Ese año a pesar de la nieve, Akira había asistido al templo para el Hatsumode (1). Desde muy pequeño, su abuela le había inculcado esa tradición, al igual que otras costumbres y creencias de antaño. Pese a que ya era un adulto y a que su abuela había fallecido tres años atrás, por la mente de Akira no cruzaba la idea de hacer a un lado lo aprendido en su infancia, al contrario, en el fondo sentía que al aferrarse a esas cosas que hacía en compañía de la anciana mujer, la esencia de su abuela permanecía con él.
No recordaba muy bien el omikuji (2) de ese año, pero al menos en lo que se refería a su suerte había leído hankichi o «media buena suerte» y «fortuna». Estaba seguro de que había guardado aquel trozo de papel en alguna parte de la casa, aunque no recordaba exactamente dónde. A esas alturas del año, tampoco podía recordar que decía el omikuji con respecto a los demás aspectos de la vida, aunque seguramente no se hubiera olvidado de la predicción en caso de que anunciara «catástrofes», «tragedias», «malos negocios», o algo por el estilo.
Recordar tan repentinamente el omikuji de ese año le hizo cancelar rotundamente la visita que había planificado al templo para esa mañana. Akira intentó convencerse de que era simplemente una leve racha de mala suerte o bien, de una serie de coincidencias bastante inoportunas que habían iniciado hacia más o menos un mes atrás: Primero había sido la inundación en la cocina, pero al ser una casa tan vieja, para el joven era un tanto obvio que esa clase de desperfectos podrían ocurrir.
Después las plantas en el frente de la casa se habían comenzado a secar. Pero como el verano estaba por terminar para darle paso al otoño, Akira se aferró a la lógica aún cuando las plantas y flores en los frentes de las casas vecinas todavía no comenzaban a marchitarse.
Las señales de la mala suerte fueron tenues en un principio, sin embargo a principios de agosto uno de los meseros faltó al trabajo a causa de un resfrío y en tan solo una semana, tanto uno de los barman como otros dos meseros se habían contagiado de una simple gripe que se convirtió rápidamente en padecimientos de las vías respiratorias mucho más graves.
A pesar de todo eso, Akira seguía mostrándose reticente de su mala suerte y culpó a los abruptos cambios de temperatura por la mala salud de sus empleados. Pero la mala suerte estaba empeñada en hacer que Akira se percatara de su presencia, así que en esa misma semana la clientela en el Hyena, —el bar que administraba Akira— fue casi nula y por si fuese poco, la rockola se había descompuesto.
De modo que, la noche anterior, justo antes de quedarse dormido, Akira había decido visitar el templo; a lo mejor si colgaba un ema (3) y rezaba lo suficiente, los dioses escucharían sus plegarias y le retirarían la mala suerte. Y es que no creí que esa racha de infortunios fuera producto del karma porque hasta donde recordaba era un buen vecino que no se metía con nadie. Trataba bien a sus empleados y jamás había despedido a alguien injustificadamente. Tampoco le había roto el corazón a nadie o se había negado a hacerle un favor importante a alguien cercano. En definitiva, había sido un buen hombre en lo que iba de ese año.
—Un buen hombre que se había quedado con la mochila de un desconocido —pensó.
Estaba sentado en el escalón del genkan (4) a punto de ponerse los zapatos cuando recordó «ese» pequeño detalle. Frunció el ceño y volvió por el pasillo en dirección a la sala de estar. Ahí, sentado sobre la mesita de mesa, tal como si fuera un anciano que disfruta de la brisa veraniega reposando apaciblemente desde su mecedora, estaba el pequeño daruma rojo que le había acompañado desde hacía más de un mes. La mochila de Ruki y el resto de sus cosas estaban guardadas en un armario en el pasillo. Akira no había pretendido quedarse con ellas, pero luego de dos semanas de traer consigo la mochila, la posibilidad de encontrarse con Ruki para devolvérsela se había hecho todavía más nula. Le había pedido al barman principal que cuando viese a Ruki por ahí le hiciera saber que necesitaba hablar con él. Sin embargo, en las siguientes semanas, el barman tampoco avistó al pelinegro ni una sola vez en el bar.
ESTÁS LEYENDO
L E E C H
FanfictionAcostumbrado a la rutina laboral, Akira no solía detenerse a pensar en cosas tan triviales como la buena o mala suerte, sin embargo, una serie de curiosos eventos le hará replantearse la posibilidad de su existencia, así como la posibilidad de ser u...