todo su esplendor, en ese cielo totalmente despejado. Era una imagen digna de ser retratada.

Sentí cómo dos brazos se envolvían en mi cintura. Automáticamente rodeé sus hombros, sin dejar de mirar el cielo, tirando de la comisura de mis labios en una sonrisa, por puro instinto. Tardé unos segundos en lograr algún movimiento de mis músculos; me encontraba en paz, no quería arruinarlo, pero debía hacerlo, tenía a una bonita chica enredada en mis brazos y no podía seguir desperdiciándola.

La observé unos segundos. Parecía que la luz de la luna iluminaba cada facción de su rostro, todos los que me cautivaban. Sus grandes ojos negros brillaban espléndidamente y su sonrisa tenía ahora un aspecto perlado. Me arrebataron los deseos de besarla, así posé mis labios en su mejilla. Ella giró el rostro para quedar enfrentada al mío, cerró los ojos y la besé suavemente. Al terminar el beso (ella, porque no estaba en mí separarnos nunca), suspiró profundamente, como reuniendo fuerzas, con los ojos aún cerrados, dando un paso hacia atrás. Yo no la liberé del abrazo, ella sonrió y me miró a los ojos, posando sus manos en mi pecho. Estoy seguro que me indicaba sutilmente que se quería alejar un poco, pero yo me negaba a hacerlo. Ella entrelazó sus manos a las mías para llevarlas a nuestros costados, dio un paso atrás, dejando espacio suficiente entre nosotros para que al tener las manos entrelazadas podamos tener extendidos nuestros brazos.

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