🎶 Goodbye Silence 🎶

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Elías sólo tenía diez años cuando ocurrió La Anunciación. Al recobrar el conocimiento, salió a gatas de debajo de la cama. Sus manos y rodillas se manchaban de una sustancia viscosa roja, casi negra. Al salir del habitad de los monstruos que lo atormentaban en sus pesadillas, tropezó con un brazo manchado de sangre un tanto coagulada. Su madre Caridad dormía tendida sobre un charco negro rojizo que nacía desde sus oídos h nariz. ¿Realmente estaba durmiendo... con los ojos abiertos y esa expresión de horror en el rostro? Después de algunos minutos contemplándola, Elías llegó a la conclusión de que estaba muerta, realmente muerta. No era que le importara mucho a decir verdad, después de todo nunca le terminó de agradar esa señora que por todo lo castigaba: "No está bien degollar al gato de la vecina", "no puedes guardar las cabeza de los gorriones debajo de tu cama", no puedes hacer esto ni lo otro. Ahora no podría impedirle hacer nada de lo que él quisiera.

Salió de la habitación sin zapatos, y mientras caminaba dejaba huellas de sangre en su camino: sangre de su madre Caridad, sangre de su abuelo tirado de mala manera sobre una mecedora, sangre de su hermano de cinco años que yacía en la entrada de la cocina. Resultaba que Marquitos, su pequeño hermano, obstruía la entrada a la cocina. Elías ni siquiera se molestó en apartarlo, simplemente caminó sobre su cadáver, pues pensó que le sería menos trabajoso.

Después de tomar una piruleta del refrigerador, salió a la calle a jugar con aquellos miserables y aburridos niños a quienes su madre le obligaba a llamar "amigos". Cuando salió lo que vio le dibujó una sonrisa expectante. ¡Cadáveres por doquier, sangre por todas partes! Ni siquiera se preocupó de protegerse sus pies, simplemente salió a pasear por su vecindario.

Los cristales se le enterraban violentamente en la planta de los pies, sólo que parecía no sentir dolor.

De repente se sintió un fuerte temblor que le sacudió las piernas y lo hizo caer sobre sus rodillas. Cada cierto tiempo sentía los temblores que se incrementaban paulatinamente.

Desde que había recuperado la consciencia, no había escuchado ningún sonido, hasta ese momento. Ése momento que hizo estremecer la ciudad, ese momento que sincronizo todas las radios y televisiones, en ese momento el ensordecedor silencio se vio roto. En ese instante de inflexión, el sonido regresó al mundo para asestar el golpe de gracia a la humanidad. Un sarcástico muy refinado debía ser ése que movía a voluntad los hilos del destino, pues cuando todo objeto capaz de emitir sonidos se unieron en uno sólo, el sonido estalló en un magnífico Réquiem; el de Mozart, nada más y nada menos.

Los ojos de Elías se llenaron de lágrimas de felicidad, mientras contemplaba como cientos de cadáveres inmóviles articulaban sus labios para cantar en coro en aquella magnífica interpretación global.

Los temblores se incrementaron hasta el punto en el que ya no eran temblores sino terremotos, y unas siluetas oscuras ensombrecían los alrededores.

Gigantes; delgados cual esqueletos pero más grandes que cualquier rascacielos creados por el hombre. Eran muchos y caminaban con paso ensombrecido. De vez en cuando alguno se detenía en seco y entonces se escuchaban gritos desgarradores de pánico y desesperación.

Elías estalló en risas, como si en él se reuniese todo el humor del mundo. Las lágrimas se incrementaron en su precipitación cuando vio que cada vez eran menos los cadáveres que cantaban en aquél coro apocalíptico y que cada vez eran más los gigantes de huesos tristes que se unían a la interpretación con voces etéreas y melancólicas.

Entonces sintió un fuerte movimiento tectónico bajo sus pies. Justo en frente del niño de diez años yacía uno de los gigantes de expresión triste, de rodillas y mirándolo con ojos vacíos e inexpresivos.

Entonces el raquítico monstruo extendió su mano huesuda hasta agarrarlo como quien agarra un muñeco inservible. Se levantó lentamente y mientras el niño envuelto en un frenesí de locura se reía a carcajadas y lloraba a cantaros las primeras lágrimas reales en toda su vida, el monstruo abrió sus fauces y lo engulló entero. Así fue como Elías vio y oyó por última vez, antes de caer en una oscuridad eterna.

Ésa fue la culminación de lo que había comenzado en el dos mil veinte. Ese enero del dos mil veintiuno la marcha fúnebre de aquellos cientos de gigantes liderados por aquél que reía, por aquél que lloraba, marcó el inicio de una nueva era. Ése fue el momento en el que la humanidad calló para siempre en un Silencio eterno.




Ese fue el momento... en el que el mundo comenzó a hablar.

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⏰ Última actualización: Jan 17, 2021 ⏰

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