Kent, Inglaterra. A finales del verano de 1812.
-No, no, papá. No haré. ¡No puedes obligarme!
-Por favor, querida mía, te lo suplico. No llevará mucho tiempo y me temo que él no me hará a mí ningún caso.
El caballero alto, de pelo oscuro que esperaba solo en el salón reaccionó al oír aquellas voces, que parecían provenir del exterior. Se giró bruscamente y emitió un suave gemido, con el rostro crispado por el dolor. Luego, moviéndose con más cuidado, flexionó la pierna más lentamente, apoyándose en su bastón. Su repentina palidez fue desapareciendo gradualmente a medida que iba remitiendo el dolor.
Cuando miró hacia el lugar de dónde provenían las voces, tragó saliva y se tiró nerviosamente del corbatín, estropeando de aquella manera el efecto que tanto le había costado alcanzar. Sus ropas eran de la mejor calidad, aunque algo pasadas de moda. Parecían haber sido confeccionadas para un hombre de mayor corpulencia, ya que el abrigo, en vez de ajustársele al cuerpo, le quedaba algo suelto por todas partes excepto por los hombros. El caballero en sí mismo resultaba algo extraño ya que era alto, de anchos hombros, moreno y muy atractivo a pesar de que presentaba una delgadez extrema.
Darien Shields había esperado demasiado. Ya le había resultado más que suficiente tener que estar encerrado en un carruaje durante horas para llegar allí y encontrarse luego recluido en un salón. Media hora en aquella sala era demasiado para un hombre que se había pasado los últimos tres años al aire libre, como oficial de las tropas al mando de Wellington en la península ibérica. Por ello, abrió las puertas que llevaban al jardín y salió a la terraza. Lo recibió el aire fresco y los dulces y melodiosos tonos de la voz de su amada.
Darien dio un paso, impaciente. Tres años. La espera estaba a punto de terminar.
En solo unos minutos volvería a tenerla entre sus brazos y la pesadilla se habría terminado. Cojeando, se acercó ansiosamente hacia otra de las salas que daban a la terraza, que era de donde provenían las voces.
-No, papá. Debes decírselo. No deseo verlo -decía Neherenia, cuya voz sonaba petulante y enrabietada.
Darien nunca la había oído de esa manera.
-Venga, venga, querida mía. Hablaré con él y se lo haré entender, no te preocupes, pero debes darte cuenta de que es necesario que, al menos, vengas conmigo. Sabes que, si no, no me creerá.
Darien se quedó inmóvil. Había recibido una carta de Neherenia, llena de amor y dulzura solo un mes antes, justo antes de que resultara herido. Estaba en el mismo fajo de cartas que lo había informado de la muerte de su padre y, como todo el correo que llegaba a la península, lo hacía con meses de retraso.
La encantadora y añorada voz adquirió un tono más irritado.
-No quiero verlo. No. Ha cambiado, lo sé. Lo vi desde la ventana.
-Venga, venga, querida mía. Eso es algo que debías esperar. Después de todo, ha estado en la guerra y las guerras siempre cambian a un hombre.
-Ahora es.... es feo, papá. Su rostro ha cambiado.
Inconscientemente, Darien se pasó los dedos por la brutal y todavía lívida cicatriz que le atravesaba la mejilla desde la sien hasta la boca.
-Y casi no puede andar, papá... Por favor, papá, no me hagas hablar con él. Ni siquiera podría soportar mirarlo, con la pierna estirada de ese modo tan horrible.
Habría sido mucho mejor que hubiera muerto.
-¡Neherenia, hija mía! -exclamó el padre, escandalizado.
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UN CABALLERO GALANTE
Historical FictionSerena Farleigh no sabía cómo reaccionar cuando, al rechazar la caritativa oferta de Lady Luna, esta decidió llevársela en su lujoso carruaje. La razón de tan descabellado plan no era otra que Darien Shields, el misterioso nieto de la dama. Herido e...