Chupachup

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Bakugou no podía apartar los ojos. Aquello tenía que ser una especie de complot por parte de los dioses o sus sombras o quienesquiera que controlaran el infierno. Un hálito de corrupción ardiendo lenta, tortuosamente delante de él. Todo debido a que esos ojos, por inocentes, no hacen más que sugerir burla; burla cruel, burla seductora, burla fatal, burla secreta. Burla hasta que la palabra burla deja de tener sentido y se deshace en los labios antes de pronunciarse, como miel...

—¿Me estás escuchando, Bakubro?—Lo devuelve a la Tierra la voz de Hanta.

—Está embobado con Uraraka—se ríe Jiiro.

Una insolencia detrás de otra, desde luego. Porque esta gente no sabe lo afectado que Bakugou se halla ahora mismo. Es intolerable esta carencia como de yonqui sin cocaína. Su cuerpo tiene sed de tacto, de manos, del vapor de la fricción...

—Cerrad la boca, gilipollas.

Está atado de pies y manos. Descendiendo por el lujurioso camino de los pecadores, donde los fuegos saltan a su alrededor y las lenguas de los diablos le secan el sudor de la frente y la nuca. Pero ni siquiera se está resistiendo. Porque el Infierno donde lo llevan a arder tiene escrito en la puerta: Uraraka.

—Si no está haciendo nada, tío.

Podría partirle los dientes ahora mismo a ese payaso de Kaminari. Por supuesto que estaba haciendo algo. Con el mero fin de sumergirlo en este estado. Lo sabía, porque la conocía. Conocía esa faceta feroz e insaciable, reflectante de la suya propia. Una faceta retorcida y fatal, que lo llevaba felizmente loco.

Esa hija de puta sabe perfectamente lo que está haciendo.

Despacio, con una calma titánica, lleva el chupachup a sus labios, paseándolo de un lado a otro: un péndulo de tentaciones cataclísmicas. El caramelo, brillante a causa de la saliva cubriéndolo, parecía observarlo a él —Bakugou Katsuki— con insolencia. Sí, como si un objeto pudiera decirle: «Yo estoy en el Paraíso y tú no, capullo».

A veces, asoma aquella lengua, una rosa tímida entre los lirios de sus dientes, para perseguir el infinito de la esfera del chupachup. Y daba vueltas y vueltas al dulce, danzando al ritmo de la obscenidad y sus enigmas.

—¿Por qué no le hablas?—propuso Kirishima.

—Más avances harías que mirándola como si fuera un croissant de chocolate—comenta Ashido.

—¿Bakugou? ¿Hablando con Uraraka?— Hanta se muestra escéptico. —Es como si metes un conejo y un tigre en una jaula y esperas a que se hagan amigos.

Debería apartar los ojos. Cortar de raíz aquel vértigo de lujuria. Mas, era imposible evitar la catapulta inconsciente, al igual que tampoco podía calmar su corazón beligerante. Era como estar sujeto a un hechizo.

—¿Uraraka es el tigre o el conejo?—pregunta Kirishima.

—Pues el conejo. ¿Cómo va a ser el tigre?—obvia Kaminari.

—¿Y por qué no va a ser el tigre?—carraspea Jiiro. Es muy consciente de que la influencia de Mineta sobre el rubio no es nada positiva para su concepto de mujer.

—¡Hablamos de Uraraka! Es como... lo más inocente que existe.

De estar escuchándolos, Bakugou se hubiera reído con ganas ante tal suposición. No obstante, continúa atrapado por el ardor en el principio de su vientre, amenazando con abrasarlo por entero. Hay un desierto bajo su lengua, y aquella saliva parecía, exactamente, la única agua que necesitaba. Seca sus sudorosas palmas por décima vez contra los pantalones, rezando para no explotárselos.

ChupachupDonde viven las historias. Descúbrelo ahora