La sensación de Libertad

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El despertador sonó a las 6 a.m en punto y aunque a Makenna le apetecía demasiado quedarse acostada un poco más, su primer día en preparatoria demandaba su presencia, por lo que con demasiada ensoñación retiró las cobijas de su cuerpo y estiró sus músculos.

—¿Makenna?— La voz de Helena sonó al otro lado de la puerta, acompañada de un par de golpes en la misma. —¿Estás despierta?—

Kenna podría tener 50 años y su personalidad infantil seguiría brotando en cada oportunidad, por lo que cuando escuchó la voz de su nana en seguida se cubrió de nuevo con las mantas y trató de contener la diversión que le provocaba hacerse la dormida. Aguantando la risa escuchó como los pasos se iban acercando poco a poco, hasta que finalmente la mujer quedó a lado de la cama, agachándose de forma que intentaba ver a través de un pequeño agujero entre las cobijas. Kenna se esforzó en reprimir una risa, aunque sin mucho éxito.

—Graciosilla, ya me di cuenta que estás despierta.— Y una vez dicho esto, Helena comenzó a hacerle cosquillas a la chica, la cual se retorcía por toda la cama intentando soltarse del agarre.

—¡De acuerdo, de acuerdo, ya desperté!— Chilló, jalando aire.

—Tienes que darte prisa, si no vas a llegar tarde en tu primer día de escuela y si eso pasa ten por seguro que tu padre va a enfadarse.— Advirtió la mujer. Helena era la nana de Makenna y de su hermana menor Milena. Desde que la primera tenía memoria, aquella mujer bajita de piel olivácea y cabellos negros (ahora con algunos mechones blancos) había sido lo más cercano que tuvo a una madre, aun cuando tenía una real, sin embargo ésta nunca había actuado como tal. Los padres de Makenna se habían separado cuando ella tenía poco de haber cumplido nueve. Su madre decidió que era demasiado joven y bonita como para desperdiciar su tiempo y vida con sus dos hijas y el marido que estaba pasando por una crisis económica. Fue entonces cuando, una vez firmado el divorcio, se mudó a casa de un hombre tres veces mayor que ella, pero que definitivamente no parecía tener problemas con el dinero, ni en ése momento ni nunca, en realidad.

Luego de aquello la vida de Makenna fue dura. Tuvo que vivir cargando la sombra de las acciones de su madre. No podía tener novio ni amistades que fueran más grandes que ella (en específico hombres), su toque de queda era a las 7 p.m y aunque no sabía qué podría pasar si sobrepasaba ese horario procuraba no averiguarlo nunca.

A los diez años, fue cambiada de colegio, saliendo de una escuela mixta para llegar a un colegio de mujeres, el cual era dirigido estrictamente por monjas.

A los once el infierno aumentó, pues con la llegada de la menstruación y los pechos creciendo, su padre no dejaba que nadie se le acercara, la mantenía bajo estricta vigilancia y el hecho de que su belleza fuera cada vez más notable volvía más problemática la situación. Una noche, cuando la atrapó mirando una película donde la pareja principal se daba un beso la abofeteó, gritándole infinidad de cosas hirientes. Aquella había sido la primera vez que la había golpeado.

Un hijo y 10 años despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora