Sentado en el suelo, la hierba húmeda le empapaba el pijama blanco. Hacía frío todavía, pero no le importaba. Le gustaba sentarse en el jardín a esa hora; los olores y las tonalidades de la mañana eran distintos a los del resto del día: más claros, más suaves, más silenciosos.
Las abejas empezaban su recorrido diario. Como a él, les gustaba madrugar. Sus zumbidos trazaban las líneas de sus viajes, una construcción en telaraña que se extendía por todo el jardín y más allá de él. Se dejó acunar por el sonido e inspeccionó el montón de hojas que tenía delante. Las había recogido el día anterior y las había guardado entre las raíces de su árbol favorito. Le hubiese gustado llevarlas a su habitación, pero ahora revisaban sus bolsillos antes entrar. No les había gustado descubrir que había construido un nido para un pájaro herido bajo su cama, aunque no entendía por qué, se suponía que era un sitio para sanar.
Inspeccionó las hojas una a una, frunciendo ligeramente los labios. Estudiaba primero un lado y luego el reverso. Las secaba con la manga de la gabardina, dándoles pequeños toques, como si pudiesen romperse a pesar de estar todavía verdes. Un examen atento y luego las colocaba en otro montón. No era esa, no servía. Un verde tras otro y ninguno el correcto. No desesperó. La encontraría. Llevaba tiempo buscando y la encontraría tarde o temprano.
Lo distrajo un zumbido familiar, más alto que el de las abejas, acompañado de una vibración en las puntas de los dedos. Alzó la vista y vio a Meg caminando hacia él con las manos en los bolsillos de la bata blanca.
Sonrió al verla y alzó la última hoja que había encontrado. Ella no la cogió, sabía que no debía hacerlo, en su lugar, se agachó para verla mejor.
― ¿Estás seguro de que ese es el color, Clarence? Parece demasiado claro.
― Es este.
Le gustaba el sonido de Meg más que el que hacía el resto de la gente del centro. Era más alto, pero era un ruido sordo, cómodo, una vibración intensa en las yemas de los dedos. Meg le gustaba. Era amable con él. Le dejaba quedarse fuera todo el tiempo que quería, haciéndole compañía y escuchándole hablar sobre las abejas y los árboles.
No podía evitar notar el dolor que ella siempre arrastraba consigo. Estaba rota en trozos de cristal que brillaban cuando les daba la luz. Aunque era una imagen hermosa, los cristales no dejaban de gemir. Le gustaría poder darle un poco de silencio.
Meg seguía agachada y él aprovechó para colocar sus dedos índice y corazón sobre la frente de ella. Intentó transmitirle un poco de luz, hacer remitir el dolor. Cerró los ojos y empujó la energía. Tras un momento Meg cogió su muñeca con delicadeza y se apartó incorporándose. Le seguían cosquilleando las puntas de los dedos. No había funcionado y no entendía por qué.
Meg tiró de él suavemente para que se levantara. Lo hizo. Ella dijo algo pero no la escuchó. Tarareaba la melodía de las abejas. Se las notaba alegres; les encantaban las mañanas tranquilas como esa: el sol alzándose, la brisa fresca transportando el olor de las plantas y el rocío brillando con el nuevo día.
La luz se colaba inclinada por una de las estrechas ventanas de la capilla, pintando de blanco el suelo frente al altar. La observaba sin verla, perdido en las sensaciones de su cuerpo. Solía ir a la capilla para alejarse del ruido. Nunca había mucha gente y se sentía como debajo del agua. Los sonidos desaparecían y su cuerpo volvía a ser suyo. O todo lo suyo que podía ser.
La presión en el pecho permanecía. Era como el latido excesivamente lento de un corazón moribundo que late de fuera hacia dentro, comprimiendo las costillas. Solía atenuarse en la capilla, pero ese día solo aumentaba.
Escuchó abrirse la pesada puerta principal. Sentado con las piernas cruzadas en el borde del altar podría haber visto quien era de haberse molestado en levantar la vista. Se limitó a girar el tallo de la hoja entre los dedos, haciendo brillar su color.
Alguien se sentó a su lado.
― ¿Rezas? –Tenía una voz grave muy bonita. Le recordó a la tierra bajo las raíces de su árbol favorito en el jardín: caliente, marrón, suave.
― Escucho.
