Prologo

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La televisión se prendió

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La televisión se prendió.

 En ella se podía ver un gran gimnasio donde en el centro se encontraba una mesa alargada con cuatro personas sentadas. Atrás de ellas había unas gradas abarrotadas de personas y, finalmente, apareció una joven con una sonrisa resplandeciente: mi abuela.

Todos aplaudieron eufóricos antes de que comenzara su espectaculo. Sus movimientos eran esquisitos, perfectos. Hacía unas complicadas acrobacias que terminaban a los pies de las barras. De un salto se agarró al barrote y comenzó a dar vueltas con gracia y elegancia. Terminó poniendose de pie en la misma barra y saltó hacia la otra, que era aún más grande y alta. Dió tres vueltas y se soltó, dando un leve giro en el aire para después acabar en el suelo, de pie con los brazos levantados, como si de una bailarina de cristal se tratara. Todo el público se emocionó y pude ver como se le acercaban a ella para abrazarla, ya que, claramente, después de ese increíble espectaculo, ella había sido nombrada ganadora. 

Eso era lo único que habían grabado de aquella competición, solo habían grabado el final, cuando ella había conseguido el titulo de campeona nacional. Su triunfo más grande. Habría pagado muchísimo por ver la competición completa, porque cada vez que ella hacía acto de presencia no podía apartar la vista. Era casi hipnótico. Me removí en la silla y cuando estuve apunto de volver a poner el DVD llamaron a la puerta de la habitación y allí se encontraba mi abuela; aquella mujer a la que admiraba con todo mi ser. Aquella mujer que me había impulsado a seguir sus pasos. Allí se encontraba, apoyada en el marco de la puerta, mirándome con cariño.

—¿Otra vez viendo el video? —me preguntó con cariño, a lo que yo asentí con la cabeza, algo avergonzada—. La cena está lista. Vamos, que se enfría. 

Volví a asentir con la cabeza, con una sonrisa en mi rostro y me acerqué a ella rápidamente, después de apagar la televisión.

 Esa era la segunda noche que pasaba en casa de mi abuela y, en dos dias me había dado más amor que mis padres en toda mi vida, por eso me sorprendió el beso que me había plantado en la cabeza con tanto amor al pasar por su lado. Y así, ambas bajamos a cenar agarradas de la mano. Antes de conocer a mi abuela me sentía asustada, ya que mudarme a un país distinto, con una mujer a la que nunca había visto, me aterraba. Pero todas esas preocupaciones se disiparon cuando, nada más verme, me había llenado la cara de besos y caricias. Desde ese entonces, hasta lo que soy ahora, podía decir que Francia era el país donde había nacido pero, ¿Estados Unidos? ¡Oh! Ese si que era mi verdadero hogar y nadie podía negarmelo. 

 

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La Maldición De Una GimnastaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora