Primera parte.

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-Debería de despertarse ya jovencito, el sol salió hace varias horas.

La nana del chico lo despertó abriendo las blancas cortinas que decoraban su ventana. Él no podía creer que un ser tan cruel existiera, apenas estaba comenzando a soñar con esos ojos azules y profundos como el mar mismo. Refunfuño y se escondió aún más en las sabanas, tratando de cubrir su cabeza del abrumante sol. No lo consiguió.

-Por favor, solo cinco minutos más.-rogó, pero fue inútil. La mujer chasqueó la lengua y camino lentamente hacia la cama del muchacho, negando con la cabeza y recordando la cantidad de veces que ya habían pasado por eso.

-Nunca duermes solo cinco minutos y tengo que dejar de vigilar a las cocineras para volver a despertarte. Así que siéntate y lávate, hueles a estiércol-le ordeno la mujer frunciendo ligeramente la nariz en el momento en que estuvo al lado del chico, quitándole las sabanas de encima con una sonrisa maternal.

-Pero...-trato de rebatir el joven.

-Nada de peros, levántate que tengo que tender esa cama.- lo interrumpió tomando uno de sus brazos y parándolo de la cálida comodidad de su colchón de plumas. Al tenerlo de frente solo le dio una palmada en el hombro y lo encamino hacia el rústico baño, haciéndole entender que no aceptaría un no por respuesta.

Soltó un gruñido, pero obedeció de todas maneras. Ella era la que lo había cuidado desde que era pequeño, y la que lo había tratado como a un hijo a pesar de que su única obligación era vestirlo y asegurarse que no muriera de hambre. Se preguntaba si es que ella en algún tiempo de su vida tuvo hijos en el momento en que abría la puerta de madera, pasando a su baño, en donde se encontró con el tambo de agua y un simple jabón. Se quitó su ligera pijama de franela, pasándola por su cabeza. Al acercarse a comprobar la temperatura del agua frunció el ceño, no le gustaba para nada tener que ducharse con agua helada.

-¿Por qué el agua está fría?-grito esperando que la mujer le respondiera. Si ya estaba algo fastidiado por tener que levantarse tan temprano ahora lo estaba más por tener que bañarse con la gélida agua.

-Si te hubieras levantado más temprano estaría caliente, y no me grites muchacho- le respondió la mujer, algo molesta igualmente. No merecía esa falta de respeto y menos viniendo del joven que ha estado bajo su ala durante tantos años.

-Perdona- refunfuñó irritado para después soltar un suspiro y tomar el tazón de madera, al fin comenzando su baño, dejando caer el agua sobre su rostro. Ahora estaba totalmente despierto, sin lugar a dudas.

El agua cayó por todo su cuerpo, deslizándose y haciéndolo sentir conectado con algo superior a él, como si con el simple hecho de sentir esa humedad en la piel desaparecieran todos sus problemas, aunque él sabía que esto era imposible.

Termino por ducharse rápidamente, tratando de controlar las pequeñas lágrimas que se asomaban por su rostro con cada pensamiento que pasaba por su mente. No sabía de donde venía el sentir de que algo le estaba apretando el pecho con cada respiración que daba, y no sabía por qué con solo pensar en él, hacia que su garganta se cerrase, deseando poder gritar, llorar o al menos murmurar acerca de lo que lo llevaba torturando desde hace meses.

Dos simples palabras, tan sencillas de sentir, sin embargo, tan difíciles de demostrar.

Sabía que no debería de sentir lo que estaba sintiendo, que no debería de pensar en el cabello de él, de un rubio tan claro que parecía un rayo de sol, en que sus labios debían de saber al beso de un ángel, que tal cantidad de belleza estaría, sin duda alguna, ofendiendo a los dioses. Él era un hombre, y eso no estaba bien ante los ojos del único dios que existía.

"¿Realmente es el único?" Se cuestionó su cabeza.

"Claro" le contesto soltando el pequeño tambo con el cual se estaba bañando, solo para dejarse caer en contra de las finas piezas de azulejo que decoraban el suelo. Permitiendo que las lagrimas al fin brotaran de sus ojos, ahogando sus gemidos con sus manos sobre su boca.

Quería vomitar, pero no había nada en su estómago. Desde hace tiempo que no había sentido el deseo de comer, todo le parecía tan insípido, todo en su mundo le sabía a arena, menos los momentos que pasaba con él.

Él.

Minutos pasaron dentro de su cuarto de baño, en donde lo único que se podía escuchar eran las arcadas autoimpuestas que el chico se estaba provocando sobre una cubeta de madera, sin dejar de llorar, sin dejar de pensar en el hecho de que no sabía por qué se sentía de esa manera, sabiendo que era incorrecto.

Al final no pudo ducharse como debía, pero al menos ya no olía a tierra. La noche anterior en un acto desesperado de dejar de sentir la ansiedad que lo devoraba por dentro, por el deseo de volver a verlo, se escapó de su habitación, forzando la cerradura de está como tantas veces lo había hecho y corriendo por el patio de la gran hacienda hasta los establos, buscando a su caballo. Estaba totalmente decidido a escapar de ahí, para poder ir con él, para poder escapar de lo que era, de lo que no quería ser.

De lo que no podía evitar ser.

En el momento en que le estaba poniendo la silla a su caballo este soltó un bufido, retrocediendo sobre sus patas y dándole a entender al chico que no estaba dispuesto a llevarlo una vez más.

-Por favor... me tengo que ir... por favor- le rogó el chico, totalmente desesperado, pero el corcel no entendía lo que este estaba diciendo, por lo tanto no podía importarle. Soltó un relinchido y se hizo a un lado.

No iba a forzar a su caballo a que lo llevara de nuevo hacia la frontera, era un viaje demasiado largo y el día anterior había tenido que cabalgar hasta la costa opuesta, en un deber que tenía que cumplir para con la administración de la hacienda de su padre.

Su padre.

El miedo se instaló en su mirada en el momento en que recordó a ese hombre, dejando caer la silla de montar al suelo. Si él llegaba a enterarse de que se había ido, de que había huido, si tan solo sospechaba de que algo estaba pasando con su hijo, seguramente regresaría y él no lo quería ahí otra vez.

No tenía elección, ni a donde ir.

Sus rodillas le fallaron, dejándolo caer sobre la tierra húmeda por la lluvia de media tarde. Aunque quisiera, no podría irse, no podría escapar de lo que más quería, que era su tierra y no podría abandonar a su gente, dejándolos desamparados en las crueles manos de su padre.

Así que, regreso por donde había venido, aguantándose las lágrimas que suplicaban salir a flote, las cuales detuvo eficientemente con una manga de su cándida camisa. No iba a dejar que eso le hiciera llorar, no era tan malo vivir ahí después de todo, pensaba. Tenía a Maria, y a Juan, y ellos eran buenos con él.

Volvió a la realidad de su baño con un trémulo suspiro, levantándose de las frías baldosas y envolviendo su delgado cuerpo en un pedazo de tela. Era demasiado estrés para alguien tan joven como él, un joven que había sido criado en muros de ladrillos con los ojos vigilantes de su progenitor, asegurándose de que, ninguna muestra de salvajismo saliera de su hijo, decidido a erradicar esa parte de él.

Salió del cuarto con los ojos totalmente irritados y la garganta seca, aunque con la mente más despejada después de haber gritado sobre sus manos por todo el dolor que lo embargaba. No sabía si era correcto lo que estaba sintiendo, pero se sentía correcto y era lo único que le interesaba. Huir es para cobardes, incluso si estás escapando de tus propios sentimientos y él no era un cobarde.

-Bueno, aquí me tienes, completamente limpio con el culo oliendo a flores- le dijo con una sonrisa socarrona a Maria, que estaba terminando de sacudir el cuarto del chico con el plumero.

-Eres un mal educado, no deberías de decir eso- la mujer rodó los ojos con una ligera sonrisa, estaba acostumbrada al lenguaje del chico, después de todo.

-Pues eso es prácticamente tu culpa, ya sabes- se encogió de hombros soltando una pequeña risa, avanzando hacia ella con esa caminata despreocupada que lo caracterizaba.

-Cámbiate, te dejé sobre la cama lo que usaras hoy- le dijo la mujer después de unos momentos de silencio, con una sonrisa de lástima en el rostro. Dejo el plumero sobre una estantería, y con un suspiro volteo hacia el chico.

-¿Lo que voy a usar hoy? Se supone que hoy es algún tipo de día especial ¿o que?- le preguntó riendo, sin ver la compasión que afligía a su cuidadora.

-En la mañana los administradores recibieron la orden de matar más gansos y algunos cerdos para la cena de esta noche- le explico bajando la mirada, sentándose sobre la cama que previamente había tendido, evadiendo la potente mirada del joven mientras sacudía una pelusa de la cobija.

El chico se sentó inmediatamente a su lado, incapaz de soportar el peso que, de la nada le había caído sobre los hombros. No era secreto que nadie de la hacienda disfrutaba la carne de las aves que no fueran las gallinas y no cocinaban cerdo a menos de que fuera último dia del mes.

The Duty -USAMEX ONE SHOT-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora