6.- Las cosas nunca irán mejor de esta manera

102 16 0
                                    

Shen Qiao avanzó cuidadosamente entre las rocas caídas, mirando hacia atrás solamente para asegurarse de que Liu QingGe y Nie HuaiSang lo seguían.

— He recorrido estas cavernas desde que caí hace años— dijo—. Hay una salida natural que correspondía a una cascada, es angosto pero una persona cabe perfectamente por ahí.
— ¿Por qué no has salido?— preguntó Liu QingGe.
— Es difícil de alcanzar— dijo Shen Qiao sin ahondar en detalles.

Liu QingGe frunció el ceño levemente, sin decir nada más. Había algo en su guía que le daba desconfianza, pero no sabía dilucidar qué era y en ese momento su preocupación más importante era Nie HuaiSang: podía sentir su cuerpo caliente a través de su ropa y temía que fuera a enfermarse debido a sus heridas internas.

El eco de gritos resonó por la caverna haciendo que se detuvieran. Shen Qiao miró alrededor y dijo con seriedad:

— No le hagan caso.

Nie HuaiSang jaló la túnica de Liu QingGe con urgencia, diciendo:

— Quiero bajar.
— Bien.

Liu QingGe dejó bajar a Nie HuaiSang, quien de inmediato se agachó y escupió una sangre oscura que alarmó a sus dos acompañantes. Esta vez fue Liu QingGe quien presionó sus puntos de acupuntura para relajar sus músculos, pero el líder Nie volvió a escupir sangre.

— Se está estancando— dijo—. Necesito caminar, Liu-xiong, ¿me dejarías recargarme en tí?
— Por supuesto— dijo Liu QingGe ofreciendo su brazo a Nie HuaiSang, que lo sostuvo con fuerza para no caer—. Sígamos.

"No hay forma. ¡No hay forma!"

El pensamiento se convirtió en un eco que recorrió el lugar y llamó la atención de la pareja, que volteó hacia el lugar de donde provenía. Vieron a un joven de rodillas, en medio de un campo de cadáveres, sus ropas doradas estaban tan llenas de sangre que era difícil distinguir los brocados de sus túnicas.

— ¡No es posible!— exclamó—. Sacerdote principal, era tu gente, ¡eran tus súbditos! ¿Cómo pudiste…?
— Ya no son nada de mí.

Ante la vista del joven, el hombre de negeo frente a él cambió su apariencias a unas ropas blancas fúnebres y una máscara medio riendo y medio llorando que cubría su rostro.

— Esta gente dio la espalda a Xian Le apenas vieron la oportunidad— dijo Xiè Lian—. Dejaron de ser mis súbditos para convertirse en los tuyos, ¿y todo para qué? Yong An se ahoga en sangre porque la familia real no supo distinguir a quien era correcto darle su bondad.

El joven tembló por la rabia y se puso de pie, arremetiendo contra Xiè Lian, que lo detuvo de un solo golpe haciéndolo caer al suelo.

— Lang Qian Qiu, eres tan iluso— dijo—. ¿De verdad creíste que tendrías una oportunidad contra mí?
— ¡Esto no está bien!— exclamó Lang Qian Qiu—. ¡Las cosas nunca irán mejor de esta manera!
— No se trata de que vayan mejor.

Un tintineo a espaldas de Xiè Lian llamó su atención, la calamidad volteó viendo a un fantasma de rojo cuyo rostro estaba cubierto con una máscara sonriente. Llevaba a dos hombres inconscientes arrastrando y los soltó apenas estuvo frente a Xiè Lian, arrodillándose frente a él.

— Llegas tarde, Wu Ming— dijo Xiè Lian.
— Ruego a mi señor que me disculpe— dijo Wu Ming—. Terminé atrapado dentro del monte TongLu y tuve que abrirme paso para salir. La única fortuna es que salí con la fuerza suficiente para cumplir con su encomienda.

Lang Qian Qiu arriesgó una mirada, un movimiento apreciado por Wu Ming.

— ¿Y este niño?— preguntó.
— Es mi aprendiz— dijo Xiè Lian—. Qian Qiu, es hora de tu última lección: debes darle su merecido a quien te traiciona.

Wu Ming chasqueó los dedos, y dos fantasmas sin rostro arrastraron a dos personas consigo, Lang Qian Qiu los reconoció: eran Qi Rong y An Le, los últimos príncipes de Xian Le. Los asesinos de sus padres y causantes de la caída de su reino.

— Sujetalo. Quiero que observe.

Wu Ming se movió con rapidez inmovilizando a Lang Qian Qiu. Xiè Lian se acercó a los dos inconscientes y llamó:

— Feng Xin. Mu Qing. Despierten.

El primero en recobrar la consciencia fue Feng Xin, y Mu Qing lo siguió poco después; ambos reaccionaron con terror al ver a la calamidad vestida de blanco y ésta se echó a reír quitándose la máscara. El desconcierto de los oficiales celestiales era tan palpable que podía cortarse con un cuchillo.

— ¡Su Alteza!— exclamaron ambos al unísono.
— Veo que la fortuna les ha sonreído— dijo Xiè Lian—. Y veo también que no me han olvidado, lo cual es bueno. Yo tampoco los he olvidado. ¿Cómo podría olvidar a los dos traidores que me abandonaron cuándo más los necesité?
— Su Alteza, ¿de qué está hablando?— dijo Feng Xin—. ¡Usted me echó!

Mu Qing permaneció en silencio, observando aquel aterrador ser al que una vez había deseado como amigo convertido en una encarnación de la maldad. La noble Alteza que había saltado para salvar a un niño y que se preocupaba por la gente común ya no existía más y no pudo evitar sentir una punzada de culpa por lo sucedido tiempo atrás, por la forma en que había actuado. Se escuchó un grito ahogado, y Feng Xin cayó con el torso partido a la mitad: Xiè Lian lo había cortado con una espada negra, cuyo filo se dirigía ahora a Mu Qing.

— ¿Alguna última palabra?— preguntó.
— ¿Cambiará algo cualquier cosa que diga?— preguntó Mu Qing.
— No.
— Eso temí.

Xiè Lian sonrió, y cortó el cuello de Mu Qing de un golpe para después voltear hacia Lang Qian Qiu.

— Los traidores no merecen misericordia. Es tu turno.

Wu Ming soltó a Lang Qian Qiu, que dirigió la mirada a Qi Rong y An Le. Éstos, por otro lado, tenían la mirada fija en Xiè Lian.

— ¡Primo!— exclamó finalmente Qi Rong—. ¡Primo Príncipe heredero! ¡Has venido al fin!

Xiè Lian lo ignoró, poniendo la espada Fang Xin en manos de Lang Qian Qiu.

— Sabes qué hacer— dijo.

La espada tembló con el agarre de Lang Qian Qiu conforme él se dirigía a sus dos amigos… a los que él creía sus amigos y que conspiraron en su contra.

— Recuerda— dijo Xiè Lian poniendo una mano en el hombro de su aprendiz—. Todo esto fue por su causa.
— ¿Qué… qué estás diciendo?— soltó Qi Rong.
— Tranquilo— dijo An Le con arrogancia—. No va a matarnos, no tiene las agallas para hacerlo.

Lang Qian Qiu dejó caer la espada, tomando en su lugar tres largas estacas que encajó en el torso de An Le, clavándolo en el suelo. El príncipe gritó por el dolor y la conmoción, escupiendo sangre en una dolorosa y tortuosa muerte.

— ¿Decías?— inquirió con una sonrisa malvada.

Usando su propia espada, Lang Qian Qiu cortó en trozos a Qi Rong hasta que no quedó nada más que una pulpa sanguinolenta. Xiè Lian se acercó a él, complacido, y extendió la mano entregándole una máscara.

— Estás listo— dijo.

Lang Qian Qiu tomó aquella máscara triste y la colocó sobre su rostro, Wu Ming se situó frente a él y ambos se arrodillaron ante Xiè Lian, que volvía a usar su máscara.

— Mi señor, soy para siempre tu creyente más leal— dijo Wu Ming.
— Maestro, te seguiré a dónde vayas como tu fiel aprendiz— dijo Lang Qian Qiu.

Xiè Lian asintió, complacido. El mundo sufriría bajo su mando, no descansaría hasta sumirlo en sangre y dolor.

La visión se desvaneció y la cueva empezó a temblar. Shen Qiao sujetó a Liu QingGe y a Nie HuaiSang, arrastrándolos lejos del aluvión de rocas que se les venía encima.

La cueva de las desgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora