Memorias olvidadas

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Lo habían vestido únicamente con una bata blanca, que le quedaba un poco grande de los hombros; habían hecho dos cortes en la espalda para dejar espacio para sus alas.

Las paredes de la habitación estaban pintadas gris y no había ni un solo mueble dentro, una de las paredes estaba cubierta de espejo y no tenía ventanas. La puerta de metal se azotó, el ruido lo hizo saltar involuntariamente. El frío de la habitación le caló los huesos y le provocó un escalofrío.

—Espera aquí —le dijo el hombre de traje negro y salió, dejándolo solo.

Se encogió en sí mismo, apretando contra su pecho el peluche de Endeavor, temblando de frío y de miedo.

Unos cuantos minutos después la puerta volvió a abrirse. Entró el hombre de negro, seguido por un niño. Era un poco más alto que él, demasiado flaco y con los brazos y cuello cubiertos de vendas. En las muñecas llevaba unos brazaletes plateados. Su cabello rosa le daba una apariencia tierna que contrastaba completamente con el frío azul de sus ojos que se enfocaron en su peluche, y se enfriaron aún más. Sendas ojeras los enmarcaban, potenciando su color.

—Blaze, este es Hawks.

—Ese no es mi nombre.

—Instrúyelo en lo que debe saber—continuó ignorándolo, dirigiéndose únicamente al niño con alas— Dormirá en tu habitación a partir de hoy— la expresión de desagrado duró apenas un segundo antes de volver a la cara sin expresión—. Es tu responsabilidad que se adapte, ¿entendido?

—Sí, señor —contestó con desgano el chico—. Sígueme.

Temblando aún Keigo siguió al chico por los fríos pasillos demasiado iluminados y blancos. Se detuvieron enfrente de una puerta de metal igual a la de la habitación anterior. El chico —¿Blaze?— la empujó y entraron. La habitación era parecida a la otra, con la diferencia que tenía dos camas individuales. Una a un lado de otra y una pequeña mesita en medio de ambas.

—Esta es tu habitación. Mi cama es esa —señaló la que estaba más cerca de la puerta—, en una hora nos van a llamar a cenar. Así que, si quieres dormir o lo que sea, sólo no me molestes, ¿de acuerdo?

Keigo asintió y caminó hasta la cama que le correspondía. Se tiró en ella, haciéndose bolita. No tenía sueño, pero se sentía muy cansado.

Habían llegado al día siguiente. Volvió de la escuela y los vio hablando con su madre que lloraba. Cuando ella se percató que estaba ahí trató de limpiarse las lágrimas con la mano y con la otra le indicó que se acercara. Keigo subió a su regazo y se acomodó, miró a ver a los dos hombres de traje negro tratando de intimidarlos. Habían hecho llorar a su madre.

—Estos amables señores vinieron a verte Kei —una lágrima se le escapó y Keigo la miró preocupado—. Se enteraron de tu gran hazaña de ayer y quieren ofrecerte algo muy especial.

—Eso que hiciste fue muy heroico —habló uno de los hombres—, nos dejaste muy impresionados con ese poder tuyo, ¿qué es lo que hace?

—Puedo separar mis plumas y ponerlas rígidas —contestó Keigo rápidamente—, a veces puedo hacer que se muevan como quiero.

Los hombres asintieron. Se miraron entre sí. Luego miraron a Keigo y su madre.

—Dinos Keigo, ¿te gustaría ser un héroe?

—¡Sí! —contestó emocionado.

—Si vienes con nosotros podrás ser un gran héroe, nosotros te enseñaremos cómo.

—¿Puedo? ¿De verdad? —volteó a ver a su madre, que seguía enjugándose las lágrimas—. Mamá, ¿puedo?

Ella asintió.

Memorias olvidadas (dabihawks)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora