Capítulo 2

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 ¿Esas son manos?

¿Esa ventana tiene... manos?.

Debe ser. Sus dedos se extienden, vienen hacia mí, aunque lentamente. Están negros, o podridos... Pero ¿Dónde estoy?, este no es el internado, de hecho, esta ni siquiera es mi cama. Es todo demasiado... ¿Qué color es este?

Tampoco reconozco este uniforme de descanso, y la puerta ¿Está abierta? NUNCA dejan la puerta abierta. Y esa luz cegadora que traspasa el umbral, no se siente como la sala de torturas... Esta luz se siente tranquilizadora. Da la sensación de paz, pero la mano sigue ahí, y se acerca. Mi pecho, duele al respirar, no puedo moverme, pero no le temo. Ya está aquí.

-¡Mamá! ¡Papá!...Pa...Pa...

-¡Párense! ¡Arriba! Han descansado bastante –Esta vez el grito del tutor sonó más fuerte que la puerta– Ya estoy al tanto de sus acciones de ayer. Confío en que hoy se comportarán con la disciplina adecuada. Tienen cinco minutos, cifras.

-¡Serán tres tutor Sergo! –Respondimos a coro, como le gustaba al fornido Sergo, casi tan grande como los gorilas que asisten a los encargados, pero definitivamente más fuerte.

Las palabras del encargado resonaban en la habitación en seco, sin eco alguno, y la visión borrosa comenzaba a reponerse con cada palabra que brotaba de sus labios. El tutor Sergo salió y, adormecidos aún por la droga en nuestra sangre, tratamos de vestir el uniforme de entrenamiento sin caer dormidos en el intento. Apenas abrí el casillero me di cuenta de que la noche anterior dormimos en lados invertidos.

–103, detente. Ni siquiera cabes en mi uniforme, lo vas a rajar. –Crucé la habitación y le ayudé a desatorar el traje de su espalda. –Ya quisieras tener tu casillero tan ordenado como el mío, ni en tus sueños.

–Odio los martes de armamento. Son muy bulliciosos, y no asimilo bien el ruido después de una noche de drogas.

–Es cierto.– Respondí mientras nos acercábamos a la salida –La profunda voz de Sergo, me hace temblar los tímpanos.

–Pues de eso se trata el sonido 106, alégrate de que aún puedes oír a pesar de tantas palizas.– Quedé cara a cara en la puerta con el tutor, que había vuelto a buscarnos porque ya pasaban de los tres minutos que le prometíamos según su propia acotación. Más bien, cara a pecho. Era un hombre bastante alto.

–Bien. –Continuó– Creí que tendrían que volver a disciplina después de clases, pero veo que están listos. Bueno, en realidad tú sí 103. Mario te ha citado a disciplina después de clases, y me temo que evaluarán enviarte otra vez a la sala de castigos. Te sugiero rendir al máximo en armamento, para poder entregar un informe favorable. No querrás pasar dos días seguidos ahí.

Caminaba delante de nosotros, sin voltearse ninguna vez, seguro de sí mismo y de que lo seguíamos, pues esa era la rutina de cada semana. Además de la disciplina en base a golpes, la educación y los horarios fijos, el internado entero tenía cámaras de seguridad con las que vigilarnos, día y noche, con cambios de turnos entre diferentes asistentes, casi igual de preparados que los propios tutores, en caso de tener que reaccionar ante algún imprevisto. Todo eso, sumado a que nunca habíamos recorrido el recinto por completo, que resultaba ser un verdadero laberinto, nos quitaba el ánimo de tratar de escapar.

En uno de los intentos de fuga, nuestro compañero 108 consiguió pasar las cámaras de seguridad y llegar hasta un pasillo trasero, prometedor, ya que en éste no había más puertas que la del fondo, con una enorme luz roja en la parte superior. El camino se cortaba para nosotros tras esa puerta, ya que sólo se ingresaba con una tarjeta especial autorizada por Mario, de la que solo disponían los tutores, como nos enteramos después. El pobre 108 no pudo caminar en semanas por la lesión de su rodilla, provocada por Syrá, al atraparlo.

CelineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora