PREFACIO

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Me llamo María Teresa Emilia del Rocío Castellanos y estoy enclaustrada

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Me llamo María Teresa Emilia del Rocío Castellanos y estoy enclaustrada. Creo estar en el interior de un calabozo de piedra, bajo la iglesia de Santa María de Nueva Versalles. Me tienen atada con grilletes fríos y oxidados de tobillos y muñecas. Me oprimen tanto que me sangran, ¡ay, cuánto querrías olfatear mi sangre justo ahora, mi querido amo!

Los pisos fueron lustrados con agua bendita y con aceites exorcizados. Pusieron ajos molidos y cruces de madera por doquier, en cada esquina y recoveco del ámbito. Hay imágenes de santos colocados en los techos, y con las hojas de una biblia vulgata han tapizando de forma imprecisa algunas partes de los muros. También, alrededor de donde me hallo atada, han desboronado cientos de hostias previamente humedecidas con vino de consagrar, mientras entonaban poderosas salmodias como si intentasen contener al peor demonio antediluviano. Temen que vengas a liberarme. Sospechan que, en forma de bruma, podrías traspasar los muros fortificados, o incluso resquebrajar la cantera con los dientes. Usarán cualquier artilugio para combatirte. Para atraparte. Para quitarte la vida; como si acaso la tuvieras...

Además, un puñado de chiles; serán guajillos, pasillas y hasta habaneros, arden delante de mí, despidiendo un horripilante ahumadero que me asfixia, que me quema, que me enchila y que me arde, afectándome las fosas nasales, la tráquea y los pulmones. Hacen las veces de gases bélicos, y me impiden respirar, causándome, a su vez, escozor en la piel. Mi ojos lloriquean, y de vez en cuando experimento una espantosa ceguera fugaz. De tanto forzar mi garganta, creo que mis tosidos me han hecho escupir sangre.

Nadie querría estar en mi lugar.

Si esto no se detiene, el humo de los chiles ardientes me sofocarán hasta matarme. Para soportar el aroma opresivo, he tenido que respirar a través de mi manto negro que he mojado con mi propia saliva; pero, aún así, el horrífico olor no cesa de atormentarme. Sé que en un cuarto de hora la fogata dejará de arder y podré descansar otro mediodía. Mas luego reiniciarán mi tormento una vez más; lo han hecho durante tres días seguidos, y lo continuarán haciendo hasta el día de mi dictamen... si es que llego viva para entonces.

Estoy contando las horas para que llegue el momento de mi juicio final; casi puedo escuchar la sentencia mientras me desnudan y me atan al poste de los condenados. Sé que después me quemarán viva en la plaza pública frente a la población, si es que antes no muero por los azotes que me descarnarán la piel, hasta que la carne viva se revele ante el sol.

Me acusarán de haber asesinado a treinta y siete señoritas, venidas todas de los alrededores de la localidad. Muchachitas vírgenes, frágiles, y de hermoso frescor. A muchas de ellas las hallaron en las mazmorras del palacete de los Riva Palacios, la semana pasada. Descubrieron sus cabellos enterrados entre el polvo, y el cuero de sus pieles trasformadas en espaciosas alfombras. Hallaron uñas y dientes en el interior de diversos frascos de vidrio; pedazos de piernas y brazos bajo tapetes, así como algunas cabezas colocadas arriba de vistosas pilastras de mármol. Por último, encontraron un par de vasijas rebosantes de la sangre fresca que la última muchacha acababa de derramar. Todavía estaba caliente, ¿lo recuerdas? La había reservado para ti.

Dicen los denunciantes que me bañaba con su sangre para retardar mi vejez, y que con sus cuerpos mutilados ofrecía rituales al demonio para solicitarle la inmortalidad y mi belleza perpetua, a la usanza de Erzsébet Báthory.

Me acusan de ser tu amante, mi querido amo; la amante de un demonio execrable, inmortal y revestido en falsa belleza. Te denominan el perturbador de espíritus, cazador de almas intachables, atormentador de hombres, suplicio de cristianos, trastornador de vírgenes, artífice del fornicio, sustento de maldades, receptáculo de blasfemias, y bebedor de sangre pura y de espíritus inmaculados.

Querido amo, tan amado y tan mil veces odiado por mi alma, ahora entiendo que nada cura el tiempo perdido, sobre todo aquél que fue empleado en complacer a quien destruyó todo cuanto eras. Ahora entiendo que aquél que tiene el poder de fortalecerte también lo tiene para destruirte. ¿Qué soy ahora? ¡Quizá soy todo, o quizá no soy nada! De lo único que tengo certeza es de ti, de lo que fuiste, y de lo que posiblemente ya no serás. El dolor de mi espíritu fragmentado y la tortura de mi alma desgarrada son el recordatorio constante de que tú fuiste real, y de que ahora, quizás, ya no existes.

Amaba tu gallardía y la forma atildada en que solías desenvolverte. Me volvía loca tu perversidad. Tu sola voz me subyugaba, abandonándome a tus viles caprichos; tu mirada acariciadora me privaba mis deseos de querer seguir respirando; tu dulce y avinagrado aliento me hacía derramarme por dentro, como si solo fuese vino, y tú una pulcra copa de mármol que pretendías rebosar. Tu solo sonreír, cuando curvabas aquellos atrayentes labios escarlatas, me hacían ceder a cada una de tus inmorales fantasías. Y ahora heme aquí... viviendo las consecuencias de mis pecados tras haberme dejado embaucar por tu fraudulento amor.

Querido amo; nuestra historia es tan trágica, triste y excitante, que querría tener la fluidez, estructura, sentido y sensibilidad de una poeta, para transmitirte, aunque sea a través del viento, las ideas exactas de lo que pretendo narrarte de una forma limpia y ordenada. Procuraré hacerlo lo mejor que pueda; después de todo, es más fácil describir tragedias que alegrías, puesto que las personas nos identificamos más con las fatalidades que con los alborozos, ya que en la vida hay más infortunios que venturas. O al menos en mi vida así lo fue, gracias a ti.

Y es que pude haber sido el cielo que custodia el firmamento hasta los confines, pero preferí ser tu infierno. Pude haber sido el néctar que el colibrí recoge de las flores, pero preferí ser tu sangre, y con ella tu alimento. Pude haber sido dueña de mi existencia y cuanto poseía de voluntad, pero preferí ser tu esclava. Pude haber sido vida; pero preferí ser muerte. Pude haber amado a un mortal... pero decidí amarte a ti... un gallardo y blasfemo vampiro.

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La presente novela es para mayores de edad. 

AMO DE SANGRE Y NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora