un café con sal

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- Aquí tienes, ¡que aproveche! - le dejó las patatas bravas encima de la mesa y sonrió amablemente antes de volver otra vez a la barra.

Sacó el móvil del bolsillo del delantal que llevaba puesto y miró la hora. Bufó con ganas, aún quedaban dos horas y media para acabar el turno y poder irse a casa. Le dolían los pies de estar todo el día de pie y tenía la sensación de que le había cambiado la espalda a un señor de ochenta años.
Madre mía estoy hecha un cromo, pensó la valenciana.

Estaba absorta en sus pensamientos, visualizando el mullido sofá que la recibiría en su piso una vez terminara el turno, cuando la puerta del bar se cerró con fuerza y la sobresaltó.

- ¡Samantha! Siento haberte asustado - se excusó el hombre - no sabes el viento que hace ahí fuera, debí haber acompañado la puerta para evitar este portazo.

- No se preocupe Juan, de verdad, soy yo que me asusto por todo - le quitó importancia la chica - ¿Llueve? - preguntó extrañada al ver que el hombre llevaba un paraguas en la mano.

- Ahora mismo no, pero en cualquier momento cae un buen chaparrón.

- Entonces un café calentito y un croissant para acompañar al tiempo, ¿no?

- Estupendo.

Una vez preparada la merienda de su cliente favorito Samantha se acercó a él, que ya estaba en su mesa de siempre, y le sirvió con un intento de sonrisa, estaba demasiado cansada para fingir.

- ¿Y esa cara? ¿Estás cansadita hoy?

- Pues sí, estoy agotada. Necesito que pase el tiempo rápido para poder tumbarme en mi sofá.

- Pero xiqueta si sólo son las seis de la tarde - respondió con un marcado acento valenciano - esta juventud de hoy en día mare meua, no aguantáis nada - rió el anciano.

- En mi defensa diré que estoy con el síndrome premenstrual. ¿Cómo no voy a estar cansada si tengo el útero preparándose para un posible embarazo?

- Anda tira doña dramas, que ha llegado otro cliente.

La chica se alejó de Juan y se dirigió detrás de la barra, pero esta vez con una sonrisa enorme en la cara.
Juan tenía ese efecto en ella, siempre había sido así. Des de el primer día que ella entró de camarera en el bar hasta ahora, viniendo todos y cada uno de los días a por su café y su charla habitual. Consideraba a ese hombre como si fuera su abuelo, y agradecía tenerlo cada día con ella para hacerle más llevadera la jornada laboral.

- Hola buenas tardes - dijo animada al llegar a la barra.

Pero se le borró la sonrisa de golpe.

Sus ojos se encontraron con una mirada penetrante color café. La miraba con tanta intensidad que hasta le empezaron a temblar las piernas. Delante suyo tenía a un chico joven con el pelo oscuro y unos cuantos pelos de una barba incipiente, que se subía las gafas con la mano en un gesto exasperado mientras chasqueaba la lengua irritado.

- Un café solo, para llevar - pronunció al fin.

Y si la chica ya estaba nerviosa aquello fue la gota que colmó el vaso. El chico tenía la voz tan grave que había notado la vibración hasta en el pecho, como una especie de cosquilleo recorriéndole todo el cuerpo. Sus manos empezaron a temblar también y se quedó paralizada en el sitio, digeriendo el torrente de sensaciones que sacudían su cuerpo.

- ¡Oye! - la llamó el chico, sacándola de su trance - que no tengo todo el día.

- Sí sí, perdón - respondió como pudo la valenciana.

N A D A - One Shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora