Nos vamos de aquí

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Odiaba con toda su alma al gobierno en ese momento.

"No podemos permitir que se quede aquí si no nos dice la procedencia de ese niño". Le habían dicho. "¿Cómo sabemos que no lo robó a alguna familia de algún pueblo vecino?". A ver. Tenía alas, si, y volar era como cinco veces más rápido que caminar, PERO el pueblo más cercano estaba a por lo menos 10 kilometros al sur y todos en ese maldito lugar sabían que NO SABIA VOLAR AUN. Por favor, tenía 15 años y sus alas seguían creciendo. Todavía eran demasiado débiles para aguantar su peso.

Por otro lado, le habían dicho que se fuera SIN el niño. Que lo dejara ahí para que ellos pudieran encontrarle un hogar.

Si, claro. De seguro lo dejarían en otra puerta a que se muriera de hambre.

Dejó de pensar en eso, furioso, cuando escuchó que el bebé empezaba a llorar de nuevo desde su habitación. Gruñó levemente, levantándose de su sillón y dejando su mochila en el suelo.

Apenas entró al cuarto lo cargó y lo miró fijamente, analizándolo. Aun estaba envuelto en su camisa, y a juzgar por su llanto inconsolable y el tiempo que había pasado, seguramente tenía hambre.

 Aun estaba envuelto en su camisa, y a juzgar por su llanto inconsolable y el tiempo que había pasado, seguramente tenía hambre

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—Tranquilo. Estoy aquí—. Gruñó, pegándolo a su pecho y dirigiéndose a la cocina para tomar un gotero. Luego regresó a su mochila, de donde sacó un termo de leche caliente que acaba de conseguir y pasteurizar en la mañana, antes de que fuera a reportar al bebé descubierto esa madrugada y le salieran con esa estupidez.

Se sentó otra vez en el sillón e introdujo el gotero en el termo y apretó, extrayendo un poco del líquido. Le impresionó como en cuanto lo acercó a la boquita del bebé este la abrió y dejó que las gotas de leche cayeran hacia su garganta, tragándolas y empezando a calmarse.

Repitió el proceso como por una media hora, sin darse cuenta de cuanto tiempo había pasado. Solo paró cuando el termo quedó a 2/3 de su contenido. Entonces, imitando lo que había visto en algunas ocasiones, tomo al bebé y lo apoyó en su hombro, dándole palmadas en la espalda. Como esperaba, este eructo.

Lo adorable de la situación fue cuando vio de reojo como sus mejillitas se pintaban de rojo y se tapaba la boquita con las manos. Era imposible no sonreír ante eso, sin importar qué tan amargada fuera una persona.

Guardó su termo de nuevo, aún algo sorprendido de lo mucho que el pequeño había bebido. Después subió las piernas al sillón y apoyó al bebé en su abdomen, recargando el cuerpecito en sus muslos. Vio como alzó sus bracitos hacia él, queriendo tener contacto con aquel al que había confundido con su mamá o papá. Ante eso, Philza le dio su mano, dejando que se aferrara a sus dedos.

Por alguna razón se sintió muy afligido de golpe al pensar que tendría que dejarlo ahí, por orden del anciano de la aldea, que era quien tomaba las decisiones en ese lugar. Desde su punto de vista el hombre ya estaba señil desde hace un par de años, pero a nadie más que a él parecía importarle. Su mirada se perdió en las acciones del pequeño, quien seguía jugando con sus dedos, apretándolos o metiéndoselos a la boca...

De verdad no quería dejarlo, y ni él sabía porqué.

Cerró los ojos, pensando en lo que le habían dicho. Las instrucciones habían sido abandonar el lugar antes del anochecer. Cuando lo vieran salir de la casa, alguien asignado por el vejete ese entraría por el pequeño para llevárselo y cuidarlo... y de seguro también trataría de robar lo que sea que él dejara ahí. Así son todos, después de todo. No dudarían en entrar a la casa de un "fenómeno" (así le decían a veces por el hecho de que tenía alas) y robarle sus pertenencias. Él ya no estaría ahí para evitarlo, por lo que había empacado lo que era realmente importante...

Y su mente hizo clic.

Nadie había dicho nada acerca de que no podía llevárse sus cosas, así como nadie había dicho que no podía llevárselo a él también. Nunca lo especificaron. Solo dijeron "deja al bebé sobre la cama".

Pero a la vez eso le pareció muy precipitado. ¿Llevaba apenas poco más de 12 horas con el niño y ya se lo quería quedar? No sabía ni su nombre. No sabía si tenía uno si quiera. Ni siquiera sabía la razón por la que lo habían dejado a su puerta...

Al diablo con todo eso. Se lo llevaría, y él mismo le pondría un nombre. Después de todo no podía llamarlo "bebé" por siempre, ¿no?

Pensó por un momento, viendo como el bebé seguía jugueteando con su mano derecha. Debía ser un buen nombre, pero a la vez quería ponérselo pronto. Ya empezaba a desagradarle la idea de estar más tiempo en ese pueblo de mierda, donde obviamente no lo querían. Repasó los nombres de los aldeanos que había conocido hasta ahora, tratando de pensar en alguno que le hubiera caído bien y cuyo nombre pudiera tomar prestado.

—Wilbur—. Soltó de la nada, recordando a uno de los muchachos que trabajaban con él en el campo de trigo y que era lo suficientemente agradable como para platicar con él un rato.

Sus orbes azules se encontraron entonces con los del bebé. Se quedó paralizado ante esa vista, pues era la primera vez que el pequeño abría los ojos. Eran grandes en comparación con el resto de su cara, de un lindo color café chocolate y ligeramente afilados.

El pequeño también se paralizó al ver a aquel que lo había acogido y alimentado, observando sus cara y grabándola en su memoria. Sus ojitos se entrecerraron y sus mejillas se estiraron hacia los pómulos en una hermosa y adorable sonrisa.

Era oficial. Ese joven de cabellos dorados y ojos cristalinos era su padre.

Y ambos lo sabían.

Philza sonrió de vuelta, abrazándolo con cariño con un brazo mientras que con el otro tomaba su mochila. Guardó también el gotero que había usado para alimentar a SU niño, y luego se colgó su equipaje en la espalda, teniendo aun algo de miedo de lastimar al pequeño de alguna forma. Al final todo salió en orden. Pudo hacer un nudo rápido con una sábana y, teniendo los brazos libres, Wilbur se quedó acurrucado en su pecho, sujetado por la sábana que cruzaba desde el hombro hasta el costado de Philza.

—Nos vamos de aquí, Wilbur—. Dijo caminando hacia la puerta y abriéndola.

Sus pensamientos sobre que a nadie le importaba realmente Wilbur se confirmaron, pues ni siquiera lo ocultó con sus alas y nadie trato de quitárselo, aún cuando lo vieron con él en brazos.

No se quejaba. Mejor para ambos, pues se pronto se perdieron en la calma del bosque, sin detener su caminar ni mirar hacia atrás ni una sola vez.

Tranquilo. Estoy aquí. | CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora