Apresuradamente cerró la puerta tras él. No estaba nervioso, pero no quería que nadie lo interrumpiera. Su celda, iluminada por la reluciente luz del mediodía, era mucho más alegre de lo que a él le parecía. Las largas noches sin poder dormir le habían enseñado a temer a la oscuridad, y más desde que había descubierto algo inconcebible. Algo que la percepción humana era imposible de asimilar y comprender…
Con largas zancadas sobre el suelo enlosado, cruzó los apenas tres metros de profundidad de su dormitorio, acercándose a la ventana del fondo. En el exterior, como era habitual todos los domingos y fines de semana, centenares de turistas e infieles llenaban las pocas y estrechas calles del monasterio en el que vivía. Aquel lugar de culto y reflexión se había convertido, con el paso del tiempo, en una atracción turística más y en una fuente de ingresos para los avariciosos dirigentes del obispado.
Con ímpetu corrió la cortina, oscureciendo su lugar de descanso. No toleraba que los pies de todos aquellos seres impuros ensuciaran el sagrado suelo de su monasterio. Aunque claro, ¿que podía esperarse si la corrupción de la fe llegaba hasta los propios monjes? Él hacía tiempo que se había apartado de los demás, no deseaba compartir la vida con todos aquellos hombres que arderían en el infierno. Un infierno que parecía estar más cerca… Para todos.
Asegurándose de que la puerta tenía el pestillo pasado, aprovechó la pobre luz de las pocas velas, que hacían temblar las sombras, para seguir con su estudio. Quería llegar al final de lo que se había revelado ante sus ojos. Había intentando apartarlo de su mente, dejarlo para que otro fuera el descubridor de tan nefando destino, pero había sido incapaz de resistir la tentación de tan incontenible atracción.
Abrió el discreto armario de madera sencilla, cuyo barniz se había desprendido por el paso de los años, y extrajo un bulto envuelto en un retazo de tela de algodón blanco. Desde el momento de que aquello había caído en sus manos y había descubierto lo que contenía, lo había mantenido oculto, como si con aquel sencillo gesto pudiera control el poder que se escondía en aquel banal objeto.
Depositó el paquete sobre su catre y empezó a desenvolverlo con sumo cuidado. Tras unos pocos movimientos con sus curtidas manos, ante él pudo ver de nuevo la semilla de su obsesión. El motivo por el cuál no dormía durante las noches. Por el que se mantenía en ayunas. Por el que había detenido su vida y se había encerrado en sus propios pensamientos e inquietudes. Un libro. Un simple sencillo volumen de un palmo de ancho por dos de alto, con un grosor que no superaba los cuatro dedos. Las cubiertas eran de piel tosca y gastada, sin decoración alguna que pudiera indicar su contenido. En su interior, varios centenares de hojas apergaminadas se combaban por el uso y los millares de manos por los que aquella basta edición había pasado.
Lo abrió con delicadeza, no había marca páginas, pero sabía perfectamente por donde tenía que separar las hojas para continuar con su lectura. Resiguió las líneas escritas con letras de estilo medieval realizadas a mano, hasta que encontró el párrafo en el que se había detenido la noche anterior. Justo antes de que un miedo atroz le acechara en el pecho y lo forzara a apartar los ojos de aquellas páginas.
Sin pensárselo dos veces se arrodilló frente a su cama, y como si ésta fuera un atril, se propuso empezar a leer. Sin embargo, antes de hacerlo un pensamiento cruzó su mente. Pesadamente, como si sobre sus sienes estuvieran sujetas a sus hombros por un fuerte cilicio, levantó la cabeza para contemplar con temor la cruz de madera oscura que colgaba sobre su cama. En penitente arrebato, cogió el pedazo de tela y cubrió la cruz, para evitar que su Señor lo pudiera observar mientras realizaba aquellos actos por los que se avergonzaba.La tentación había sido demasiado fuerte. Él, que se consideraba el mejor ejemplo a seguir para el resto de fieles y devotos seguidores, poco a poco estaba cavando su tumba en los llameantes abismos del Infierno. No obstante, a pesar de la incontenible fascinación que había sentido, para su fuero interno no hacía más que repetirse que lo hacía para librar a la Tierra de aquel mal. Aunque era innegable el placer que sentía al abandonarse aquel misterioso credo.
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son historias de terror y paranormales Y Lecturas De Fotos De Personas Donde Se
Terrorson historias de terror y paranormal y fotos donde se ven espíritus rostros plasmaciones entes