Suspiro único

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* * *

La noche rugía con los gritos agónicos de una tormenta, el viento hacía golpear contra las ventanas hojas, rocas y un llanto aterrador que más de una vez era acompañado por truenos o rayos. Las paredes retumbaban, los vidrios temblaban, amenazando quebrarse en cualquier momento. En la soledad de la sala, cuando su única compañía eran los oscuros estantes llenos de libros, la mesa de química y el fuego que en ese momento no era suficiente para calentar su alma, se sentía más vacío que nunca.

Ni siquiera contaba con los regaños de la señora Hudson, que se había tomado unas cortas vacaciones muy lejos del aterrador clima actual de Londres. Volvió a hundirse bajo la gruesa manta, un rayo más recordándole su soledad tronó contra sus oídos. Aun así, a pesar del aterrador ambiente, Reginald tenía a su miedo enfocado en Watson.

El terco hombre había ido en busca de alguna pista poco antes del inicio de la tormenta, dejando solo a Holmes, matándolo lentamente de preocupación con leves tonos de enojo. ¡Claro! Deja que el tonto se preocupe del genio. Reginald se había jurado no pensar en el doctor egoísta, que no avisaba de su salida hasta tres segundos antes de partir dándole el aviso como si se tratase de una tonta nota a pie de página, y seguir con lo suyo el resto de la tarde. Pero su resolución duró solo los primeros minutos de la tormenta.

Todo un récord, si podía pensar en el lado positivo.

Ahora tenía una pequeña olla con agua al fuego, había preparado mantas y un cambio de ropa, porque no importa qué tan abrigado se fuera, su querido Watson regresaría empapado sí o sí. Un poco más conforme los minutos pasaban. Aumentando casi al mismo ritmo que su preocupación, ¡cómo si la mereciera! No es que el hombre no correspondiera en la misma medida sus tontos emocionales gestos, pero cuando se trataba de los casos Watson lo abandonaba tanto como hacía con su propia persona. Especialmente si tenía el terreno para él solo y no debía fingir ser un simple ayudante.

Así, sin lograr hacerlo comer o dormir adecuadamente, ni detenerlo de fumar como una chimenea en los momentos donde necesitaba más concentración, tampoco podía tomar de él otra cosa que no fuera un simple beso o juntar sus manos en los espacios solitarios. Nunca se había quejado mucho por ello, con lo tonto que era apenas entendía una pequeña parte de todo el misterio y complejidad en su amante, pero aun lo necesitaba y callar al respecto nunca sería algo que pudiera soportar demasiado tiempo.

Antes de pensar en que tal vez ya era hora de traer esa pelea a flote, el sonido de la puerta cerrándose alcanzó sus oídos en medio de un relámpago que iluminó escabrosamente toda la sala. Dejó a un lado las toallas entre sus brazos y con mucho cuidado vertió el agua caliente en una pequeña tina, para cuando terminó Watson ya entraba al recibidor. Reginald no poseía alguna clase de oído excepcional, pero aun logró escuchar, antes de que terminara de subir las escaleras, el sonido pesado de los zapatos cargados de punta a punta de agua.

Estuvo a punto de salírsele una sonrisa traviesa, un pequeño castigo de la naturaleza por haberlo preocupado tanto, pensó.

—¡Reg-! —El detective no le dejó terminar. A penas entró en la sala Reginald cubrió su cabeza con una toalla. Rápidamente le quitó el empapado arábigo, colgándolo cerca del fuego—. Lo siento, no creí que la tormenta... —guardó silencio, Reginald aún no respondía, sus gestos cubiertos de indignación y seguro que si lo hacía no diría algo amable. Se ocupó entonces de sacar del camino los puños, el cuello y la camisa de Watson, sobre los delgados hombros colocó una toalla más. De inmediato se dirigió a los zapatos, sin embargo, el doctor lo detuvo un segundo antes de inclinarse, sosteniéndolo por las mejillas, sus manos frías y húmedas le hicieron temblar—. Lamento haberte preocupado. —Reginald se deshizo del agarre, hincado retiró los zapatos y los calcetines, todo siendo lanzado cerca de la chimenea, en cuanto terminara los extendería junto al abrigo.

TormentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora