La cerradura cedió con demasiada facilidad. Darien Shields murmuró una maldición cuando consiguió abrir, en cuestión de segundos. Le pareció una inconsciencia que Usagi tuviera una cerradura tan mala en la puerta trasera. La casa estaba tan aislada que solo habría faltado que colocara un cartel donde dijera: Róbenme. Hasta un niño habría podido forzarla y, desde luego, cualquiera que pretendiera hacerle daño.
Giró el pomo, abrió la puerta y entró. Había pasado un año desde la última vez que había estado allí, pero recordaba perfectamente la casa de Usagi y no tuvo que encender la luz. Decidido y envuelto por la oscuridad, se dirigió a su dormitorio.
Llevaba tres días vigilando a Usagi con discreción, porque no quería aproximarse a ella en público, y conocía sus hábitos diarios. Sabía que llegaría a casa unos minutos más tarde, alrededor de las doce menos cuarto de la noche. Como siempre, subiría a su dormitorio, se quitaría la ropa y se ducharía. Y él estaría esperándola.
En cierta época de su vida habría sido incapaz de esperar; si hubiera visto a Usagi, habría ido directamente a ella. Pero se había acostumbrado a saber esperar, y a observar, a lo largo de los años. Se suponía que Usagi ya no estaba en peligro, pero su instinto le decía lo contrario. En cualquier caso, solo pretendía asegurarse, tal vez porque no resultaba fácil romper las viejas costumbres. No quería poner en peligro a Usagi bajo ninguna circunstancia.
Cuando llegó al dormitorio se detuvo un momento; había notado un aroma muy familiar, el aroma a lilas de la colonia que usaba. Recordó que hasta las sábanas de la cama olían a lilas, y al hacerlo recordó también su largo cabello rubio, cayendo sobre él, cuando hacían el amor.
Se excitó al pensar en ello y volvió a maldecir. Había pasado mucho tiempo desde entonces, mucho tiempo desde la última vez que habían hecho el amor en aquella habitación. Hasta había llegado a olvidar lo mucho que le afectaba aquel aroma, aunque «olvidar» no era la palabra correcta; sencillamente había hecho lo posible por no recordar, para no volverse loco durante los largos meses que había pasado lejos de ella.
Se sentó al borde de la cama y aspiró el olor de Usagi. Puesto a torturarse con recuerdos, al menos podía hacer que mereciera la pena.
Usagi había sido lo mejor que le había ocurrido, una mancha de color en un universo blanco y negro. Con ella, había pasado los meses más felices de su vida. Y ahora, tumbado en su cama, casi podía oír su voz, ronca por la pasión, cuando lo llamaba. Pronunciaba su nombre de una manera muy especial.
Pero Darien no era su verdadero nombre. Ni siquiera era el nombre que aparecía en el carnet de conducir, expedido en California, que llevaba en la cartera. De hecho, había perdido la cuenta de los diferentes alias que había utilizado en su profesión. Pero Usagi lo conocía por aquel nombre, así que volvería a llamarse así una vez más.
Estaba cansado. Cansado de correr y de esperar. Pero ya no tendría que esperar mucho más tiempo. Ella volvería a casa en cualquier momento y él podría abrazarla y hacerle el amor. Y no volvería a abandonarla. Nunca más.
Usagi Tsukino se dirigió hacia la puerta trasera de su casa, cargada con varios libros, el bolso, las llaves y la comida que había comprado en el bar Lucky Horseshoe. Ya no tenía ganas de comer, pero sus preocupados amigos siempre protestaban cuando se saltaba alguna comida, así que pensó que podía tomar un par de bocados y tirar el resto.
Cuando llegó al porche trasero dejó los libros en el suelo y metió la llave en la cerradura. Notó que la puerta estaba abierta, pero no le dio importancia. Nunca se había distinguido por ser muy cuidadosa y olvidaba cerrar la puerta con cierta frecuencia; pero en la pequeña localidad de Elysion, en Wyoming, no era un gran problema.
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JUNTOS PARA SIEMPRE
ActionDarien Shields había cambiado de nombre, de vida y hasta de cara, y lo último que pretendía era poner en peligro a Usagi Tsukino, pero no pudo resistirse a la necesidad de ver de nuevo a la vulnerable mujer que había conquistado su corazón... Y así...