Al poner un pie dentro del hospital, Horacio ya quiere irse. Las paredes blancas lo agobian, tiene el corazón en la garganta y una preocupante presión en el pecho. Siente un sudor frío atravesar su espalda, y los tobillos hinchados.
Su instinto dice que corra, que huya. La experiencia le ha enseñado a dudar de la mayoría de los doctores, más que todo aquellos que lo tratan demasiado bien. La última vez terminó enamorándose de un miembro de una mafia.
Su hermano, Gustabo, se reiría de ese pensamiento, y se le forma un nudo en la garganta al recordarlo. No está muerto, no realmente. Pero la última vez que lo vio, estaba hasta la coronilla de antipsicóticos, repitiendo una y otra vez "¿qué me han hecho?". Hecho bolita en una cama de un neuropsiquiátrico, hamacándose suavemente.
Y es su culpa. Si tan sólo hubiera podido ver las señales, los gritos invisibles en sus palabras, en su forma de actuar. No hay más culpables que él mismo, y por eso está aquí ahora.
Tiene que enmendar todos sus errores antes de poder irse lejos, muy lejos. Comprende que no importa hacia donde vaya, porque los recuerdos lo van a seguir persiguiendo. Ese será su castigo, su maldición.
No duda estar maldito. Mientras avanza por las diferentes áreas del hospital, es consciente de cada paso que clava sobre los azulejos grisáceos. Se acerca cada vez más a la última pieza que lo ata a Los Santos.
La ciudad que lo impulsó a crecer, a cambiar. La que las sacó de la pobreza a él y a su hermano, y que tantas muertes presenció. Tanta sangre derramada de inocentes en su suelo, tantas balas perdidas en el horizonte. La tierra que una vez llamó hogar ahora grita en cada esquina que es un traidor, que es un maldito asesino.
Quería ser un héroe, y con cada paso que da se desanima más. No consiguió nada de lo que se proponía, sólo arruinarle la vida a los que tenía alrededor.
Llega hasta la habitación y entra antes de poder arrepentirse. Es individual, y demasiado lujosa para una persona en un hospital, piensa Horacio al entrar.
En la camilla impoluta se encuentra Victor. O bueno, lo que quedó de él. Lo atravesaron dos balas hace menos de 72 horas, y se nota. Su piel generalmente pálida está plagada de hematomas violetas y amarillentos. Muchos se concentran en su mejilla derecha, justo del lado donde cayó con el segundo tiro.
Horacio no quiere mirar, pero se obliga a hacerlo. Esta va a ser la última vez que lo vea, y tiene que grabar a fuego su imagen. Se acerca con delicadeza, sentándose en la silla que está justo al lado de la camilla, probablemente para cuando vienen enfermeras a monitorearlo.
Todo es increíblemente blanco, de esa tonalidad casi brillante que hace que sus ojos agüen por el esfuerzo. El único sonido que hay, además de las gotas de la bolsa hidratante, es la de la máquina que suena constantemente con el latido de su corazón. Pip. Pip. Pip. Pip.
Es recién allí, en el medio del silencio casi absoluto, que Horacio se permite llorar. Las lágrimas caen a borbotones, empapando instantáneamente todo lo que tiene cerca. Se lleva las manos a la cara, haciendo un esfuerzo inútil de detener la catarata de emociones que lo recorre.
Se acerca lentamente hasta Victor. Tiene una expresión tranquila, sin el ceño fruncido que lo caracteriza. Su cabello rubio ceniza está arreglado hacia delante, cortesía probablemente de las enfermeras.
Apoya su mano contra la mejilla sana, y la piel se siente fría contra sus dedos. Tiene tantas palabras acumuladas en la garganta que no sabe qué decir.
No se anima a abrir la boca, no debería tener el derecho de estar allí. Es responsable de que Victor esté allí, en coma. Después de todo, él fue el que jaló del gatillo para meter una de las dos balas.
ESTÁS LEYENDO
Love like you // Volkacio
Fanfiction¿Qué hubiera pasado si antes de dejar Los Santos, Horacio visita por última vez a Victor? That's it that's the fic.