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-¿Todo bien?-Preguntó mi madre mientras asomaba la cabeza por el recibidor al escucharnos entrar.

Asentí y le sonreí. Me salió así.

-De lujo Marité.-Contestó Mimi con guasa.-Son más apañás que un fandango.

Mi madre rió ante aquello y a mí no me quedó otra que acompañarla en ello. Antes de lo que me imaginé nos encontrábamos terminando de cenar al lado de la chimenea. Aquel día mi padre había decidido encenderla porque decía que era una ocasión especial por tener invitada, algo por lo que Mimi no se opuso en ningún momento.

Incité a la granadina a que le contara a mis padres la historia de cómo acabó saliendo de fiesta un sábado por la noche con el cura de la parroquia de su barrio y bailando en la primera misa del domingo con este.

Me había contado aquella historia un par de veces y yo puedo asegurar que me reía cada vez más que la anterior. Obviamente Mimi omitió los datos que para unos padres nunca están bien vistos y yo una vez más acabé en un ataque de risa.

Risa de la buena, de la que no te deja respirar y te hace aumentar la risa cada vez que la situación pasa por tu cabeza una y otra vez. Risa ahogada, de la de tener que parar de reír por el dolor de barriga. Mis padres riendo conmigo y tú Mimi encogiéndote de hombros mientras reías con nosotros.

Mimi, me hubiera quedado a vivir en aquella noche toda mi vida. Los brazos de mi madre aprisionándome en el sofá, tú vacilándote con mi padre y par de copas vacías encima de la mesa. Notaba a mi madre reír detrás de mi oreja con cada tontería que os contabais mi padre y tú.

Nunca he llegado a saber qué cara tenía en aquellos momentos Mimi pero si sé que era incapaz de borrar la sonrisa que se había instalado en mí mientras observaba aquella imagen. El fuego que mi padre había encendido en la chimenea aquella noche empezaba a apagarse, señal que hizo que mis padres subieran a su habitación alegando que mañana no querían levantarse demasiado tarde pues habíamos quedado en comer con la familia de Luis.

Mimi, esperaste a que mis padres desaparecieran por las escaleras para acurrucarte conmigo en el sofá delante de la casi ya apagada chimenea. Te colocaste de tal forma que acabé apoyando mi espalda en tu pecho y pasaste un brazo por encima de hombro. No dijiste nada, las palabras sobraban Mimi. Estaba feliz, tú me hacías feliz.

Notaba el bombeo de tu corazón calmado detrás de mí y fijando la mirada en lo que quedaba de fuego entrelacé tu mano con la mía. Dejaste un beso en mi cien y hablaste después de suspirar.

-Prométeme que me traerás la próxima vez que vengas.

Sonreí ante aquello. Que Mimi hubiera congeniado tan bien con mis padres y el simple hecho de querer volver me hacía notar un no sé qué que qué se yo en el pecho. Era una realidad.

-Te voy a traer todas las veces que quieras venir.-Respondí levantado mi cabeza para mirarla.

La rubia sonrió y juntó sus labios con los míos.

Por fin. Había deseado aquello desde que habíamos entrado a mi casa.

Su lengua haciéndose paso en mi boca de forma tímida y yo recibiéndola con ansias. Una pelea en la que no había perdedor.

Se separó lentamente antes de mirarme a los ojos y sonreír. Me volví a colocar en la posición de antes y suspiré antes de hablar.

-Hablé con Carlos hace unos días.-Dije.

-¿Y qué tal?-Preguntó interesada.

Me encogí de hombros al instante.

-Bien, Carlos es un buen chico.-Admití.-No se lo tomó a mal y siéndote sincera si las cosas hubieran sido al revés yo si lo hubiera hecho.-Continué diciendo.- En poco tiempo ha sabido leerme y entenderme más de lo que yo lo he hecho.-Cogí una bocanada sutil de aire antes de decir aquello.-De hecho, lo sabía.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2020 ⏰

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