2. Recogiendo los pasos

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No he dejado de soñar con el, he sido víctima de una terrible fiebre de palabras. No he podido dejar de escribir desde que nos llegó el adiós; el sueño ya no se molesta en buscarme, sabe que no me encontrará. Me escondo tras verdes valles mientras que busco el tibio abrazo de mi amor materializado, pero la desolación amenaza con destruir la bonita primavera que florece en los verdes valles. Y en este preciso momento no importa, no lo vale; hace un par de días me era fácil lamentarme de algo que nunca sucedió realmente, de esas cosas que sólo pasan en las noches veraniegas, de esas cosas que sólo son vistas por los ojos del imponente sol que se levanta en los cielos; me lamente de algo que a los ojos del mundo no paso pero que para nosotros, los protagonistas, fue más real que cualquier otra situación experimentada; y busque desahogar todo en palabras pero ya no lo vale. No lo vale porque cuando hay cosas que si suceden a los ojos de todo el mundo, no importa cuán real se sientan las historias de verano, sólo hay espacio para lo que diariamente se vive. Las emociones más reales son esas que se viven a diario, están en esa sonrisa que recibes de alguien a diario; de la cajera del café al que voy; del amigo que siempre está a tu lado, e incluso del que no lo esta. Creí haber estado delirando por emociones ridículamente amorosas; no me di cuenta que no fue el misterio, ni el secreto, ni incluso el mismo el causante de mis ríos de palabras. No me di cuenta que es la distancia la que me esta carcomiendo viva, no me di cuenta que lo que me quita el sueño es el miedo a que la distancia me arrebate lo único que no podría soportar ver partir. Es irónico ¿saben? Llorar de nostalgia por algo que no ha pasado, que la persona que te arranque esas lágrimas una vez haya causado lágrimas de rabia y odio. El universo gira y cambia más que un café amargo cuando es suavizado con endulzantes y clavos de canela; la vida nos produce euforia como un café con ración extra de cafeína; al final sólo nos deja restos, trozos inútiles pero que causan una añoranza. Comencé a escribir por lo que yo llamaría un amor invisible; hoy me doy cuenta que escribo de una amistad irremplazable.

El éxtasis del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora