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Una mirada de esas, puede
ocasionar problemas.

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Recargué parcialmente mi frente en el frío cristal de la ventanilla del coche. Los árboles, la prominente neblina y las escasas viviendas pasaban rápidamente ante mis ojos. El cristal se empañaba ante el contacto con mi respiración que chocaba contra él; incluso quizá se sentía un poco húmedo.

Iba tarde a la escuela, porque mi madre tuvo que ir al hospital antes de llevarme, puesto que hubo un mal entendido que debía aclarar con el papeleo de un paciente que aparentemente se extravió la noche anterior.

—¿Cuándo vas a comprarme un auto? —le pregunté en tono monótono.

—Cuando te lo merezcas —respondió al instante.

Mi madre era cirujana plástica. Tenía un buen sueldo, no éramos ricas, pero vivíamos bien. Seguro podía comprarme un auto si nos administrábamos los gastos, aunque en el fondo sabía que no iba a pasar.

Chasqueé la lengua con hastío. Estaba llegando dos clases tarde, pero mi madre aseguró llamar a la escuela para justificar mis faltas. Y aún estábamos a treinta minutos de la escuela, porque el hospital particular en el que ella trabaja, está a las afueras del pueblo.

—¿Qué le ocurrió a tu primer y último auto? —inquirió exagerando interés.

—Madre —me volví para verle—, ya te he dicho que no fue mi culpa.

—El árbol se te atravesó —completó lo mismo que yo siempre le había dicho.

Hice una mueca y me dejé caer en el espaldar del asiento con los brazos cruzados sobre mi pecho.

Resoplé un mechón de cabello que cayó sobre mi rostro.

—Además, tus calificaciones del año pasado... —dejó sus palabras suspendidas en el aire y después de un segundo produjo un sonido de negación con la boca.

—De acuerdo, de acuerdo —refunfuñé arrugando el ceño—. Ya entendí.

Mi madre soltó una carcajada.

—Vamos Leah, evita tu comportamiento infantil, te creí superior que eso —mofó, yo sabía que buscaba retarme con lo último.

Inhalé una larga bocanada de aire, mientras me repetía mentalmente que esa mujer era quien me había mantenido toda mi vida, y que se merecía al menos mi respeto. No por haberme dado la vida, pues yo no la pedí, pero sí por todo lo que ha hecho por mí en el transcurso de la misma.

Mi madre bufó, despegó sus ojos un minuto del camino para mirar la hora en su celular. Llevaba el rubio cabello atado en una coleta alta y seguramente apretaba, lo digo por la manera en que el cabello tiraba de la piel de su rostro hacia atrás.

Que necesidad de las personas por sentirse lo más incomodas que les es posible.

—¿Has conocido a alguien nuevo? —indagó, con una diminuta chispa de esperanza—, ¿algún amigo?

—A mis maestros —zanjé sarcásticamente.

Recordé a Evan y nosotros conversando el día anterior, lo conocí a él, pero no por voluntad propia. No era mi intención traerlo al tema solo para darle falsas ilusiones a mi madre y preguntas incómodas a mi persona.

—Lo mismo de todos los años —suspiró ella.

—Si, ya ves —le dije yo.

El ya ves se había vuelto mi monosílabo preferido de los últimos meses para zanjar temas que no fuesen de mi interés.

Inverosímil Where stories live. Discover now