capítulo único

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Callaíta

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Los restos de deseo que se habían enfriado, vuelven a arder como si les hubiera rociado gasolina

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Son las cuatro de la madrugada en argentina y en la habitación número 104 del hotel donde la selección japonesa reside desde hace dos días, no se escucha más que la acompasada respiración de Aran, profundamente dormido, soñando que es un entrañable abuelito de 78 años viviendo en los Alpes Suizos junto a Kita, rodeados de grandes vacas (que mugen muuushiwaka, shiramuuu y tendmuuu), simpáticos gatitos (que maúllan kenmiau, miaurisuke y miauinouke), inofensivos cuervos (que graznan hinakaatahinakaata, baakaageyamakaaa y yamakaaguchikaa), búhos simpáticos (que ululan buu-uukuto, konouu-uuha y akaauu-uushi) y cinco zorros domesticados que tienen un parecido abrumador con Suna, Osamu, Atsumu, Ginjima y Akagi y que aúllan a la vez y no hay quienes les entienda.

Aun así, es un sueño increíble. Las risas hacen eco, todo parece teñido de rosa palo, la felicidad se respira en cada bocana de aire y las vacas dan una leche increíble. Y Aran no quiere despertarse. Tampoco quiere olvidarlo porque Kita, con el paso del tiempo grabado en cada arruga de su rostro y el cabello blanco como la nieve, sigue siendo precioso y su sonrisa continúa iluminándole igual que el sol.

Pero (cómo odia esa palabra), justo cuando él está abrazándole y a punto de susurrarle algo al oído, un sonido irritante desmorona su sueño, haciéndolo desaparecer con la facilidad con la que desparece la llama de una vela en mitad de la ventisca.

Gruñe, arrugando el ceño, volviéndose consciente de cada músculo de su cuerpo a medida que se encoge bajo la sábana. La canción que puso como tono de llamada (fly high, del anime que hicieron del exitoso manga de Tenma Udai) sigue reverberando por la habitación, acompañado de la vibración. Aran se cubre por completo con la sábana y se da la vuelta, dándole la espalda a la mesita donde descansa su móvil. Quiere volver a los Alpes Suizos donde le espera Shinsuke, pero, el estúpido cacharro suena y suena, alimentando su impulso de lanzarlo por la ventana abierta.

Al tercer toque, Aran ya no puede más y suelta un lloriqueo, deshaciéndose de la sábana para luego girar sobre la cama, abriendo sus ojos para clavarlos en el techo, como si de ahí bajara la respuesta a la pregunta de qué cosa tan mala he tenido que hacer en mi vida pasada para merecer esto. Estira con desgana su brazo para alcanzar el móvil, frunciendo el ceño y entrecerrando sus ojos cuando la iluminación le golpea directamente el rostro.

Con la visión algo borrosa, suelta un resoplido cuando ve la hora antes de descolgar con fastidio y llevarse el móvil a la oreja.

— Dime, por favor, que no estan otra vez en el hospital o calabozo. —Es lo primero que pide, con la voz ronca por no gastarla, mientras se frota el rostro con la mano.

No, pero como les ponga la mano encima, acabaremos en un tanator-¡HOSHIUMI, JODER, BÁJATE YA DE LA PUTA LÁMPARA! ¡NO ERES UN MONO, COÑO! —Ojiro (que ni se sorprende) aleja el aparato de la oreja cuando Iwaizumi estalla al otro lado del móvil; de fondo, puede oír el eco de la canción Si veo a tu mamá de Bad Bunny, los gritos en español y japonés y también las quejas de Korai, con más alcohol en venas que sangre, negándose a bajar porque es el nuevo Tarzán-asiático-albino en busca de su HiruJane Sachiro (o algo así).

¡Iwaizumi-san! —Pocos segundos después, la voz de Gao se hace oír entre el bullicio—. ¡Hinata dice que no piensa irse de aquí hasta que cante La Canción en portugués!

Callaita; atsuoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora