PARTE 1: DONA

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Las intensas gotas de lluvia mancillaban el hilo musical, ahora casi imperceptible

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Las intensas gotas de lluvia mancillaban el hilo musical, ahora casi imperceptible. Era la madrugada de un lunes y el hotel estaba bastante tranquilo. A esas horas la recepción era prácticamente un desierto, de no ser por Dona. La joven mulata de labios carnosos y pelo negro rizado, desenvolvía un humeante recipiente de cartón en el que podía leerse "Todai-Ji: Restaurante Oriental" sobre la imagen, a modo de grabado, de un templo japonés. Tras abrir las tapas y oler los udon, sonó aquella estúpida campana que su jefe, el señor Rojas, se había empeñado en instalar tres meses atrás y a causa de la cual habían tenido que llamar dos veces a Rodrigo, el chico de mantenimiento, esa misma semana. Dona apartó la vista de sus fideos y observó que por la puerta entraba aquel coreano que se había instalado anoche, acompañado de dos mujeres que, por su aspecto, no debían de hacerlo gratis. Detrás de ellos, y empapados como los primeros, otros dos orientales trajeados entraron y se pararon de pie junto a la puerta principal con previsión de quedarse. El trío se aproximó al mostrador de la recepción entre risas y algún tambaleo.

–Buenas noches, señores. –dijo la recepcionista risueña.

El cliente soltó a ambas féminas de sus respectivas cinturas y se apoyó en el mostrador. Entornó los ojos unos segundos y leyó el nombre del letrero prendido en la camisa de la puertorriqueña.

–Hola Dona. Sube una botella de Champagne a mi habitación. –balbuceó con un tremendo acento oriental aderezado en bourbon.

–En seguida aviso a mi compañero, señor Yoon. ¿Lo va a pagar ahora o lo apunto a su cuenta?

–¿No puedes subirla tú? –babeó el señor Yoon con una sonrisa perturbadora. Mientras, dejaba un billete de los grandes, con un gesto de asquerosa prepotencia.

–¿Era la 2187 verdad?

El coreano cerró un ojo y asintió con la cabeza.

–Veré qué puedo hacer, señor Yoon. –respondió Dona con una sonrisa más falsa que el Iscariote, cogiendo el billete del mostrador.

El hombre volvió a agarrar a sus compañeras por la cintura y se dirigió hacia el ascensor susurrando cosas en el oído de la rubia. Durante la espera, las manos del señor Yoon manoseaban los traseros de las meretrices, quienes, entre carcajadas, se peleaban por el cuello del anfitrión. Ante tal espectáculo, la recepcionista decidió apartar los todavía humeantes udon teriyaki y comprobar que el billete no era falso, con una de esas máquinas que tienen en los comercios. Las puertas del ascensor se abrieron y los pasajeros desaparecieron tras ellas. La joven latina, al otro lado del mostrador, contó hasta diez tras el cierre para descolgar el teléfono. 

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