Epílogo

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Vimos el humo muchísimo antes de llegar a nuestro destino. Una columna negra, densa y que no presagiaba nada bueno. Nevert no había conseguido despertar aún a Rubens y, guiada por un mal presentimiento, obligué a nuestro conductor que se olvidara de los límites de velocidad y acelerara.

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, intenté lanzar una onda psíquica de búsqueda, tal y como había hecho hacía menos de una hora en la casa donde estaban los soldados. El silencio fue lo único que obtuve como respuesta.

—Más deprisa, joder.

Cuando el Mercedes se detuvo, tanto Nevert como yo salimos de él y echamos a correr hacia la nave. La puerta principal estaba abierta y, a través de ella, se veían varios grupos de llamas esparcidos por todo el lugar.

Nevert pasó a mi lado como una exhalación, con su piel de diamante reflejando luz de las llamas. Empezó a gritar, llamando a todos los chicos que habíamos dejado atrás cuando decidimos ir a buscar a Rubens.

Ninguno respondió.

La seguí, tapándome la boca con la manga de la sudadera para no asfixiarme con el humo. Me giré buscando algún signo de la presencia de aquellos chicos, pero lo único que vi fue la esquina donde antes estaban los ordenadores de Elías envuelta en llamas. Por la ferocidad con la que ardían, estaba claro que allí era donde se había iniciado el incendio.

Me giré de nuevo y, a pocos metros de mí, vi a Nevert arrodillada en el suelo, sujetando algo o a alguien entre sus brazos.

—Se... se lo han llevado —con horror, vi que lo que Nevert sujetaba era el cuerpo maltrecho y apenas sin vida de Mía—. La querían a ella, pero dijeron que se llevarían a Elías.

—Shhhhh —la intentaba consolar Nevert. Tanto ella como yo sabíamos que la niña ya no podría conseguir ayuda—. Lo siento.

—Él... él me pidió que destruyera sus ordenadores. Tuve que hacerlo... pero aún así se lo llevaron —miré a mi alrededor y reparé en los cuerpos bocabajo de Stefan y Hamal. Los dos tenían agujeros de bala en la espalda por donde no paraban de sangrar—. Lo siento...

—Has sido muy valiente —sabía que Nevert estaba agradecida de que el diamante no pudiera llorar.

Una viga empezó a crujir y moverse sobre nuestras cabezas.

—Tenemos que salir de aquí, Nevert. Cógela y vamos a sacarla.

Nev hizo ademán de hacer lo que le pedía, pero el grito de Mía le impidió que siguiera moviéndola.

—Dale esto a mi hermana —la niña tosió manchando la piel brillante de Nevert con sangre— y... y dile que siento... siento mucho lo de nuestros padres.

Nevert cogió lo que Mía le tendía y se lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Cuando volví a mirar a la niña, sus ojos se habían vaciado de vida. Le puse la mano en el hombro a Nev y tiré de ella.

—Tenemos que irnos —le dije, tosiendo por lo mucho que ya me costaba respirar.

—No puedo dejarla aquí. No así.

—Ella ya no está, Nevert. Y lo último que querría es que murieras enterrada en llamas.

—¿No lo entiendes, Tess? —me dijo apartando mi mano de su hombro—. Un diamante no puede sentir nada.

—Por favor, Nevert. Esto está a punto de venirse abajo.

La viga volvió a crujir, mucho más fuerte esta vez.

Quizás fuera la desesperación en mi voz o el grito que dio Rubens desde la entrada de la nave al ver lo que esos hijos de puta le habían hecho a unos niños, pero Nevert volvió a dejar a Mía en el suelo con los brazos cruzados sobre el pecho y se levantó. La pobre niña parecía que dormía.

—Si tienen a Elías es solo cuestión de tiempo que puedan dar con todos nosotros. Tenemos que detenerlos.

Y con esas palabras, la persona más extraña y jovial que había conocido en mi vida sentenció mi futuro. Dio a su dolor un propósito y a mi miedo una misión. Por fin parecía haber despertado de mi pesadilla de sueños, voces y mentiras.

Y la realidad no parecía ser mucho mejor. 

 

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