Comienza una nueva década y con ella una nueva etapa. El nivel escolar se multiplica, aparecen los grupos sociales en la hora del recreo, amigos, amigas y juegos...
Hasta las vistas a campo abierto con las vías del tren dividendo el paisaje a lo lejos son tapadas por obras y edificios.
Cualquier día es perfecto si no falta la diversión, el recreo, ese pijama de caramelos...Es lunes, y como de costumbre el niño se dedica a coger todo bicho que se mueve por la hierba alta durante el recreo. Compite con el resto de niños y niñas por coger el bicho más grande. Lo que nadie se imaginaba es que en lugar de meter el bicho en una bolsa como el resto de niños y niñas, este niño llevaría al bicho directo a un hormiguero. Podríamos decir que la curiosidad mató al bicho.
Una temporada duró esto de la caza furtiva escolar hasta que aparece el deporte en nuestras cabezas.
Discusiones aparecen por decidir quién se queda a las niñas, que desde el inicio han sido consideradas inferiores, se sortea a la mejor jugadora, y los niños más descarados escogen equipo siguiendo la ley del macho dominante.
Nacen así los grupos sociales escolares, las niñas contra los niños, los malos contra los buenos. Pero aún así, niñas y niños juegan compartiendo espacio, para cambiar el mundo hay que comenzar por algo.
El estatus de cada niño o niña es proporcional al número de goles que meta.Nace aquí un grupo social, un equipo del recreo, el cual se convierte en un grupo de amigos para este niño, mi grupo de amigos.
Un grupo fiel, que mantiene la unión fuera de la escuela, donde vuelven a jugar en el parque en un partido contra "los grandes" que por cierto, casi siempre ganábamos. Todo es genial, deporte, juegos, las series animadas del medio día, los días de verano en la calle hasta la noche, las tardes en el parque hasta que el cielo se tapaba, lleno de nubes de tormenta típicas del mes de noviembre...Esta terminando un año genial para un niño en realidad ausente, distraído en su mundo, tanto, que no se da cuenta de que, en la otra punta del mundo se están cayendo dos torres de más de cuatrocientos metros de altura. Un niño que sabía encajar cosas buenas, pero no los infortunios, las desgracias. No conoce el dolor todavía, pero eso pronto cambiará.
El solo tenía en su ser que había encajado en un grupo de amigos.