Narradora Omnisciente.
Luego de casi morir asfixiado en su exagerado abrazo, el abuelo lo condujo dentro de lo que él consideró su castillo, lo llevó a una habitación del segundo piso y le expuso a mano firme las reglas a cumplir en su estadía.
-Regla número 1, luego de la cena todos a dormir, regla número 2, nada de salir a los establos en la noche, regla número 3, no te quiero holgazaneando. ¿Entendido?
-Si, abuelo.
Estaba claro que no pensaba hacerle caso en todas esas tontas reglas y su abuelo estaba ligeramente al tanto de ello, aunque como era de esperarse no hizo nada al respecto realmente.
Él era un hombre de 63 años, de cabello blanco puesto que creía que el tinte envenenaba su cabeza, ya estaba todo arrugado pero que aun así mantenía en buen estado su cuerpo, él siempre tenía todo bajo control y reprochaba a su hija por no haber heredado eso suyo. Estaba al tanto de que su nieto estaba ahí por mal comportamiento, pero creyó inútilmente que por estar en una casa ajena se comportaría.
Antes de la cena ya le había hecho un enorme y extenso tour a Theo sobre todas las instalaciones, que como objetivo real tenía cansar al niño más que informar de donde estaba. La cena transcurrió de forma lenta y aburrida para el joven Theo, que había sido despojado de todos sus "Aparatejos", como los llamó su abuelo. Luego de cenar Theo se aseó ante la controladora mirada de su abuelo y posteriormente se fue a dormir, sintiéndose hostigado por la presencia de su abuelo.
Cuando el abuelo se retiró Theo contó casi una hora hasta que se apagó la última luz y se marchara el último coche, y al ocurrir eso una de las tontas reglas de su abuelo resonó en su cabeza como una invitación "nada de salir a los establos en la noche".
Una sonrisa traviesa se adueñó de su rostro y con la ruta a los establos en su mente abandonó la habitación. Recordaba todas las piedras pequeñas y los pastos con pequeñas espinas que habían de camino a los establos, por lo cual optó a llevar los zapatos en su mano.
Corriendo casi imperceptiblemente, recorrió la segunda y primera planta con emoción hasta llegar a la puerta trasera de la cocina, que tenía una pequeña puerta para perros a pesar de que allí no había perros. Salió por ahí feliz de ser pequeño y poder pasar.
Cuando se puso bien los zapatos emprendió camino hacia los establos, y a paso ligero se acercó a su objetivo, regañándose internamente por no haber traído consigo una linterna o algo similar. Observó como los caballos relinchaban de forma ligera pero feliz cuando dos de ellos salían de sus corrales de un elegante salto. Él permanecía escondido detrás de algunos bloques de heno ubicados en la entrada del establo.
Theo observó con asombro como esos dos caballos que lo habían recibido agitando las orejas se fugaban del establo como si de una pareja de jóvenes amantes se tratara, y se fijó como meta de su fuga el descubrir hacia donde iban esos dos.
Llegaron entonces a una especie de claro, donde pudo apreciar como acariciaban sus narices uno frente al otro, dando una hermosa imagen que se lamentó al no poder capturar, ya que con la luna en su máximo esplendor y las ramas del arbusto donde se encontraba haciendo de marco quedaba genial.
Y cuando pensó que no podía sorprenderse más, ocurrió lo impensable.
Pudo apreciar como de los cuerpos de los caballos comenzaron a salir alas que dejaron pequeños a los cuerpos de ambos animales.
Y como si le estuvieran dando una orden, se levantó de un brinco y caminó hasta ambos animales con paso firme y corazón palpitante.
Y al identificar ambos pegasos estando a escasos metros, lo único que salió de su boca fue;
- No son Leyenda.
Fin.
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