Capitulo 3

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Su cálida respiración golpeó mi rostro y el calor empezó a subir por mi cuello. Sonrojándome solté un jadeo que solo ambos pudimos oír.

  —¿Está bien? —Formuló en un susurro que encrespa mi espalda y enciende algo en mi pecho, algo que no logro distinguir por culpa de los acelerados latidos de mi corazón.

Volví a dirigirle la mirada, mordí mi labio inferior y asentí. El ascensor tardó una eternidad en llegar al piso en el que ellos se bajaban, solo uno anterior al nuestro. Todo el camino no pude apartar mis ojos de él, y al parecer él tampoco de los míos. Estuvimos en silencio y fue bastante interesante.

Nunca había tenido la oportunidad de admirar ha un hombre de tan cerca, la mayoría de las veces los rostros que veía de cerca eran de enfermeras o doctoras. Pero nunca un hombre, debido a las precauciones que se tomaban muy en serio en el Hospital.

Una vez qué el ascensor se vació, el hombre de bonitos ojos obsidianicos, porque sí, la oscuridad en sus pupilas e iris me recordaron ha aquella piedra que vi en el museo con mi madre. Fue bastante complicado evadir a la multitud, así que me terminó llevando a las zonas menos recorridas, la zona de minerales y rocas extrañas. “Wow, lo que toda chica de dieciocho años desea admirar”. Desde que cumplí mis veinte no me ha vuelto ha llevar a otro museo. 

Su repentino movimiento me saca de mis absortos e innecesarios pensamientos. Se aparta y vuelve a su lugar —a mi lado—, cobrando centímetros de distancia que, vuelven la tensión de mi estómago el doble de fuerte. No me había percatado de que su perfume aún cosquilleaba mi nariz hasta que aspire con esfuerzo un poco de aire. Avergonzada porque se escuchó claramente cómo mis fosas nasales jugaban a podme atención, le di la espalda y oculte mi rostro en el triángulo que unía dos de las paredes de espejo y metal.

  —Si está a punto de tener un ataque de pánico, sería bueno saberlo—, oi su suave voz indulgente.

Dude por un segundo mirándome en el espejo, seguía sonrojada.

¿Qué va a creer si me ve así?

Armándome de valor me giré lentamente sin apartarme demasiado de la pared y lo mire, tenía la mirada sobre la puerta y su celular había desaparecido.

Tragué saliva.

  —Estoy bien. No es nada—, digo mordiendo mis mejillas para controlar el calor que me abraza.

Bien, pude hablar, porque por un segundo pensé que la voz se me iba a clavar en la garganta y no saldría. Tengo la garganta seca. Carraspeo como si eso fuera a ayudar causando lo contrario, giro el rostro y me miró atentamente.

Eh… el carraspeo no era para llamar su atención.

  —Bien—, comentó complacido y salió del ascensor una vez que las puertas se abrieron, pero no antes de inclinar levemente la cabeza con un atisbo de sonrisa que no me dio tiempo admirar. Fue tan rápido qué lo único que pude admirar fue su espalda de hombros anchos.

Piel de Cristal © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora