02: convertor catalítico/ soñando despierto

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Lo de Joong

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Lo de Joong

–Ey, Hongjoong.

–¿Sí? –un gruñido–. ¿Quién es? –como si no lo supiera.

–Min.

–¡Song Mingi! Justo estaba pensando en ti.

–¿En verdad?

–No. ¿Qué demonios quieres?

Sonreí porque sabía que diría eso. La sonrisa se sentía extraña en mi rostro.

–También me alegro de oírte.

–Sí, sí. Hace rato que no te veo, muchacho –estaba molesto por mi ausencia.

–Lo sé, tenía que... –no sabía qué tenía que hacer.

–¿Hace cuánto que el donante de esperma se fue a la mierda?

–Hace un par de meses, creo.

Cincuenta y siete días, diez horas y cuarenta y dos minutos.

–Que se vaya al diablo. Ya lo sabes, ¿no?

Lo sabía, pero él aún era mi papi, así que tal vez no.

–Claro –repliqué.

–¿Tu ma está bien?

–Sí.

No, no lo creo.

–Min.

–No, no lo sé.

Suspiró profundo.

–¿Descanso para fumar? –le pregunté, y dolió porque eso me resultaba familiar. Casi podía oler el humo, quemaba mis pulmones. Si pensaba demasiado, podía verlo sentado en la parte trasera del taller, fumando con el ceño fruncido, sus piernas largas estiradas y sus tobillos cruzados. Aceite debajo de sus uñas, tatuajes brillantes y coloridos cubriendo sus brazos: cuervos y flores, y formas que deberían de tener un significado que no podía descifrar.

–Sí. Los cigarrillos son la muerte, hombre.

–Puedes dejarlos.

–Jamás dejo algo, Min.

–Los perros viejos también pueden aprender nuevos trucos.

–Tengo veinticuatro –soltó una risotada.

–Viejo.

–Min...

Lo sabía.

–No nos está yendo bien –confesé.

–¿El banco?

–Ella cree que no las veo. A las cartas.

–¿Cuánto se atrasaron?

–No lo sé –me sentía avergonzado. No debería haberlo llamado–. Debo irme.

–Min –ladró–. ¿Cuánto? –claro y conciso.

W.S [yungi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora