Narradora Omnisciente.
Theo llegaba de vacaciones hoy a la hacienda, sus padres habían considerado buena idea que su hijo menor fuera de visita a la casa del abuelo.
Todas y cada una de las veces en las que cuestionó a sus progenitores tal decisión, ellos aseguraron que su abuelo le extrañaba, lo cual tenía certeza él era una completa mentira. A sus cortos 8 años de edad se había convertido en un excelente actor, lo cual conformó cuando lo pescaron escuchando una conversación ajena y acabaron creyendo su inocencia.
- ¿No ves que está fuera de control? - Cuestionaba su padre con voz cansina- Hay que mandarlo a casa del abuelo, ¡Tiene que aprender de alguna forma!
- ¿Te parece que funcionará? - Su madre ponía en duda las palabras, puesto que conocía a su hijo y sabia los altos niveles de terquedad que cargaba encima
- ¡Claro¡, vas a ver que su mal compartimento va a desaparecer cuando vuelva de las vacaciones.
Claudia no entendía la razón por la cual su esposo estaba tan seguro, pero decidió darle el beneficio de la duda. Antes de responder sus ojos se fijaron en la mata de cabellos castaños que iba por el pasillo, por lo cual no dudó en ir a inspeccionar.
Theo había captado la mirada de su madre antes que ella fijara su mirada en él y había emprendido nuevamente su camino a la cocina y al escuchar el repiqueteo de los tacones no dudó en poner su mejor cara de sueño.
- ¿Qué haces aquí, Theo? - La voy dulce de su madre le obligó a detenerse, iba a verse sospechoso de otro modo
-Iba por agua, desperté con sed. - Se felicitó internamente por el sueño que invadió su voz, dándole credibilidad ante los ojos de su madre, quién a pesar de no estar totalmente segura le dejó partir sin una palabra más.
Al bajar del auto hizo una mueca de espanto, había un enorme caballo mirándole de frente. En realidad, no era tan grande, pero la pequeña estatura del niño lo hacía pensar que el caballo era un gigante.
Para su espanto apareció otro, ambos lo miraban como si lo analizaran, pero ya no le daba miedo. Optó por analizarlos igual, el primero, quien lo había recibido era el más alto, tal vez media 1.69 o quizá más, era de color marrón con la cresta y cola en color negro y patas blancas de los tobillos para abajo. Ni muy flaco, ni muy gordo, tenía apariencia de ser fuerte y veloz. El segundo caballo parecía sacado de una revista de moda animal, era completamente blanco y el color de la cresta y cola era un rubio casi blanco, al igual que el otro no era ni gordo, ni flaco. Ambos parecían recién bañados y lo miraban moviendo sus orejas, pareciendo un saludo.
Él no estaba en contra de los animales, pero no era alguien rural. Venía de la ciudad y para él eso era supremamente extraño, ¿Se comportarían así todos los caballos? Esa duda se clavó en lo profundo de su mente.
-Les agradas. - Una voz áspera lo hizo mirar al costado. Había un viejo, parecía que acababa de revolcarse con vos cerdos, porque estaba muy sucio, todo lo contrario, a los hermosos caballos. - Nadie les agrada- continuó- Considérate con suerte. - Theo asintió, aquel hombre no parecía ser su abuelo. - Hola, por cierto. Soy hermano de tu abuelo, ya me estaba yendo, un gusto en conocerte. ¿Te llevo a la casa antes de irme?
A pesar de la mala impresión que le dio el hombre, resultó ser alguien muy amigable. Cuando llegaron frente a una casa enorme el hombre se despidió con un breve saludo y se retiró, tal como había dicho antaño¹.
La casa era enorme desde donde él estaba, contaba con dos plantas con muchas ventanas, una gran entrada principal de dos puertas rústicas color barniz y un aparcamiento de aproximadamente cuatro lugares. Se extendía al fondo y costados de forma imponente, reclamando atención y denotando la buena posición económica que tenían al construir la casa.
Se escuchaban ruidos de máquinas y recordó entonces cuando su madre le contó que su abuelo practicaba tanto ganadería como agricultura en estas tierras. El recuerdo pasó a segundo plano cuando un mosquito pasó cerca suyo, siguiendo la senda que salía de la hacienda.
- ¡Hasta que apareces, te esperaba! - La apenas conocida voz de su abuelo hizo que voltease a verlo, dejando escapar de su mirada la gran máquina. - Ven aquí pequeño. - Sin dejarlo avanzar su abuelo lo envolvió en un cálido, pero asfixiante abrazo. Como pudo lo rodeó con sus pequeños brazos por el torso al tiempo que pensaba "Este va a ser un largo verano. Sin duda, muy largo."
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