La sensación del pecho era más fuerte pero intentó ignorarlo. No era suya. Pasaría.
― ¿Plegarias?
Negó despacio con la cabeza.
― Dolor.
Apartó la vista de la luz para mirar la voz que se había sentado a su lado. Sonrío al encontrarse con ojos verdes. Alzó la hoja a la altura de esa otra mirada. Meg se equivocaba. Era el mismo color.
Cogió la mano ajena y colocó la hoja en su palma. Cerró los dedos con cuidado y colocó su propia mano encima. Apretó un poco y la soltó, girándose de nuevo hacia el frente.
Observó la luz del suelo. No sabía qué estaban haciendo allí los ojos verdes. No podía curar. Lo había intentado con sus compañeros, con el pájaro, con Meg. No conseguía transmitirles luz. Aunque lo deseaba, no podía curarle. Se lo dijo.
― No estoy enfermo –contestó y su voz era realmente bonita. Se preguntó si les gustaría a las abejas. Se parecía un poco a su zumbido.
― Te oigo –una media sonrisa triste se dibujó en su rostro. El pájaro no sabía que tenía un ala rota, solo sabía que no podía volar-. Aunque estés lejos te oigo. –Se llevó una mano al pecho, al centro del dolor. Al hacer el movimiento su codo tocó el brazo del extraño-. Pides ayuda pero no puedo curarte.
Sus costillas abrazaron con fuerza sus pulmones y tuvo que contener un quejido.
Los ojos verdes no dijeron nada y no sabía que significaba eso. Tal vez se estaba haciendo a la idea de que no podría volar más. No era fácil. No todos eran fuertes como Meg.
― Si tuviera un ala sana te la daría.
Escuchó una risa húmeda y notó un contacto en su hombro. Se giró para ver qué era y vio que los ojos verdes habían apoyado su frente. Su cuerpo de agitaba un poco, como si temblase. Quizá tenía frío. Decidió rodearle con un brazo para darle un poco de calor. Le acarició la espalda arriba y abajo, como hacía Meg con él cuando se quedaba demasiado tiempo fuera.
― Te echo de menos, Cas -le tembló la voz tanto como el cuerpo.
No contestó. No sabía qué decir.
Solo por si funcionaba, decidió volver a intentarlo. Empujó la luz con más fuerza que nunca. No podía ser difícil pasarla de un cuerpo a otro. No solía ser difícil. La notaba concentrada en la palma de la mano que estaba en contacto con el extraño pero no conseguía transmitirla. Dejó de empujar y la luz se disipó en su propio cuerpo. Suspiró cansado.
Tarareó un poco, sin articular nada, solo emitiendo sonido desde el fondo de la garganta. La tenía un poco irritada pero no le importó. A él solía calmarle ese sonido suave, tal vez a los ojos verdes también.
La luz que pintaba el suelo fue recogiéndose hasta dejarles a solas. Le dio las gracias en silencio y cerró los ojos.
Le gustaba la capilla. Le gustaba la sensación de estar sumergido, el silencio ahogado y solo su voz y dos latidos llenando el espacio.
No echaba de menos volar.
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No asustarse, no hay spoilers a continuación.
Hace dos semana se emitió el 15x18, "Despair" y yo fui violentamente agredida por el amor que siento por Castiel, de ahí el homenaje.
Si dijese que esta semana es la primera en la que he leído fics de Destiel, mentiría. Leí un crossover con Malec antes de descubrir la serie y hace un mes tuve un antojo de Sam hablando enoquiano y estaba desesperada, pero como veréis casi no cuenta. ¡Ni siquiera los shippeo! Pero no he podido evitarlo. No shipearlo no significa estar ciega, siempre he admitido que hay algo.
En fin, que quiero a Cas, que me alegro por esa parte del fandom a la que no pertenezco (wincest forever!) y que espero que el capítulo del jueves-viernes se confirme la teoría relacionada con FanFiction (10x05), porque esperaba que no me gustase "Inherit the Earth" pero no esperaba que fuese malo.
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Homenaje a un ángel caído
Fanfiction"Apartó la vista de la luz para mirar la voz que se había sentado a su lado. Sonrío al encontrarse con ojos verdes. Alzó la hoja a la altura de esa otra mirada. Meg se equivocaba. Era el mismo color." ¿Spoilers hasta la seis? No recuerdo exactamente...