Peluche de ballena

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—¡Agh!—. Gritó ahogado el rubio, adolorido, quien luego de haber planeado para bajar un acantilado había caído horriblemente en un aterrizaje forzoso.

Trató de levantarse, pues se había quedado de rodillas en el húmedo césped mañanero, pero no era tan fácil teniendo un tobillo torcido (cuyo dolor se intensificaba con el frío) y un bebé pegado al pecho. Si. Wilbur, su bebé de un mes de edad, seguía colgando de su torso gracias a esa confiable sábana roja que se había llevado de su hogar, el cual se encontraba a cientos de kilómetros atrás.

El otoño ya era evidente en el ambiente. El pasto era de un tono más claro, y al pasar por entre los árboles de ramas desnudas las hojas crujían bajo los pies de los caminantes. El aire era frío, y el sol ya se ocultaba más temprano en el horizonte.

El mayor estaba preocupado por su bebé. En todo ese tiempo no habían encontrado un pueblo donde hospedarse o comprar suministros o ropa, por lo que el único cobijo de Wilbur era su sábana y su propio calor corporal, y él sabía que no era suficiente.

Es por eso que, cuando vio un poblado al pie de un precipicio, se arriesgo a planear un poco para bajar, aún sabiendo que sus alas no lo aguantarían.

Aún así no se detuvo. Cojeando un poco, corrió hasta el pueblo y se refugió en la primera tienda que encontró. Wilbur, quien estaba dormido debido a la temprana hora, despertó por fin cuando escuchó el portazo que su padre dió, bostezando y mirando alrededor. Podías saber que realmente tenía frío por su narisita roja y por como su cuerpecito temblaba.

Philza, por su parte, buscó con la mirada al tendero. Este, por suerte, no tardó en asomarse desde la parte de atrás del local luego de oír como alguien entraba. También se alivió al comprobar que la mercancía era nada más y nada menos que ropa, tanto de invierno como de verano. Seguramente sobrantes de la temporada.

—Buenas tardes, jovencito—. Habló el hombre, notando rápidamente que su cliente no pasaba de los 16. —¿Puedo ayudarte en algo?

—Si, de hecho si puede—. Respondió de inmediato, cojeando hasta el aparador. —¿De casualidad tiene ropa para bebé?

Pudo ver la cara de incredulidad del hombre, y también vio como su incredulidad era reemplazada por ternura al toparse con los ojitos pelones de Wilbur, quien a su vez ladeó la cabeza, curioso por el extraño.

—Por supuesto que tengo. ¿Qué edad tiene el pequeño?

—Un mes, pero le agradecería que me vendiera también ropa de tallas más grandes. Ya sabe, crecen muy rápido—. Mientras decía eso aprovechó para acariciar la cabecita del castaño, quien rió y abrazo la mano del rubio.

El mayor asintió, encaminándose a los ganchos de más atrás, buscando lo pedido, tomándose su tiempo.

Tanto Philza como Wilbur recorrieron la tienda con los ojos, bastante sorprendidos por las prendas que ahí se vendían. Había desde sombreros hasta capuchas. Cortinas y servilletas. Manteles y cobijas. De todo.

Fue entonces que la mirada de Wilbur se clavó en algo.

Con sus manitas empezó a jalar la ropa de su papá, haciendo ruidos y balbuceando para llamar su atención. Al ver que no le hacía caso terminó por soltar un chillido agudo, el cual llamó la atención hasta del tendero.

 Al ver que no le hacía caso terminó por soltar un chillido agudo, el cual llamó la atención hasta del tendero

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—Wilbur, tranquilo. Estoy aquí—. Rió nervioso el rubio, sobándose los oídos y acariciando las mejillas del bebé. Sin embargo, su sonrisa se esfumó al ver el puchero y el ceño fruncido del menor. —¿Qué pasa?

Volvió a chillar, pataleando y señalando con sus deditos el objeto que le había interesado, el cual colgaba del techo.

Se trataba nada más y nada menos que un peluche de ballena blanca y negra. Era bastante lindo, y se veía suave y calientito. Seguramente era por eso que al pequeño le había gustado.

—¿La orca?—. Preguntó el rubio, sabiendo que el pequeño medio entendía a lo que él se refería cuando hablaba. Este último volvió a moverse, emocionado por alcanzar el objeto. —Disculpe, ¿puede pasarme el peluche de ahí?

Philza apuntó con su dedo hacia donde se encontraba la ballena, dirigiendo la mirada del hombre hasta ella. El tendero, al ver el objeto solicitado, se acercó de nuevo al aparador. Dejó sobre este las prendas que se le habían pedido para alcanzar una escalera y desplegarla, estirando el brazo y dándole al joven la ballena monocromática.

No pasaron ni cinco segundos antes de que el peluche fuera arrebatado de las manos del rubio, terminando ahora entre los brazos de un muy feliz Wilbur, quien soltó un chillidito de alegría, cerrando los ojos y abrazando el objeto.

—Su hermanito es muy adorable—. Comentó el hombre, guardando de nuevo la escalera. Ante eso Philza se rió con suavidad. Así que creía que Wilbur y él eran hermanos. Tenía sentido.

—En realidad es mi hijo—. Decidió decir, ganándose en respuesta la mirada estupefacta del mayor. Tuvo que aguantar la risa por eso. —Lo se. Raro. Es una larga historia.

El tendero optó por ignorar lo último, algo incómodo, tomando las prendas y ayudando al joven a guardarlas en la mochila.

—¿Nada más en lo que pueda ayudarle?—. Philza lo pensó, observando de nuevo los estantes de la ropa sobrante de verano.

Su mirada se detuvo en un encantador pero sencillo sombrero a rayas verdes y blancas. Lo señaló.

Si su niño iba a tener algo por capricho, el también podía tener algo.

—¿Puede pasármelo, por favor?—. El tendero volvió a dejar que el dedo del joven guiara su mirada, viendo rápidamente el sombrero y encaminándose hasta él. —¿Cuánto sería en total?

—60 esmeraldas—. A Philza le dio un pequeño tic en el ojo. Sabía que los aldeanos eran muy codiciosos, pero eso solo lo dejaría con 4 esmeraldas. Estaba seguro de que eso no alcanzaría para hospedarse.

—Le doy 40 y esta sabana—. Dijo tomando una esquina de la sábana roja que sujetaba al bebé. El contrario alzo una ceja.

—¿Esta limpia?

—La lave anoche, señor—. El tendero lo pensó. Vender ropa no significa que puedas usarla. Es mercancía, no pertenencias, y a decir verdad le faltaba ropa de cama para pasar el invierno.

—Trato—. El rubio asintió, dándole las esmeraldas y la sábana acordadas al mayor, cubriendo la desnudez de su pequeño con sus alas.

"Ten un buen día", escuchó al salir de la tienda. "Igualmente", contestó, cerrando la puerta y sentándose en el suelo al lado del local. Metió la mano en su mochila, sacando ungüento, vendas y un mameluco amarillo de apariencia abrigadora, y con cuidado se lo puso al castaño. Tuvo un poco de problemas para esto debido a que Wilbur no quería soltar su peluche, pero al final lo logró. También vendó su tobillo lesionado, aplicando antes la medicina para evitar que se inflamara y bajar el dolor.

Por último, antes de ponérselo, observó su nuevo sombrero, admirándolo.

—¿Qué tal me veo?—. Le preguntó a su bebé una vez se puso el sombrero sobre la cabeza.

Wilbur supo que le hablaban, así que giró la cabeza hacia su papá para verlo. Entonces sus ojitos brillaron y rió al ver el nuevo sombrero de este. Philza sonrió.

Le había gustado al pequeño, así que se quedaba.

Tranquilo. Estoy aquí. | CANCELADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora