Hay niños que le temen a los fantasmas, al monstruo de su closet, o al de abajo de su cama. A no saber si estará solo en casa cuando despierte por la mañana, o simplemente a lo desconocido tras el oscuro manto de la noche arropándolos. En definitiva a lo que imaginan. A cosas que se manifiestan en su mente solo al apagar las luces de la casa, de la pieza de sus padres, y por último, las de su propia habitación. Pero todos tenemos distintos temores...
Mamá era fanática de las películas de terror, y a pesar de que no me dejaba verlas con ella, cada noche se ofrecía a dejar una luz encendida en mi cuarto, para no asustarme en caso de despertar abruptamente por una pesadilla. Creo que sospechaba que me escabullía por las escaleras para tratar de ver a escondidas. En realidad, nunca me sentí en peligro con ella o con papá.
Papá odiaba las películas de mamá, pero siempre las veía a su lado, y al terminar, ambos me arropaban, y me dedicaban palabras cariñosas sobre lo que sentían por mí. –Te amamos, Celine– Y conseguía dormir plácidamente en plena oscuridad. Sabiendo que las criaturas en las películas prohibidas, eran invención de alguna persona con exceso de creatividad, que decidió expresarla en la pantalla grande. Ese nunca fue mi miedo.
Temía, en cambio, que desde lo a gusto de mi cama, la mirada fría que entraba desde la ventana, no fuese solo una mirada. A veces parecía una brisa, pero de vez en cuando, se colaba como un soplido justo en mi nuca. Casi podía sentir una respiración en aquella mirada. Casi podía oír un palpitar. Quería llamar a mis padres, pero me avergonzaba decirles que sentía miedo, siendo que ellos no le temían a nada.
Con 6 años era imposible diferenciar la sensación del infantil temor que sentían mis compañeros al oscurecer, describiendo cómo creían que los fantasmas abrirían la puerta de su habitación de un golpe, y que al darse la vuelta no hallarían nada, muy similar al pánico que sentía yo cada noche, pero sin embargo no se referían a lo mismo. Sí, eran similares. Porque la ventana de mi cuarto, en el segundo piso, se parecía bastante a la puerta de la que ellos hablaban. Y la incomodidad ante la visita inesperada de algún vecino mal intencionado, o de aquel extraño, al que no debes aceptarle dulces ni globos, por el miedo que me llevaran, era bastante parecido a la sensación de compañía inquietante que provocan los fantasmas. Pero al recibir el amor de mamá y papá, todo aquello se esfumaba.
Hasta que una noche, la mirada se volvió más que una mirada, puso una sábana en mi cabeza, y me levantó entre sus brazos. Oí un par de gritos lejanos, sentí un golpe en el marco de la ventana, y entonces mi casa fue la que se esfumó, junto al tierno rostro de mi padre, con su barba cosquilleando mi cara, y los hermosos ojos verdes de mamá, dándome las buenas noches. Papá... Mamá...
...¿Mami?...
...De qué estaba...
–¡¡¡¡Celine!!!!–
-Qué... es eso? Suena como... mojado.
-Cloc...Cloc...
-Me está mareando. Creo que está sobre mi cara. Me está ahogando.
-Cloc...Cloc...
-La sábana ¡Me ahogo! Ayuda... ¡AYÚDENME!
-¡CRASH! –El sonido de la puerta al azotarse contra el muro me despertó de golpe, tenía la cara empapada, llenándome las fosas nasales de agua que entró disparada a mi garganta por el espasmo.
-¡Buenos días mis queridas cifras! Es hora de entrenar, hoy es lunes de defensa, y ya son las 7:01 am. Además hay un rico desayuno esperándolos en la mesa, muy calientito. Mientras antes terminen la rutina, antes podrán comer. –Con una dulce caricia levantó mi rostro mojado– ¡Uy! Ese estúpido grifo de nuevo. Veré que lo cambien de lugar, pupilos, mañana ya no tendrán que preocuparse por eso. Ve a secarte la cara y te preparas para entrenar. ¡Está delicioso! Mejor aprovechen mientras está caliente.
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Celine
General FictionNo es la oscuridad en si a lo que temen los niños, sino a lo que suelen imaginan tras el oscuro manto de la noche arropándolos. ¿Será que la mirada en la ventana esta vez era real?